Capítulo 4

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No me había dado cuenta de que los años anteriores él no había venido a reclutar a los elegidos, es el primer año que pisa mi pueblo. La primera vez que lo veo en mi vida después de la masacre y me ha encontrado. No, ha sido culpa mía, por ponerselo en bandeja. No obstante, esta vez no voy a inmovilizarme, tenía miedo de que me descubriera y por eso he dejado que me consuma el pánico. Pero ya no hay máscaras entre nosotros y no pienso dejar que se divierta conmigo. Le odio y quiero que lo sepa.

—Es curioso —comienza, llevándose toda mi atención, aunque no bajo la guardia, si mueve un dedo pienso clavarle la daga en el ojo. Quizás no dañe su piel ni le mate, pero se quedará tuerto para siempre en mi nombre—. Un niño me ha robado una bolsa de dubras hace un rato y, de pronto, vuelve a estar en mi bolsillo.

—Que yo sepa no hay ningún poder que devuelva objetos —comienzo, no voy a dejar que acuse a nadie de robarle.

—¿Crees que miento?

—Creo que te lo has imaginado.

Espero a que empiece la pelea, a que lance el primer ataque o me dañe. Pero no lo hace. En vez de eso tira la bolsa de dubras hacia mí y la cojo instintivamente.

—No las necesito, puedes dárselas a tu... ¿hermano?

Se está riendo de mí, tiene que ser eso. Analizo mi alrededor esperando ver las sombras alzarse, pero no las veo. Kilthé se aparta, dejándome continuar el camino. No, tiene que ser una prueba o una trampa.

—¿Y ya está? —pregunto.

El chico alza sus hombros indiferente.

—No voy a mataros solo por robarme dinero —finaliza—. Hay problemas mayores y, la verdad es que, me molestaba en el bolsillo.

Quizás no muestra su lado monstruoso, pero está claro que es un niñato con el ego muy subido. Me relajo un poco al saber que no ha descubierto que soy la sakurtziana que su ejército busca, al menos parece que nos vamos a librar de esta.

Escucho a un soldado caminar hacia nosotros y sé que no me queda tiempo. Comienzo a acercarme, sin quitarle ojo por si se lanza a mi cuello en cualquier momento. Paso por su lado, se ha apoyado en la pared, con la pierna recogida y se mira la mano con tranquilidad, como si estuviera perdiendo tiempo.

—Ah, por cierto —comienza.

En cuanto le adelanto se mueve. Mi cuerpo se tensa de nuevo y mi mano va directa a mi daga, aunque no la saco todavía. Kilthé se acerca a mí con una sonrisa que trata de esconder. Se queda delante de mí, tan cerca que podría oír su latido si no fuera por el revuelo que llega del puerto. El chico alza su mano y acaricia mi cabello, colocándome el mechón que me molesta detrás de mi oreja.

¿Qué está haciendo?

—Quizás puedes engañar a los mtelier, pero hueles demasiado a sakurtziana.

Su mirada pasa de ser amigable a sería. Ahí está, el monstruo que vi aquella noche. Saco mi daga sin pensarlo y la coloco en su cuello. Ni se mueve, no aparta sus ojos de mí ni trata de contraatacar.

—¿Vas a matarme? —pregunta, aunque sé que no me teme, se está divirtiendo.

Me encantaría decir que sí, me encantaría clavarle la daga en el cuello y acabar con mis pesadillas, pero ambos sabemos que esa arma no le va a hacer nada.

—No soy tan estúpida —aseguro, en realidad no he podido controlarme, debía haber optado por hablar con él, no con ponerle una daga en el cuello—. Solo quiero irme de aquí con vida.

Me analiza en silencio, desde mi vestimenta hasta la daga.

—No eres militar —asume—. ¿Eres una espía de Sakurtza?

—No.

—¿Vienes a hacer daño a alguien?

Que sea él precisamente el que me hace esa pregunta me duele.

—Solo quiero tener una vida normal, sin guerra.

—¿Entonces por qué amenazas al príncipe con una daga que sabes que no me dañaría?

Porque sé lo que eres, porque sé lo que hacéis. Aunque eso no puedo decirle si quiero que me deje vivir, debo parecer inocente y buena. Y ya la he cagado demasiado.

—He visto lo que les hacéis a los sakurtzianos, los matáis sin preguntar. No quiero hacerte daño, solo quiero que me dejéis seguir con mi vida.

Kilthé se queda pensativo con los ojos clavados en los míos. Está tratando de entender si miento o digo la verdad, debo mostrarme tranquila. Tengo que quitarle la daga del cuello, por mucho que me cueste. Como me molesta tenerle tan cerca y no poder acabar con él, pero no pasa nada, me prepararé mejor y podré matarlo. No es el momento. Aparto la daga y me alejo dos pasos, mostrando que no voy a atacarle.

—Lo siento —suelta, y creo que lo dice de corazón, aunque no entiendo por qué—. Creo que me dices la verdad, pero tienes razón, los hyllenios no preguntamos. No hemos venido a ver el desfile de los elegidos, hemos venido porque olieron a un sakurtziano hace unas semanas y al fin han dado con su paradero.

—¿Qué?

—Hemos venido a por ti, Danhya—declara y el mundo entero se cae ante mis pies. Estoy muerta—. Y hemos venido a matarte y a castigar a la familia Atrix de la Vaguna por esconderte.

Mis ojos se abren al momento y dejo de respirar. No, ellos no tienen la culpa de nada. Siento como me clavan un puñal por la espalda, pero no es físicamente, me han herido yendo a por mi familia.

Se me cae la daga al suelo, ni me molesto en recogerla, salgo corriendo en dirección a mi casa. Quizás aún pueda salvarlos, quizás aún hay esperanza.

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