Día de nuestra primera caza

362 45 6
                                    

Me encontraba con Quirón y Patroclo en el bosque, listos para dar caza a una criatura del bosque. Todo había transcurrido con normalidad, los despertares junto a mi amigo y al centauro se me hicieron cotidianos. Luego desayunamos bien, ya que hoy íbamos a cazar, y nos dispusimos a salir al bosque en busca de nuestra presa.

—Patroclo, si sigues pisando así de fuerte voy a tener que cargarte. —Advirtió el centauro a mi amigo, a lo que él echó un suspiro, descontento consigo mismo, o con el centauro. Entonces trató de pisar menos fuerte, pero sus pies seguían escuchándose, incluso más que las pezuñas de Quirón.

—No lo entiendo, todavía no hemos visto ningún animal grande cerca... ¿por qué tenemos que estar tan alerta? —Me quejé por Patroclo, él no era muy bueno expresando sus pensamientos u opiniones.

—Os estoy preparando para cuando lo veamos. —Respondió unos hilos de voz más bajos que los ordinarios, aunque su voz seguía firme e imponente. Ni si quiera se molestó en mirarnos, con escuchar nuestros piececillos caminando tras él, le bastaba para tenernos localizados.

Patroclo y yo resoplamos, Quirón no se salía ni un milímetro de la norma, además, nunca mostraba sus sentimientos, era como si una roca nos educase. Duramos unos minutos más andando silenciosamente sin rumbo por el bosque, cuando escuchamos el crujir de las hojas y ramas de un arbusto algo lejos de nuestra ubicación, pero lo suficientemente contundente para que pudiéramos percibirlo con claridad. Nada más escucharlo nos pusimos alerta, no por el susto, más bien por la emoción de haber encontrado lo que llevábamos buscando.

—Acercaros con cuidado. —Ordenó Quirón. Su voz sonaba tan recta y concisa como siempre, pero esta vez Patroclo y yo nos tomamos su orden al pie de la letra, y nos acercamos a él sigilosamente, a la vez que sosteníamos con mucha fuerza nuestros simples arcos de roble.

Quirón removió talentosamente con sigilo unas ramas de árbol que ocultaban al animal que había ocasionado el ruido culpable de su futura desdicha. Era una liebre, su pelaje marrón castaño la ocultaba bien entre los troncos de los árboles, pero la frondosa y verde hierva del suelo la delataba. Estaba mirando un punto preciso inmóvil, cerca de donde nos encontrábamos nosotros. Tenía las orejas bien abiertas y muy tensas, seguramente porque nos habría escuchado en alguno de nuestros movimientos.

Quirón rodó la cabeza hacia un lado y nos miró a Patroclo y a mí, para darnos nuestra siguiente orden. No había mucho que hablar, estábamos en un punto estratégico y nuestra presa desconocía nuestra situación. Entonces Quirón se sacó la mano izquierda que tenía guardada en su espalda, y con un gesto de arriba a abajo que hizo con sus dedos índice y corazón, nos dio el permiso de fuego.

Patroclo y yo nos acercamos casi simultáneamente a Quirón, y tensamos las cuerdas de nuestros arcos con las flechas que habíamos construido el día anterior. Era la primera vez que utilizaba el arco para dar caza, aunque había visto a un montón de personas usarlo en expediciones, aún así, la sensación de apuntar a un ser vivo por primera vez se apoderó de mi cuerpo, y empecé a temblar ligeramente y a inclinarme, a lo que Quirón no tardó en enderezarme. Busqué a Patroclo con el rabillo del ojo pero el centauro se hallaba en medio y no me dejaba verlo. Supuse que Patroclo estaría igual y aun más nervioso que yo, pero Quirón estaba ocupado cuidando que yo hiciera bien la postura, ignorando a Patroclo.

Cerré el ojo derecho, mientras que con el izquierdo trataba de posicionar la perspectiva de la punta de la flecha con el cuerpo del animal, notaba como una gota de sudor me corría por la espalda y me bajaba hasta la cintura, pero no llegó a más cuando una flecha salió disparada contra un tronco cercano a la liebre, que echó a correr en otra dirección. Quirón y yo inmediatamente nos giramos a mirar a Patroclo, que se encontraba con el arco destensado y sin flecha.

—Perdón... he apuntado mal. —Se disculpó, cabizbajo. Había disparado la flecha confiado de sí mismo, pero al ver que falló el tiro, se vino para abajo. Sobretodo con Quirón como instructor, de él te esperabas todo menos palabras sutiles. Tampoco iba a atacarnos, pero nos decía cosas para quedarse pensando un rato, entonces Quirón se acercó a Patroclo y...

—No ha estado nada mal, Patroclo. Pero la próxima vez avísanos de que vas a disparar tú. —Respondió Quirón, con una mano en la cabeza de Patroclo, sus dedos se entrelazaban con los mechones rizados de pelo de mi amigo, yo observaba atento cada movimiento. Patroclo se sonrojó ante las palabras del centauro, posiblemente era la primera vez que le decía algo tan comprensivo y reconfortante. Entonces Patroclo se motivó y asintió sacudiendo la cabeza con fuerza, para expresarle al centauro su determinación o quizá para sentir más su mano.

—Marchando. —Dijo Quirón, despegando su mano de Patroclo, para seguir a trote ligero a la liebre. Cuando mi amigo me alcanzó le sonreí y él me devolvió la sonrisa, cuyas comisuras aun se mezclaban con las mejillas ruborizadas. Le di un codazo suave en el hombro, lo consideraba afortunado por haber recibido esa muestra de afecto por parte de nuestro entrenador, y él lo sabía, así que rió un poco y seguimos rápidamente al centauro.

 Le di un codazo suave en el hombro, lo consideraba afortunado por haber recibido esa muestra de afecto por parte de nuestro entrenador, y él lo sabía, así que rió un poco y seguimos rápidamente al centauro

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Después de un rato buscándola, encontramos de nuevo a la liebre, o quizá era otra que no tenía nada que ver con la primera. Pero era imposible de saber, los únicos animales que nos distinguimos de nuestra especie con claridad somos los humanos, Patroclo y yo somos el claro ejemplo. Yo soy rubio y tengo los ojos azul verdoso, él es moreno y tiene los ojos oscuros...

—Aquiles, esta vez haz tú los honores. —El centauro me cedió el turno, para darle caza al animal. Entonces imité mis anteriores pasos. Me enderecé, tensé el arco, estiré mis brazos, cerré el ojo derecho y... esta vez, Quirón se encontraba a mi derecha, y Patroclo a mi izquierda. No estaba apuntando a la liebre como yo, sino que me estaba mirando. No lograba verlo por completo, pero yo lo sabía, yo sabía que él me estaría mirando con una sonrisa, dándome fuerza para acertar el disparo. Esto me motivó, y mi corazón ardió como la sangre que brotó del cuerpo de la liebre, al atinar la flecha directa en su estómago, provocándole una herida fatal que terminaría en su muerte.

Al ver al animal tumbado, me giré a ver a Patroclo, pero él fue más rápido que yo, ya estaba saltando hacia mi, entonces solo me quedó dejar caer el arco al suelo para abrazar de vuelta a mi amigo. —¡Lo has conseguido, lo has conseguido! —Me repetía, casi tan feliz como si el logro fuera suyo. Aproveché unos momentos a palpar su suave cuerpo, que emanaba un calor emocionante, para separarlo de mi y mirarlo con otra sonrisa.

—Lo hemos conseguido. —Dije, haciendo énfasis en el "hemos". Para mi, mi victoria era su victoria, y su victoria era mi victoria. Quirón nos observaba desde una distancia prudente para no interferir en nuestro agarre, no lo llegaba a ver, pero sabía que estaba sonriendo, lo juro.

Después de cazar a la liebre, Quirón abrió una bolsa de piel y metió el cuerpo de la liebre, ya frío, dentro, para luego volver todos juntos a la cueva, y disfrutar de nuestra deliciosa presa, que rebosaba el sabor del principiante, el sabor de la victoria.

El Diario De AquilesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora