Día de mi cumpleaños (pt.1)

338 39 18
                                    

Así es como desde que llegué al campamento con Quirón pasaron los días, los días pasaron las semanas, las semanas los meses... hasta que llegó mayo; el mes en el que la primavera refulgía su máximo esplendor, y el mes de mi cumpleaños.
Un 20 de mayo, mi madre Tetis me daría a luz cerca del mar, cómo no. Según ella nací en una finca detalladamente cuidada, rodeado de arreglos florales y nereidas, haciéndole plegarias a Hera, la diosa de los partos.
La primavera dotó a la finca de una fauna mágica, animalillos salvajes se acercaron a verme nacer, mariposas revoloteaban cerca de mí... un suceso que parecía sacado de una novela de fantasía, ojalá acordarme de aquel día ¿pero cómo lo haría? Si ni si quiera recuerdo cuando me sumergió en la laguna estigia.

Unos dieciséis años más tarde, celebraría yo mi decimosexto cumpleaños, que por primera vez, no me cortejaría con regalos y banquetes. Esta vez, me encontraba rodeado de un bosque salvaje, junto a un centauro y a mi amigo; Patroclo. Amigo que, por supuesto, seguía sin hablarme, tras la "leve" discusión que tuvimos la noche anterior... qué coincidencia.

Cuando volvió a la cueva con Quirón, se dedicaron a echarme una bienvenida de miraditas, aunque le contase lo que quisiera a Quirón, había escuchado primero la versión de Patroclo, y yo solo era un niño orgulloso protestón. Quirón nos hizo hacer las paces entre Patroclo y yo, y siguiendo sus órdenes, nos estrechamos la mano. ¿Estrecharse la mano puede considerarse un acto de reconciliación? Pese a ser obligado, sí tenía intenciones de disculparme con mi amigo, pero él estaba demasiado enfadado conmigo para perdonarme de verdad en aquel momento.

Entonces nos fuimos a dormir como cualquier otra noche, solo que esta vez, al contrario de los hábitos de abrazarme, Patroclo optó por distanciarse tanto como pudo de mí, tuvo suerte de estar en el lado pegado a la pared, porque sino se hubiera caído al suelo. Nuestras espaldas se miraban, no lo sabía pero podía intuir que Patroclo no quería saber nada de mí.
Entonces ahí empezó lo que temía que me llegase, los pensamientos intrusivos. "Patroclo me odia", "Patroclo no quiere ser mi amigo", "Mañana es mi cumpleaños y estamos enfadados"... miles de esos rondaban mi cabeza como una corona de laurel, otorgada al más orgulloso y cabezota.

Pasé mala noche, pero intenté levantarme con buen pie para no arruinarme a mí mismo el día de mi cumpleaños. Dentro de mí había una esperanza de que al abrir los ojos Patroclo estaría esperando a felicitar mi decimosexto año con vida, pero el sentido común aniquilaba toda esperanza posible, y así fue, abrí los ojos y no encontré a mi amigo en ningún lado.

No mentiré, esto me hundió bastante en la miseria. Durante tanto tiempo unido a Patroclo, se había convertido en mi mejor amigo, mi persona favorita, pero debido a mi orgullo no estaba a mi lado aquella mañana, aunque eso no significa que no lo estuviera el resto del día.
Salí de la cueva, ya con los ojos entrecerrados para amortiguar el impacto de la luz del resplandeciente sol primaveral penetrando mi córnea, pero aquel día, la carroza de Helios cabalgaba escondida tras las nubes, y con esto, un frío mañanero me puso la carne de gallina. Se ve que al final empecé el día con el pie malo... literalmente.

—Pélida, ya estás despierto. —La primera voz que escuché en aquel día, aparte de la de mi cabeza, fue la del centauro que figuró de maestro durante mi estancia en aquel lugar. Como de costumbre, estaría haciendo cualquier labor fuera de la cueva, alguna labor que por alguna razón llevaba meses trabajando, quizá simplemente nunca se queda conforme con el resultado y la cueva está en constante cambio.

—Con que ahora soy "Pélida". —Le respondí, cortante. Venga ya, hacía meses que no me llamaba así, era una forma muy monocorde de referirse a mí, como si me estuviera recordando que sigo siendo un príncipe, hijo de un tal "Peleo" a quien no le veía el pelo ni la letra.

—Hoy hace dieciséis días que naciste, no es incorrecto llamarte lo que eres; hijo de Peleo. —Me dijo el centauro, con una mirada desinteresada. —Está bien. —Le dije desanimado, y antes de que pudiera cruzarme de brazos y girar la mirada para mostrarle mi desaprobación, atisbé la figura de alguien saliendo del cobertizo.

El Diario De AquilesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora