Comienza el torneo (Atenas pt.7)

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Un lanista se acababa de llevar a las dos primeras parejas que combatirían en el anfiteatro, casi como si de un trueno se tratase, toda la sala se quedó en silencio unos momentos, con el lejano pero intenso gritar del público, sediento de combate.
Patroclo y yo estábamos aislados en un rincón de la sala, matando el tiempo. No podíamos ver el combate desde dentro, así que nos tuvimos que conformar con los momentáneos chillidos de los espectadores que nos encontraban desprevenidos cada cierto tiempo, seguramente por algún golpe que se darían los luchadores.
Patroclo jugueteaba con las plumas de una flecha del carcaj que llevaba sujeto a la espalda. Todos los combatientes debíamos portar; una espada en el cinturón, un escudo y un arma a libre elección, según nuestras cualidades. Patroclo había escogido un arco y yo una lanza, el arma estándar de los mirmidones.

La muchedumbre se silenció por un rato, lo que no sabíamos, es que aquello era como una tormenta. Cuanto más tiempo pasaba sin tronar, con más intensidad rugiría el próximo rayo, y así fue. De un momento a otro, se escuchó un grito prominente al resto, un grito estremecedor que volvió a hacer retumbar la sala. Ya había una pareja ganadora.

—Por los dioses, ¿lo ha matado? —Escuchamos de uno de nuestros compañeros, que estaba asomado a un rincón que él había abierto de la puerta. Yo le miré sorprendido, y me acerqué a la puerta para ojear.
En cuanto estuve un poco cerca, pude vislumbrar el cuerpo de uno de los chicos que se había burlado de Patroclo y de mí desplomado en el suelo, con un charco de sangre bajo él. Era la primera vez que veía tanta sangre abandonar el cuerpo de una persona, por lo que no pude evitar asustarme un poco.
Entonces, me acerqué un poco más para apreciar mejor la escena, pues la puerta me tapaba la gran parte. En cuanto me asomé un poco, vi algo que me provocó náuseas. Adrián estaba en una pose victoriosa, con un pie encima del pecho de su rival, mientras levantaba una espada hacia ensangrentada hacia el público, haciendo una clara demostración de poder. En ese momento, antes de que un hombre mirase la apertura de la puerta y la cerrase, pudimos ver a unos cuantos hombres como él entrar corriendo a la arena y llevarse al chico.

Tras el portazo, nos quedamos en silencio. Nuestro primer pensamiento fue que Adrián le había dado fin a aquel joven, que pese a haberse burlado de Patroclo y de mí, seguramente no merecía ese final. Al momento entró un lanista, con una sonrisa incómoda y algo apurada.

—No hay de qué preocuparse, no está muerto... —Nos aclaró nada mas entrar, a lo que suspiramos de alivio. —Sin embargo, pensaba que teníais muy en mente las reglas de no herir de muerte, y luchar hasta que el oponente cayera. —Prosiguió, dejando en evidencia a Adrián.
—No nos eches la culpa a nosotros, él es el airado que ha decidido herirlo de más. —Dijo uno de los jóvenes que no conocíamos aún. Parecía ser ajeno al grupo de Adrián, su acusación lo dejó muy claro. Estaba en una pose rigurosa de brazos cruzados, y una expresión asertiva. No podíamos ver sus cejas, pues las tapaba una banda que cubría su frente.
—¡Eso! Debería ser expulsado del torneo. —Intervino Patroclo, indignado por el incumplimiento de las normas.
—No creo que sea posible. Adrián es el primogénito del arconte militar. —Nos reveló, a lo que en ese momento, todo tuvo sentido en mi cabeza. El padre de Adrián era un guerrero magistrado de Atenas, un cargo pesado en la política ateniense.
—¿Y por eso le dejáis hacer lo que se le venga en gana? —Inquirí, indignado también.
El lanista no supo qué responder, simplemente se giró muy dignamente y señaló las próximas parejas combatientes.

En cuanto el lanista se marchó, me giré para ver a Patroclo, cuando de refilón, vi a Damián con una expresión atacada. Me acerqué a él para preguntarle y efectivamente, Sander y él serían los próximos en luchar. Sander, Patroclo y yo lo conseguimos tranquilizar, pues estaba muy nervioso, sobretodo tras el espectáculo que Adrián había montado, por suerte no sería contra él con quien lucharían.
Entonces, Adrián y su pareja entraron, junto a la pareja del chico herido. Ambos acompañantes tenían una expresión asustadiza, como si no tragaran lo que acababan de presenciar. Sin embargo, Adrián tenía una sonrisa de oreja a oreja, sus dientes reflejaban la luz que entraba de las ventanas y procuraban que no te fijaras en las manchas de sangre que había salpicadas en su mejilla y armadura.

El chico de la banda en la frente lo miraba de refilón, con desprecio al igual que yo. Rápidamente su grupo de amigos se le acercaron a felicitarle por su victoria sanguinolenta, nunca percibí tanta falsedad en la sonrisa y elogios de alguien, pues por dentro estaban muertos de miedo. Ahí comprendí la tiranía y control que ejercía Adrián, no solo era hijo de un cargo político importante, sino que también era un déspota.
Tras darle dos fuertes palmadas a la espalda metálica de Damián y desearle lo mejor, me senté lo más lejos posible de Adrián, cosa que no quitaba que le mirase con desprecio.

Tras despedirse de Damián, Patroclo se sentó a mi lado, evitando a toda costa a Adrián. —Esperemos que gane... —Y cosas así me contaba para intentar sacarme de mi constante duelo de miradas contra Adrián. Yo le miraba con competencia y él me miraba con picardía y superioridad.
Finalmente se escuchó la bienvenida del público, mediante gritos y silbidos, casi pude distinguir a Claus entre una de las muchas voces, dejándose los pulmones en animar a su hijo, que no podía estar más nervioso.

Dejé mirar a Adrián para empezar a mirar a la puerta, el duelo no había ni comenzado, pero estaba ansioso de ver quién entraba por aquella puerta primero, si Damián y Sander o sus rivales.
El tiempo pasaba y el público seguía animando de vez en cuando, hasta que de pronto, un último abucheo nos dejó claro que ya había un ganador. Entonces vimos como la puerta se abría y...

—¡Aquiles, Patroclo! —Nos llamó Damián, el cual parecía encontrarse en perfecto estado, dándonos a entender que habían ganado la pelea.
—No me lo puedo creer... estás vivo de verdad. —Dijo Patroclo, con una sonrisa, ¿en qué momento le había empezado a caer bien Damián? Eso no importaba ahora, mi amigo había triunfado, lo que significaba que...
—Felicidades, Damián. —En cuanto se acercó a nosotros, le di un abrazo, transmitiéndole mi parabién. —Eso significa que después de la siguiente ronda, por fin pelearemos. —Concluí, haciéndole saber también que no había olvidado nuestro duelo pendiente.

Sander y Damián se sentaron junto a Patroclo y a mí, contándonos los detalles de su pelea. Pese a ser de los amigos de Adrián, Sander parecía distinto a ellos, pues la manera en la que miraba a Damián era tierna y sincera. Entonces, el lanista volvió a entrar en la sala, anunciando a los próximos combatientes; el chico de la banda y Adrián.
Adrián no tardó en salir junto a su perrito faldero, mientras que el chico de la banda y su pareja se quedaron un poco más dentro de la cámara, preparándose bien para el combate, entonces me acerqué a ellos antes de que se marcharan.

—¡Espera! —Le dije al chico de la banda, a lo que este se giró y me miró con curiosidad. —¿Cómo te llamas? —Le pregunté antes de marcharse. —Timon. —Me respondió asertivo. —Mucha suerte, Timon... dale una buena. —Le deseé antes de marcharse, a lo que él me dedicó una sonrisa y enderezó su tridente con orgullo, marchándose.

Volví con mis tres compañeros a seguir conversando, en lo que el combate tenía lugar. Esta vez, el combate se alargó bastante, y desde el interior de la cámara podíamos escuchar el choque metálico de las armas. Hasta que finalmente, se empezó a escuchar silbidos y abucheos del público, algo que nos dejó a los que no podíamos ver el combate desconcertados.
De pronto se abrió la puerta, y entraron Adrián, su pareja y la pareja de Timon, sin él. En ese momento me esperé lo peor, y me acerqué a él velozmente.

—¿Qué ha ocurrido? —Le pregunté.
—Timon... se ha rendido. —Me contestó, dicha aclaración nos dejó boquiabiertos a todos. —Ha dicho que Adrián solo iba a matar, y que no participaría en un torneo comprado. —Prosiguió narrando las palabras de Timon, que daban a entender que el torneo no era más que una excusa del arconte militar para promocionar a su primogénito y enriquecerse a su costa. —Entonces, el magistrado religioso ha declarado que tal obra había ofendido a nuestra diosa. Por lo que Timon no será reconocido como gladiador. —Concluyó. Esto me dejó tal mal cuerpo que estuve a punto de girarme a Adrián y dejarle claras unas cuantas cosas, pero sin previo aviso, el lanista entró en la cámara y convocó a las próximas parejas que pelearían.

Por fin había llegado el momento que había estado esperando, mi pelea contra Damián.

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