La llamada (Atenas pt.6)

105 16 6
                                    

La noche previa al gran día, Patroclo y yo caímos en un profundo sueño que nos sumergió en una ilusión onírica, una que jamás había imaginado volver a tener.
Me encontraba en una gran sala perteneciente a lo que parecía la corte de un palacio. Las paredes de mármol blanco provocaban un sentimiento de pureza y lujo que empapaba tu ser. El techo estaba compuesto por tres módulos de bóvedas tecnológicamente desarrolladas, sustentas por varias columnas de color granate.

Yo me encontraba arrodillado en el suelo, vestido con la armadura de los mirmidones. Mis rodillas se apoyaban en una alfombra aterciopelada de colores rojizos y azules, combinándose entre sí mediante formas desordenadas.
Podía oler un leve perfume floral que emanaba aquel lugar, junto a las velas derritiéndose. Definitivamente estaba en algún palacio, pero no podía reconocerlo.

En el momento que tomé consciencia de lo que estaba pasando, no tuve tiempo a reaccionar cuando de pronto escuché un leve choque metálico en mi hombro. Cuando elevé mi cabeza, pude vislumbrar a una dama vestida de sacerdotisa que portaba una espada, apoyada en la hombrera de mi armadura. No me detuve mucho tiempo en analizar su vestimenta, pero tenía varios detalles dorados como brazaletes, collares, cinturones, pendientes... por lo que debía ser alguien influyente.
Intenté mirarle a la los ojos, pero en el momento que conseguí alzar algo más la mirada, una potente luz blanquecina me entumeció la vista, causándome dolor en los ojos. En ese momento me desperté del sueño.

En cuanto abrí los ojos me di cuenta de que estaba soñando, pero este sueño fue distinto a los que solía tener, era mucho más corto y difuso. No le di muchas vueltas y me senté en la cama, frotándome la cara con las manos para sentir que ya estaba de vuelta en el mundo real.
Tenía la garganta en carne viva y los ojos legañosos, en Atenas había grandes olas de calor y la corriente de aire que circulaba nuestro cuarto venía seca. Patroclo y yo nos habíamos acostumbrado a la montaña, por lo que este nuevo ambiente nos resultaba molesto.

En ese momento caí, ¿y Patroclo? Ya había normalizado tanto despertarme junto a él, que no me di cuenta de que no se encontraba a mi lado. Por si acaso, levanté las sábanas y miré en los rincones donde el aire se quedaba atrapado. —¿Patroclo? —Le llamaba. Me levanté de la cama y miré debajo de esta, luego miré en el armario y los cajones. —¿Dónde estás? —Era una sensación extraña para mí, sumándole que estaba recién despierto, no pensaba con mucha claridad.

Finalmente, tras arreglarme y prepararme para comenzar mi día, decidí bajar al patio interior de la residencia en busca de Quirón para saber si Patroclo se había ido a algún lado. Casi cuando llegaba, pude ver las columnas que cubrían la zona interior del patio. El sol naciente las iluminaba con debilidad, expandiendo un aura lila anaranjada por toda la zona, con algunos bordeados dorados en las zonas en las que el sol impactaba directamente.
En ese momento, vislumbré en una de las paredes blancas la sombra de lo que parecía ser una persona, peleándose con algo o con alguien. Rápidamente fui a mirar qué estaba sucediendo, y en ese momento, vi a Patroclo con una espada, tajando al aire. Por su aspecto pude deducir que no llevaba poco tiempo en el lugar, pues tenía la túnica empapada de sudor en la espalda, el pecho y bajo las mangas.

—Patroclo. —Lo llamé, intentando sacarlo de su pelea.
—... —Al escuchar como lo llamaba, se giró a verme, y por fin nuestras miradas se encontraron.
—¿Cuánto llevas entrenando? —Le pregunté con unas sonrisa atrevida, pues el hecho de haberlo descubierto entrenando era como descubrir que temía la batalla que se avecinaba.
—... —Se quedó en silencio mirándome. Lágrimas de sudor corrían por sus coloradas mejillas.

No tardé en unirme a él con mis propias manos, a intentar asestarle algún que otro golpe para llevar a cabo un entrenamiento matutino. No pasó mucho tiempo hasta que el sol salió por completo, y las primeras personas que estaban alojadas en la residencia empezaron a salir de sus dormitorios, mirándonos con rareza.
Esa señal fue lo suficiente precisa como para detenernos e ir al comedor a comer algo, necesitábamos energía para lo que se nos venía encima. Desayunamos junto a Quirón y luego nos aseamos un poco en los baños.

El Diario De AquilesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora