Una promesa (Atenas pt.3)

112 22 0
                                    

Durante la estancia en la corte de mi padre, fui consentido con todo tipo de lujos; ya fuesen juguetes, manjares, atuendos... pese a que el reino de Ftía fuera más pobre al lado a otros, no quitaba que la alta sociedad tuviéramos nuestros caprichos.
En Atenas, no se podía dar un trato menor, y sorprendentemente, la hostelería superó mis expectativas.
La carne no era un recurso muy abundante, pero aquella residencia contaba con todo tipo de ingredientes. Habían varias fuentes con carne asada, endulzada con miel y acompañada de patatas cocidas y lechugas frescas, probablemente, en toda la mesa había más carne de la que Patroclo habría comido a lo largo de su vida.

Nos pusimos tibios a comer, pues no todos los días Quirón nos daba de comer deliciosos manjares, así que aprovechamos para comer y comer hasta casi explotar. Con la barriga hinchada, Patroclo y yo nos despedimos del centauro y el resto de comensales, que se encontraban charlando, y nos caminamos hacia nuestra habitación.

—Aquiles, espera... vas demasiado rápido. —Me avisó Patroclo, pues estaba tan lleno que no podía correr mucho.
—Perdón, es que estoy lleno de energía. —Le contesté mientras frenaba un poco el paso, y me daba palmadas en el abdomen.
—Parecemos osos preparándose para invernar... —Comentó mi amigo, el cual suspiraba de pesadez.
—Y que lo digas. —Aprobé.

Una vez llegamos a la habitación, nos desplomamos sobre la cama, la cual aún no habíamos probado.
Nada más caer, nos dimos cuenta de lo cómoda que era. Nuestra espalda ya se había acostumbrado al montón de paja recubierta por mantas de Quirón, pero aquella cama era tan suave y esponjosa que no nos permitía levantar cabeza.

—Oh... es tan cómodo... —Gemía Patroclo, pues su espalda en pleno crecimiento pedía algo cómodo, y no un montón de paja. —¿Podemos decirle a Quirón si puede comprar una así? —Me preguntó, girando la cabeza para mirarme a los ojos.
—Esto debe valer un pastizal... mas no nos dejaría "malacostumbrarnos". —Le respondí, pues cualquier capricho o necesidad del cuerpo, era un mal hábito para Quirón.

Patroclo suspiró y se estiró, sus dos brazos estaban unidos por sus manos, que también estiraban los dedos, emitiendo un leve crujido. Sus piernas se tensaban y los dedos de sus pies se separaban. Siempre que Patroclo se estiraba me recordaba a un gato.
Tras tensar los músculos, Patroclo volvió a su pose habitual, y de pronto, sin previo aviso, un bostezo salió de su boca.
Yo, que miraba con cautela cada músculo de Patroclo, no tuve más opción que bostezar como consecuencia, entonces nos dimos cuenta de lo que ocurría.
Después de comer una buena cantidad de comido, el cuerpo se suele cansar de tanta digestión, provocando una sensación de somnolencia. Patroclo y yo no comíamos mucho, por lo que solíamos digerir los alimentos rápidamente, pero esta vez, tanto Patroclo como yo habíamos entrado en esa placentera sensación de somnolencia, por lo que nos acurrucamos de costado en las suaves mantas de la cama, mirándonos el uno al otro.

Cerré sutilmente mis ojos para intentar dormitar, pero había algo fuera de lugar, algo que me encendía la alerta, entonces abrí sigilosamente un ojo para mirar a mi amigo.
Al hacer esto, logré vislumbrar como ahora se encontraba boca arriba, en una posición tranquila pero a la vez tensa. Sus manos descansaban entrelazadas por sus dedos encima de su estómago y tenía un pie encima del otro, como si estuviera intentando ocultar el impulso nervioso de agitar la pierna.
Lo más desconcertante de él, no fue nada más ni nada menos que su rostro. Su rostro se encontraba totalmente relajado, como si estuviera dormido, pero con los ojos entreabiertos. Tenía la mirada perdida en un punto fijo de la habitación, y con rara frecuencia pestañeaba. Cuando Patroclo no estaba bien, sus cejas solían tensarse hacia arriba, pero esta vez estaban completamente relajadas. Podía notar la amargura y el pavor que sentía, aunque su expresión estuviera como la de un muerto.

No perdí más tiempo y me acerqué un poco a él, no estaba muy lejos de mí, así que con ese movimiento me bastó para chocar nuestros cuerpos. Entonces le pasé el brazo izquierdo por el pecho y reposé mi mano sobre su hombro derecho, tratando de hacerlo con suma delicadeza. Apoyé mi barbilla en su otro hombro, provocando que mis labios estuvieran a ras de la piel de su cuello, sin tocarla. Una vez pude sentir como mi respiración chocaba con él y regresaba a mí, empecé a hablar.
—Patroclo, ¿qué te pasa? —Le pregunté con la voz algo ronca, pues estaba casi conciliando el sueño.
—... —Solo obtuve silencio, aunque para mí era una respuesta más que suficiente.
—¿Estás nervioso por mañana? —Volví a preguntarle, esta vez intentando sonar más cercano.
—... —En vez de una respuesta, obtuve un ligero movimiento de cabeza, que estaba asintiéndole a mi pregunta.
No pude evitar soltar una risita inocente, pues ver a Patroclo asustado se le hacía tierno. Moví mi mano de su hombro a su mandíbula, sujetándola con afecto, y elevé un poco mi cabeza, para poder mirarle a los ojos, y de paso, besarle la mejilla.

El Diario De AquilesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora