El anfiteatro (Atenas pt.2)

135 21 1
                                    

Después de darnos la bienvenida a la ciudad, aquel lanista tan amable que nos recibió nos guió lentamente a la residencia donde nos alojaríamos nuestros días formativos.
Aquel lugar era una maravilla ateniense, contaba con todo tipo de servicios con los que podíamos soñar, aunque no sería demasiado bueno acostumbrarnos a ellos, pues nuestra mera estancia ahí era temporal.
Después de dejar nuestras cosas en las habitaciones, Quirón, Patroclo y yo nos dispusimos a ir hacia uno de los muchos anfiteatros que había en Atenas. Por la calle recibía todo tipo de miradas, pues mis largas cabelleras bañadas en oro y mis ojos de un azul reluciente llamaban la atención, sin contar el hecho de que iba caminando a la par de un centauro, supongo que ese tipo de criaturas no era muy vista en ciudades... decidí no preguntar.

Cuando por fin llegamos al anfiteatro, Patroclo y yo nos sorprendimos ante semejante majestuosidad, era enorme y armonioso, si Quirón ya de por sí nos hacía sentir pequeñitos... el anfiteatro ni te cuento.
Patroclo me puso una mano en el hombro para llamarme la atención, a lo que yo le miré.

—Llámame loco... mas ese de ahí, ¿no es...

Antes de que mi amigo pudiera terminar de formular la pregunta, una voz ronca y gruesa, pero a la vez me resultó algo familiar. Nos pilló por sorpresa, retumbando por todos los módulos del anfiteatro, rápidamente giré mi cabeza para ver quién era el que estaba hablando a semejante tono, entonces lo recordé.

—¡Quirón, Pélida, pero cuánto tiempo! —Claus se acercó a nosotros con una sonrisa de oreja a oreja, habían pasado unos años desde la anterior vez que lo vimos, pero al parecer se seguía acordando de nosotros. Probablemente Quirón, en alguno de sus recados, siguió manteniendo contacto con el hombre. Su mortecina barba, se había convertido en un abrigo de vello robusto y grueso, al parecer iba a la moda masculina.

—¿Por qué algo me decía que nos encontraríamos caras familiares aquí? —Se preguntó Quirón, con algo de ironía. Pues tenía la leve sospecha de que, cómo no, allá dónde él viajara, estaría Claus para acompañarle, ¿quién pretendía ser? ¿Su escudero, o quizá su jinete?

Claus se acercó a nosotros, cuando se percató de que Patroclo también se hallaba junto a nosotros. Lejos de mostrarse distante, se agachó hacia la altura de su cabeza, y le puso una mano en el pelo, revolviéndoselo de una forma muy torpe, aunque, ¿cómo juzgarlo? El único que sabía jugar con el pelo de Patroclo era yo.
—¡Pero si también estás tú, pequeñín! —Dejó en paz el cuero cabelludo de mi amigo y se enderezó de nuevo, pestañeando repetidas veces, nos miró a mí y a Patroclo de arriba a abajo, como si nos estuviera haciendo un examen. —Mas de "pequeñines" no tenéis nada, ¡qué estirón habéis pegado! —Resaltó, pues el curso del tiempo nos había pasado factura, y ya no éramos los niños que éramos antes.

—¿Y cómo es que vienes por aquí? ¿Has inscrito a Damián en las prácticas? —Preguntó el centauro, curioso por el hijo de Claus.
—En efecto, se encuentra ya en el anfiteatro. —Contestó Claus.
—Oh, con que ya pueden entrar... —Se enteró nuestro maestro, para de pronto ponernos una mano en la espalda a cada uno. Patroclo y yo miramos a Quirón, esperando recibir la orden que yo tanto ansiaba.

—Muchachos, id entrando a conocer a las otras parejas, Claus y yo os esperaremos aquí. —Nos ordenó el centauro, a lo que nosotros asentimos simultáneamente, estábamos bien entrenados. Patroclo tardó un poco en tragarse toda la situación que se le venía encima, así que le agarré de la muñeca y le miré con mi característica mirada de "todo irá bien, confía en mí". A nosotros nos sobraban las palabras, entonces Patroclo, al entender mi señal, se puso a mi par para comenzar a andar hacia el interior del tan ansiado anfiteatro.

Nuestras sandalias roían las piedras que había alrededor de la estructura, hasta que dejamos de pisar las pequeñas rocas para empezar a pisar la toba del suelo de la estructura. Sabíamos bien que aquel momento sería efímero, pero al próximo día, empezaríamos las batallas, yo no podía estar más entusiasmado y Patroclo más angustiado.
Conforme fuimos atravesando los módulos arqueados del anfiteatro, una reconfortante sombra nos preparó para lo que estábamos a punto de ver, cuando por fin atravesamos por completo el túnel, vimos la maravillosa estructura interna del edificio.
La arena era algo más pequeña de lo que nos imaginábamos, pero suficiente para combatir. Las gradas niveladas armonizaban el ambiente rocoso, y entonces, les echamos ojo a las personas que se encontraban en la arena, nuestros futuros contrincantes.

Vimos un total de cinco parejas de jóvenes, de nuestra misma edad. Podía notar a Patroclo tenso, pues era la primera vez que veía a un adolescente que no fuéramos él o yo.
Yo analizaba detenidamente a todas las parejas, las cuales nos miraban con curiosidad. Uno tenía una cicatriz en la cara... otro tenía melena... la mayoría tenían características llamativas, cuando de pronto, encontramos con la mirada a nuestro viejo amigo, Damián.
Por raro que pareciera, Patroclo se sintió algo aliviado de conocer a al menos una persona que no fuera yo, claro que, su alivio duró poco, pues Damián se nos acercó deprisa, al parecer, aún se acordaba de nuestras caras.

—¡Aquiles, Patroclo! Qué alegría me da veros aquí. —Se alegró el joven. Estaba menos rellenito que la última vez, aunque sus mejillas seguían siendo voluminosas y con pecas. Patroclo se limitó a mirarlo indiferente, pues no sabía muy bien como tratar con alguien que no fuera Quirón o yo.

—Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos, Damián. —Intervine rápidamente antes de que el silencio se volviera aún más incómodo de lo que ya lo estaba siendo. Le ofrecí la mano educadamente, en señal de respeto, a lo que él me la sacudió, tal y como me la hubiera sacudido su padre. Me limpié un poco el sudor de su mano con la túnica, mientras que Patroclo se vio obligado a darle la mano también. —La verdad es que sí, ¿cómo habéis estado?

Damián, Patroclo y yo, tuvimos una ligera conversación, acerca de nuestras vidas estos últimos años. La verdad es que nada de eso me interesaba demasiado, lo que quería realmente era empezar a hacerle preguntas sobre su compañero de combate, y si había hablado algo con el resto de muchachos.

—Por cierto... ¿con quién vas a luchar? —Le pregunté, mientras que nos acercábamos a un lugar resguardado del sol, pues mi suave piel se estaba empezando a quemar.
—¡Oh, con ese chico de allá! —Señaló con su dedo al chico de la melena, que se encontraba cercano al resto de muchachos, pero sin hablarles.
—Vaya... sí que es esbelto. —Resaltó Patroclo, ante la altura y delgadez del chico.
—¿A que sí? Me saca por lo menos una cabeza... —Se quejó Damián, a lo que Patroclo y yo soltamos una risilla vergonzosa.
—Debe ser ágil y habilidoso entonces... quiero enfrentarme a él. —Dije, sin preocupaciones.
—¿¡Ya estamos!? —Se quejó Patroclo, con un tono irritado, la verdad es que solo quería evitarme problemas.
—Oye, no... Si te enfrentas a él... ¡significa que entonces también te enfrentarás a mí! —Previó Damián, asustado.
—Pues entonces también me quiero enfrentar a ti.

Pasamos un rato más juntos, hasta que vimos como la mayoría de jóvenes abandonaban el lugar, no sin antes dedicarnos algunas miradas de refilón, pues bien era sabido que Aquiles participaría en las prácticas.
Damián, Patroclo y yo acabamos abandonando el lugar también, pues ya era la hora de comer y nuestras tripas rugían de hambre.
Nos reunimos con Quirón y Claus, que se hallaban esperándonos fuera del edificio, y caminamos juntos hacia la residencia, entablando una cómoda conversación, en la cual Patroclo pudo comenzar a interactuar.

Una vez llegamos a la residencia, Claus y Damián se despidieron de nosotros, pues ellos estaban alojados en un campamento unido a la residencia, que describiéndolo sutilmente, era para los que no se permitían lujos innecesarios.
Claus se despidió de nosotros con una fuerte sacudida de pelo, y se marchó junto a su hijo.

El Diario De AquilesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora