El talento de Patroclo

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Recuerdo que Patroclo siempre estuvo interesado en los peculiares instrumentos metálicos que Quirón guardaba colgados en una de las rosadas paredes de la cueva. Estaban estéticamente organizados, los más grandes y vastos en la fila superior, y los más pequeños y concisos en la fila inferior, en los huecos que dejaban entre sí los instrumentos de la fila superior. Quirón cogía los mismos siempre, una sierra, una navaja y unas pinzas y unas tenazas, jamás vimos emplear los instrumentos cuyo nombre desconocíamos, hasta que llegó el día.

Como cualquier otro lunes, nos disponíamos a hacer nuestro entrenamiento de resistencia física, ese que tanto odiábamos. El festivo anterior a la vuelta a la rutina, me encontraba tumbado bajo el cobijo de la sombra que dibujaba en el suelo las frondosas ramas del roble. Como de costumbre, junto a Patroclo, que se encontraba intentando aplastar con el pulgar a todas las hormigas que trepaban el árbol. En ese momento, los dioses me iluminaron la mente, y alcé mi torso para sentarme y mirar a Patroclo, deseoso de contarle mi ingenioso plan.

—Patroclo. —Le llamé, sacándolo de su mundo. Estaba ensimismado prensando a las pobres criaturas que trataban de trepar o  destrepar el áspero tronco para entrar o salir de la entrada a su colonia. Entonces se giró, con la yema del pulgar teñida de marrón.

—Se me ha ocurrido un plan. —Le dije, esbozando una radiante sonrisa, la cual Patroclo no dejó de mirar ni un segundo hasta que empecé a hablar.

Le conté mi sabio plan. Después de reflexionarlo, nos pusimos de acuerdo para llevarlo a cabo, y volvimos a la cueva en busca del centauro, que desafortunadamente, no se encontraba en el lugar. Por lo que tuvimos que esperarlo impacientes, mientras compartíamos palabras o miradas, nos conocíamos tan bien que nos podríamos comunicar sin hablar, estoy seguro.

Cuando Quirón llegó, con la intención de coger un hacha que necesitaba para talar un árbol, le retuvimos antes de que se arrastrarse fuera y le contamos nuestra propuesta.

—Verás, Quirón... estamos agradecidos de tu entrenamiento y cuidado, pero nos gustaría proponerte una actividad que pensamos que podría ser... susceptible por el entrenamiento de resistencia física. —Encabecé, sugiriendo la propuesta mientras esperaba ver un gesto de resigno en su rostro.

—¿...? —El centauro se limitó a arquear una ceja, tan imponente y gigante como siempre. Habíamos fallado, o acertado, según como lo miraras, Quirón era incomprensible en casi todos los aspectos. Con su gesto sentí el permiso de continuar con mi discurso, y así lo hice.

—Nos gustaría aprender a usar eso. —Señalé con mi dedo índice el estante donde se encontraba el material de cirugía, colgante de la pared. El Quirón siguió la yema de mi dedo y miró la zona que señalaba, volvió a mirarla. Imaginaros a dos niños operando a un guerrero herido de gravedad en un campo de batalla, pues era parecido. —Es material para curar, ¿no? Nos vendría bien aprender a usarlo si algún día nos herimos. —Me defendió Patroclo, que no había abierto el pico en todo el rato, en este caso; mi argumento sonaba a niño vago que no quería sudar, inventándose cualquier excusa para zafarse de su entrenamiento. Pero el de Patroclo sonaba convincente y lógico, Quirón se lo pensó durante unos segundos.

—Instrumentos de cirugía, Patroclo, cirugía. —Repitió el centauro, llamarlos "material para curar" era rudimentario, y si íbamos a aprender algo, primero teníamos que saber denominarlo correctamente. —Sois demasiado jóvenes para aprender a usarlo, pero tienes razón. Os he enseñado muchas cosas, pero entre ellas no está la curación, y es algo de vital importancia en un guerrero. Mañana empezaremos. —Dijo fulminantemente asertivo, a lo que Patroclo y yo nos miramos al unísono con una mueca de euforia, no más entrenamiento de resistencia física, al menos no el siguiente día.

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