1. Una serpiente sin alas

6 0 0
                                    

—Una serpiente sin alas. Una serpiente sin alas. Una serpiente... —murmuraba una y otra vez la princesa Helaena, meciéndose sin cesar en su asiento.

El constante movimiento dificultaba el trabajo de las doncellas, que a duras penas habían conseguido finalizar el exquisito peinado de la princesa. Le dirigían miradas nerviosas a Jayne, mientras ésta colocaba sobre la cama con sumo cuidado las piezas de bronce y topacios que los mejores joyeros de la ciudad habían confeccionado para la señalada fecha.

Las doncellas estaban acostumbradas a las excentricidades que la joven Targaryen había mostrado desde su infancia. No era la primera vez que tendía a murmurar frases sin sentido, pero desde que había abierto los ojos aquella mañana, sus acciones ya de por sí extrañas rozaban la línea de lo poco común.

Pero Jayne no iba a juzgarla. Aquel comportamiento era natural teniendo en cuenta el desalentador futuro al que se encaminaba Helaena.

—Dejadnos, por favor —pidió Jayne, invitando a las doncellas a marcharse para concederles un momento de intimidad—. Yo acabaré de preparar a la princesa.

Aliviadas, las jóvenes doncellas asintieron abandonando la estancia con premura. Helaena apenas se percató de la salida del servicio, enfocada todavía en su particular serpiente.

Jayne jamás había conseguido descifrar ninguno de los enigmas que atormentaban a la princesa. No importaban los secretos que en confidencia habían compartido mutuamente la una con la otra, o que la hubiera acompañado día tras días, desde la salida hasta la puesta de sol durante más de una década. Nada servía para ahuyentar los fantasmas que la perseguían como si de su propia sombra se tratasen.

El único alivio que podía proporcionarle eran pequeños momentos de distracción, una habilidad que había adquirido con el paso de los años y que servía en buena cantidad de veces para conseguir la atención de la princesa, sobre todo en momentos clave como el que estaba a punto de experimentar.

Cogiendo uno de los adornos que las doncellas no habían conseguido colocar en su cabello, Jayne se acercó a ella. Fue entonces cuando advirtió que Helaena se movía al ritmo de las campanas que, desde el alba, no habían cesado en su cometido por anunciar a la ciudad el gran acontecimiento que estaba por celebrarse.

—A mi padre le fascinaban las leyendas de las Tierras Doradas de Yi Ti —comenzó y su tono de voz era tranquilo, pausado—. Como nací en Desembarco del Rey, no conseguía conciliar el sueño durante nuestras visitas a Harrenhal. Odiaba aquel castillo. Es oscuro y lúgubre, y mi imaginación se disparaba en cuanto cerraba los ojos, así que mi padre me obligaba a viajar con él hacia el oriente de Essos.

—¿Y qué hay allí? ¿Qué hay en las Tierras Doradas de Yi Ti? —preguntó Helaena y la moción de su cuerpo se ralentizó, perdiendo el compás de las campanas.

—Vastas selvas, junglas con arboledas tan altas que apenas llega la luz del sol al suelo y a través de su manto verde sobrevolaban antiguamente criaturas con forma de lagarto y plumas de colores —relató, acomodando la última horquilla en el cabello trenzado de Helaena. A continuación, fue en busca de los pendientes, pero sin perder el hilo—. Mi padre me contó que aquellas aves de origen místico eran los guardianes del reino, y servían a los emperadores y emperadoras de Yi Ti con fiereza, compartiendo un vínculo tan poderoso como el que forjan los jinetes Targaryen con sus dragones.

—¿De verdad?

Jayne asintió.

—Eso decían las crónicas que llegaron a Poniente. Su lealtad era tan encomiable que, cuando los emperadores morían, estas criaturas moraban alrededor de sus tumbas custodiando sus féretros y tesoros hasta su último aliento.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Apr 24 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

La maldición de Harrenhal | Aemond Targaryen [HOTD]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora