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El tercer tiempo pasó como un suspiro. Megumi se desplomó en el suelo. Las gradas enmudecieron, el árbitro hizo sonar el silbato.

Megumi lo recordaría por pedazos como sacados de una ilustración rasgada. La lejana voz de su entrenador, manos tocándole y sacudiéndole. Había sido noqueado de un fuerte golpe en la cabeza, la caída había sido brutal.

—¡Fushiguro, levántate de una maldita vez! ¡Tienes que continuar!

Todo se volvió tenue y extrañamente cómodo. Ya no se sentía ansioso, ni presionado. Sólo fracasado. Pero, al menos, estaba en un lugar en calma, en un sueño cálido y eterno.

Horas más tarde, el camino a casa se hizo en silencio. Su padre conducía. Dejaron a Tsumiki frente a un restaurante porque había quedado en cenar con unas amigas. Megumi se movió al asiento del copiloto, recién duchado, aún exhausto y dolorido.

—Habrá más combates —dijo Toji, en un intento de consolarlo —. El Torneo no acabará hasta dentro de tres meses.

No respondió. Miró por la ventanilla la ciudad pasar, los sonidos urbanos se ahogaban al otro lado del cristal. Mechones húmedos caían por su frente, se ondulaban al secarse poco a poco.

El coche se detuvo frente a un semáforo. Toji lo observó detenidamente, sin saber qué más decir, aunque lo cierto era que Megumi no necesitaba que dijera nada. Sólo quería llegar rápido a casa para estar a solas. Estaba seguro de que su entrenador lo llamaría aquella misma noche para echarle en cara lo que había sucedido, no se sentía con ganas de aguantar a nadie.

—Hay tortellini para cenar. Tus favoritos.

—Vale, papá, gracias —suspiró, esperando hacerle callar con eso.

Toji alargó el brazo para revolverle el pelo, pero Megumi se apartó. Finalmente, entendió que su hijo no quería tener nada que ver con nadie y lo dejó estar, echándole una mirada de preocupación de vez en cuando.

Megumi se pasó todo el viaje aguantando las ganas de llorar. Sólo deseaba ser suficiente.

Fue alzado en el aire como si no fuera más que un saco de basura y arrojado contra el suelo, pero Ryu no lo soltó

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Fue alzado en el aire como si no fuera más que un saco de basura y arrojado contra el suelo, pero Ryu no lo soltó. Ryu lo estampó contra el suelo, lo mantuvo quieto y le asestó un puñetazo.

El mundo tembló, brilló y se volvió más oscuro. Megumi parpadeó con pesadez, arrastrándose por el suelo con dificultad, jadeando. Hilos de sangre bajaban de una de sus cejas, las suturas habían sido reventadas, la herida se había vuelto a abrir.

Vio sus propias manos en el suelo, sus dedos encogiéndose de dolor, sus antebrazos temblando con el peso de su propio cuerpo. Los golpes que había logrado dar no se comparaban a la potencia de ese tipo.

Alzó el mentón, aturdido. Una multitud lo observaba con detenimiento, algunos con expresión de satisfacción, otros sin expresión alguna, sólo curiosidad. Sukuna estaba ahí, entre ellos. Las personas se habían puesto a una distancia prudencial de él, exceptuando a Kirara, como si le tuvieran demasiado respeto como para atreverse a molestar a alguien de su talla.

Jailbreak || SukuFushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora