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Sukuna escuchó el disparo.

Asestó una puñalada al zombie con el que peleaba. La criatura cayó dando tumbos escaleras abajo, arrastrando consigo a otros que lo perseguían. Sukuna llegó al tercer piso corriendo y, jadeando, abrió bruscamente la puerta de la sala con una punzada de miedo instalada bajo la piel.

—¿¡Megumi!?

La puerta no chocó contra la pared, sino contra un cadáver cubierto con ropa. Alcanzaba a ver las piernas de otro cuerpo, la maciza mesa de madera lo ocultaba de su vista. Alguien estaba sollozando.

Sus venas se helaron al tiempo que sus pasos se volvían cautelosos. Pronunció de nuevo aquel nombre, apretando el cuchillo entre los dedos hasta que sus nudillos se tiñeron de blanco. La pistola de la que había salido aquella bala estaba tirada en el suelo, junto al cuerpo inmóvil de quien reconoció como Ryu Ishigori y su estúpido tupé. Unos brazos salían de debajo, revolviéndose, golpeando el cadáver débilmente como si así pudiera hacer que se levantara y se apartara.

—Sácame de aquí —lloraba Megumi, sepultado bajo el cuerpo de Ryu —. Quítamelo de encima...

Sukuna agarró a Ryu por la mochila —su mochila, la mochila de Megumi— y tiró de él despectivamente a un lado, revelando a Megumi. Decir que estaba cubierto de sangre no haría justicia a su aspecto. Tenía el lateral de su labio inferior reventado por un corte, hinchado, hilos de sangre bajaban de su sien, humedeciendo su cabello negro con un color aún más oscuro. Diminutas perlas rojas salpicaban sus pestañas, enmarcando una mirada perdida que oscilaba nerviosamente de un lado a otro.

—Vámonos —Megumi intentó limpiarse el rostro, pero no consiguió más que empeorar las cosas.

Las mangas de su uniforme estaban encharcadas de sangre. Megumi parpadeó pesadamente, mirándose las manos como si nunca las hubiera visto. Su visión se tambaleaba, estaba mareado, la boca le sabía a sangre y bilis. Escuchó a Sukuna decirle algo, pero lo ignoró. Tenían que irse, tenían que... intentó levantarse, sus piernas flaquearon y el brazo de Sukuna lo sostuvo y no lo dejó caer.

—Megumi —llamó Sukuna, tomándolo de la cintura y dejándolo delicadamente en el suelo. Se arrodilló frente a Megumi, subiendo las manos a sus mejillas cuando se percató de que huía de su mirada y cabeceaba a un lado —. Mírame. No estás bien.

El rostro de Ryu había cristalizado una última expresión de sorpresa antes de que una bala de nueve milímetros entrara por entre sus cejas. Megumi lo observó sin decir nada. De repente, se inclinó a un lado y vomitó. Su torso sufrió un espasmo tras otro. Tosió, jadeó hilos de baba y vómito.

Sus uñas se arrastraron por las baldosas, se incorporó. Sus extremidades pesaban demasiado, su cuerpo apenas le hacía caso. Recogió la pistola, aún estaba caliente. Deberían estar corriendo a un lugar seguro, no perdiendo el tiempo. Una mano se afianzaba alrededor de sus hombros, Sukuna ya había cogido la mochila. No quería ayuda. Se sacudió.

—No me toques —pidió —. Puedo hacerlo yo solo.

—No, no puedes —se lamentó Sukuna, dándole el gusto de apartarse para ver cómo se desmoronaba en el suelo.

Megumi gimoteó en voz baja. Una parte de él quería encogerse y llorar toda la noche; ya había sido suficiente, había abandonado toda lucha y quería pudrirse hasta morir. Se sentía traicionado, solo, ya no creía que fuera capaz de llegar hasta el final.

La otra parte estaba furiosa. Una sensación de rabia había florecido en sus pensamientos y curvaba sus dedos hasta formar un puño.

—Nos traicionaron —espetó —. Hakari y Kirara, nos traicionaron —negó para sí mismo. Sukuna dejó de acariciarle la espalda. Arrugó la nariz, notó una aguja de dolor en la cabeza —. No había nadie más que supiera que mi mochila estaba aquí, no...

Jailbreak || SukuFushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora