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Megumi abrió la cremallera y se deslizó fuera del uniforme. Lo dejó sobre la mesa y fue a tomar el original, el primero que había llevado. Las manchas de sangre no se habían borrado y tenía una manga deshilachada. Acarició el número de la etiqueta con los dedos antes de tomar el borde y arrancarla de golpe.

La pequeña lavandería estaba en silencio. Ocasionalmente podía escuchar las tuberías haciendo sonidos desesperados por volver a funcionar masivamente, tal y como lo hicieron algún día. El ojo negro de una cámara de seguridad lo observaba con atención mientras cogía una silla y la arrastraba para sentarse frente a la mesa.

Cosió el número 2230 en su nuevo uniforme, una forma de bautizarlo como suyo. Había algo en aquel número que lo definía, aunque no sabría decir exactamente el qué. Era como un corte entre su yo del pasado y del presente, entre los dos Megumi que se encontraron en el espejo y se descubrieron diferentes el uno del otro.

Sukuna estaba en la cama. Había dicho que comer tanto le había dado sueño, así que se había quedado dormido en la celda después de reflexionar sobre si valía la pena sacar un colchón y ponerlo en el patio. Megumi imaginaba que debía estar profundamente dormido en ese momento.

Hacía frío allí. No le sorprendería que las paredes no tuvieran ninguna clase de aislamiento, pues todo su vello estaba de punta y tenía la piel de gallina. Frotaba sus rodillas en un intento de entrar en calor, encogiéndose sobre su labor, dando puntadas con seguridad y cuidado.

A un lado, había varias lavadoras apiladas unas sobre las otras, todas ellas vacías y con las puertas abiertas. Varios cestos enormes adornaban las esquinas, repletos de ropa por lavar, insuficientes como para cubrir la sobrepoblación que el módulo había albergado. Para dos personas, aquello era más que suficiente.

Dio la puntada final, cortó el hilo con los dientes y admiró el trabajo. No estaba torcido, lo había cosido en el lugar correcto. Entonces, se sintió incómodo. Fue como si volvieran a darle un golpe en la cabeza, donde la herida había comenzado a palpitar. Se tocó la sien, disgustado por aquel sentimiento, esperando a sentir, pues, la sombría y familiar presión en el pecho, la ansiedad, algo que no ocurrió.

En vez de eso, notó algo bajando por su nariz, espeso, cálido. Sangre. Se pasó los nudillos por la cara y observó detenidamente el color rojizo y brillante, escarlata, sobre su piel.

—Oh.

Se puso en pie con lentitud, un poco mareado, dándose cuenta de lo fatigado que su cuerpo se sentía. Antes de alcanzar el baño del punto de control, el malestar se había desvanecido, pero no su paranoia. Fue la tercera vez en aquella mañana que se curó las heridas, y la primera que cambiaba las tiritas.

Se lavó la cara con insistencia, frotando fuertemente. Medio desnudo frente al espejo, su flequillo chorreaba agua por todo su rostro. Se secó con la camiseta y se tocó las heridas. El corte de su frente, que adornaba el color morado de un hematoma con un tajo de piel rojiza, se había hinchado ligeramente. Lo cubrió con una gasa e hizo varios gestos frente a Megumi, que le devolvía la mirada con unos ojos verdes que albergaban más vida que los suyos.

No pasa nada, se dijo, estoy bien. Y procedió a revisar las suturas de su ceja. Quizá en unos pocos días tendría que quitarlas, aunque no tenía idea de cómo lo haría; quizá... sólo era paranoia. Sí, sólo es paranoia. Estuvo bien durante toda la mañana y la hora de comer, incluso pudo mantenerse tranquilo gracias a este mismo pensamiento: si de verdad hubiera ocurrido algo, ya estaría muerto.

Lo cual no lo hacía menos asqueroso. Un zombie lo había rociado de sangre. Se le revolvía el estómago.

Regresó a la lavandería con un pañuelo medio metido en su nariz, intentando pensar en otra cosa. Se puso el uniforme, toqueteando la etiqueta con el número, pasando el pulgar por el relieve de cada dígito. Una vez más, las tuberías hicieron un sonido extraño.

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⏰ Última actualización: Sep 12 ⏰

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