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Sukuna se había despertado diez minutos atrás al escuchar quejidos en el pasillo. Esas malditas cosas no dejaban de hacer ruido.

El zombie siguió un rato ahí, dando vueltas hasta desaparecer por las escaleras. Lo escuchó caer a trompicones, su cuerpo desplomándose en dirección al pasillo del módulo, donde sus pasos se perdieron.

Despertar sabiendo que no había sido un sueño era angustioso. Se sentía atrapado, más aún que su primer día allí. Había asumido que pasaría veinte años privado de libertad, y ahora debía asumir que estaba viviendo un apocalipsis.

Genial. Lo que le faltaba.

Tenían que salir de allí. Encontrarían la forma de hacerlo. Juntos. Como un equipo.

Eres un... Egoísta. Siempre eres tú, siempre se trata de ti. Incluso cuando se trata de mí sólo piensas en ti, Sukuna.

Cerró los ojos, pasándose una mano por la cara. Debía volver con Yuuji aún si éste no quería verle. No había ido a visitarle en los tres meses que llevaba en prisión, ni siquiera le había mandado una carta, una postal, nada. Se preguntó si seguiría enfadado, se preguntó si acaso estaría vivo.

Necesitaba que lo perdonara por ser un mentiroso y un egoísta.

De repente, parecía no saber respirar. Su corazón se aceleró, algo en su pecho dolió. Se destapó un poco, respirando por la boca. Inhala. Exhala. Inhala. Exhala. Había veces en las que tenía que recordarse cómo era respirar, seguir adelante. La ansiedad corrió por las puntas de sus dedos.

¡Me mentiste! ¡Me dijiste que todo estaba bien, que habías dejado esa vida atrás! ¿¡Cómo has sido capaz de mirarme cada día a la cara!?

Echaba de menos a su hermano. Necesitaba encontrarlo y reconstruir sus vidas, unir los pedazos del espejo que él mismo había roto. Se preguntó si acaso existía un perdón para alguien como él, no por el crimen que había cometido, sino por todo lo que había ocurrido antes.

Cruzó las manos tras la nuca, obligándose a calmarse. Hacía calor, escuchaba la respiración de Megumi en la litera de arriba —que era suya, pero no había dicho nada al respecto—. Las sombras de la celda eran agudas y oscuras, una nube había tapado la Luna.

La calefacción seguiría encendida toda la noche, era insoportable. Se había quitado toda la ropa hasta quedarse en calzones. El uniforme naranja y la camiseta estaban sobre el taburete. Estaba todo manchado de sangre, qué asco. Se preguntaba si debía ponerse su uniforme de repuesto, o si eso no tenía sentido. Iba a mancharse igualmente.

Entonces, el colchón de arriba rechinó un poco.

Megumi se asomaba hacia abajo para mirarle con esos ojos verdes y mechones de azabache cayendo en cascada. Su rostro del revés se volvió rosado al descubrir que no era el único despierto.

—... hola —susurró Megumi, somnoliento.

—Hola —Sukuna juró que aquellos ojos rebotaron por todas partes —. ¿Qué hora es?

Megumi pulsó un diminuto botón que había en su reloj. Una luz iluminó la esfera.

—Son las once. Todavía es pronto.

—La puerta ya está bloqueada. Todo ha estado tranquilo. El zombie del pasillo se cayó por las escaleras, el muy imbécil.

—¿No has dormido? —Megumi frunció el ceño. Sintió que toda su sangre bajaba a su cabeza y se volvió a tumbar, mirando el techo.

—Sí, pero me desperté hace un rato.

Habían estado hablando antes de eso. Sobre la comida, sobre que las sábanas eran demasiado finas. La conversación se había ido extinguiendo y se habían dormido. Había sido irremediable. El cansancio les había derrotado con tanta facilidad.

Jailbreak || SukuFushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora