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Su padre pasaba poco tiempo en casa, así que Megumi siempre intentaba estar cerca cuando no tenía nada más que hacer.

Normalmente, después de acabar las tareas de clase, Toji y él iban de compras, salían a dar un paseo o iban al campo de tiro a pasar el rato. Sin embargo, ese día estaba lloviendo y hacía un frío horrible, por lo que decidieron quedarse en casa.

Estuvo estudiando toda la tarde porque el lunes tenía un examen de matemáticas que no podía suspender bajo ningún concepto, y además la profesora de inglés había decidido que era un buen momento para mandarles hacer una redacción. A las ocho de la noche se levantó de su silla y dio por terminadas sus ganas y su motivación de estudiar. Se arrastró al salón con el pijama ya puesto y los pasos de Kuro detrás de los suyos.

—¿Te apetece ver una película? —preguntó su padre, desde el sofá. A sus pies, Shiro descansaba, con sus orejas moviéndose al escuchar cada voz de la conversación —. Empezó hace media hora.

—Está bien —Megumi se sentó perezosamente en el otro extremo del sofá. Estaba cansado, lo suficiente como para ignorar que Kuro estaba pidiendo más caricias —Ahora no... —le dijo al perro, encogiéndose contra un cojín.

Kuro fue a tumbarse junto a Shiro, o más bien a molestarlo y ganar algo de atención. Megumi pensó que podría tener una noche tranquila, pero no resultó ser así.

Porque había dos hombres besándose en la pantalla. De un momento a otro, sin previo aviso, un beso largo y exagerado con dos planos de imagen distintos y apenas banda sonora, podía escuchar perfectamente el sonido de sus respiraciones, de las manos deslizándose por la ropa. Las mejillas de Megumi se encendieron, sintió el horrible impulso de levantarse e irse, abandonar la sala con cualquier excusa. Él también sentía que se quedaba sin aire, que su padre lo estaba observando con una pregunta en la punta de la lengua.

En realidad, Toji seguía viendo la pantalla, tranquilo, mientras Megumi se sentía arrancado de la rutina escolar y empujado delante de un gran foco de luz que caía desde el techo. Su corazón palpitaba en sus oídos, se sentía sin aliento. Miró al suelo en vez de a la televisión, rígido, sintiendo el peso de aquella vergonzosa carga sobre los hombros.

Tuvo miedo. ¿Qué estaba pensando su padre? Estaba seguro de que podía notarlo, notar que su hijo era raro. Megumi apenas tenía trece años, no sabía qué hacer en esa situación, ni cómo lidiar con el hecho de que se sentía fuera de lugar en todas partes.

La escena cambió. Pudo respirar tranquilo, dejar salir todo el aire que había estado conteniendo. "Es asqueroso," pensó. "Sólo miré por curiosidad."

—¿Quieres pedir pizza? —Si su padre vio algo raro en él o no, como su rostro rojizo, no lo mencionó. Su estómago rugió.

—Está bien —Megumi se incorporó de golpe, con los puños cerrados a ambos lados del cuerpo. Extraño —. Yo llamaré.

—Lo de siempre para mí.

Salió del salón como si tuviera alas en los tobillos y fue a encerrarse en la cocina, donde estaba el folleto publicitario de la pizzería más cercana. Marcó el número.

Ya no tenía ganas de ver esa película.

Años después, la vergüenza se transformaría en arrepentimiento y rabia. Estaba en la habitación de su hermana, sosteniendo una bandeja con pastas que había comprado esa mañana en la confitería de la esquina. Todas las amigas de Tsumiki estaban allí reunidas, con sus libros de la universidad y ordenadores para hacer un trabajo, aunque parecía que no estaban haciendo precisamente eso.

Jailbreak || SukuFushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora