5. Desespero

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Con el corazón palpitante y las greñas pegadas a mi cara, consecuencia del calor, había puesto mi habitación patas arriba

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Con el corazón palpitante y las greñas pegadas a mi cara, consecuencia del calor, había puesto mi habitación patas arriba. Desde que llegué a casa, esa mañana, me dediqué a revisar de cajón en cajón en mi escritorio. Sin pista del libro, revoloteé las sábanas de mi cama, el cesto de la ropa sucia y el de la basura. El estante donde mis ejemplares se guardaban apilados, se convirtió en un revoltijo desorganizado, debido a que saqué cada uno por si mi mamá lo había puesto ahí, aunque ella negase haberlo visto.

― ¿Dónde estás? Por favor aparece ―le supliqué en silencio al objeto ausente. Dejé caer mi espalda sobre el suelo, cansada de la búsqueda exhaustiva. No quedaba ninguna duda, Xóchitl lo había escondido―. Kiki, responde ―le pedí a la gata que me veía con cara de pocos amigos―, ¿viste si mi hermana entró al cuarto? ¿ella se lo llevó, verdad?

La gata se acicaló la panza.

― ¡Meztli, necesito que bajes y apagues la olla de la estufa en unos diez minutos! Tu tía y yo, en un ratito, iremos con Serafina a ofrecerle perfumes.

Escuché gritar desde abajo. ― ¡Sí, cuando se vayan me avisan! ―grité de vuelta―. Ahora estoy en una crisis por perder lo más preciado ―dije para mí misma.

En la tormenta de desesperación que me encontraba, me vi obligada a desempeñar el papel de una loca. Detestaba la insistencia molesta de mi hermana, a pesar de que ella me aventajaba por varios años.

En nuestra infancia, Xóchitl y yo fuimos inseparables. Tan unidas que ninguna de nosotras podía enfrentarse al día sin la otra. Hasta el punto que nuestra madre nos compraba mochilas, loncheras y libretas idénticas para la escuela. Compartíamos gustos por las mismas caricaturas y disfrutábamos realizando actividades juntas, desde dramatizar a los personajes de nuestras series favoritas hasta escondernos entre los árboles del parque y simular ser piratas intrépidas en busca de tesoros enterrados.

Sin embargo, la adolescencia la alcanzó antes a ella que a mí, y nuestros intereses comenzaron a divergir. Mientras yo aún sostenía la creencia ingenua de que seríamos inseparables para siempre, mi hermana empezó a preferir la compañía de sus amistades a la nuestra. Cuando ingresó a la universidad, el peso de sus estudios en medicina la llevó al límite de su cordura. Pasaba más tiempo entre las paredes de la institución académica que en nuestro hogar, lo que dejó en mis manos la responsabilidad de ayudar a nuestra madre con el negocio familiar. No puedo negar que esa carga, a veces, me resultaba inaguantable aunque yo me esforcé en esconder aquella sensación. No obstante, mi paciencia tenía un límite, especialmente considerando que yo aún cursaba la preparatoria y buscaba emplear mis tardes libres en el estudio y la lectura.

Pero nuestra familia confiaba con toda plenitud en Xóchitl, esperanzados en que tendría un futuro brillante como doctora. Iba a ser la primera en varias generaciones en graduarse en una carrera tan exigente, por lo que mi mamá me exigía también a mí ser tan brillante como mi hermana. Sin embargo, como bien dice Benjamín Franklin: "en esta vida no hay nada seguro, excepto la muerte y los impuestos". Y así, el anuncio del embarazo de mi hermana nos sorprendió a todas. Nadie lo anticipó, ni siquiera la Señora Rosy, quien se jactaba de tener visiones clarividentes.

Por un deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora