18. Por un deseo

17 5 0
                                    

Empujé la reja de la casa

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Empujé la reja de la casa. No había manera en el mundo que yo dejase que todo acabase sin intentar remediarlo.

Después de la revelación de Samuel, él dejó caerse en el pavimiento como si toda energía que sucumbiera de su interior lo abandonase en un segundo. Tuve que ayudarle a moverse. Pasé mi brazo alrededor de él para que se apoyase en mí y ambos pudiéramos abandonar la calle de la fuente. Para aquel punto, la lluvia densa otra vez se había soltado sin considerar nuestra presencia.

Mi mamá fue la primera en vernos entrar. Ella estaba sentada en la mesa del comedor con mi tía Hermila, la señora Rosy y mi hermana. Cartones de lotería con granos de lentejas evidenciaban que habíamos interrumpido el juego con nuestra lamentable y triste situación. Conduje a Samuel hasta el sofá de la sala y dejé que cayera con cuidado.

― ¿Qué les pasó? ¿Por qué vienen empapados, Meztli? ―quiso saber mi mamá mientras se acercó a nosotros.

― ¿Qué le pasa a Samuel? ¿Se siente mal? ―inquirió mi tía y puso su mano en la frente de él. ― ¡Dios Santo!  Está hirviendo. Xóchitl, trae una compresa con hielos, apúrate.

Mi hermana se dirigió al refrigerador.

La señora Rosy, quien tenía expresión de entender muy poco, se levantó de la silla.

― ¿Le pasó algo, Meztli? ―preguntó mi mamá.

La voz de mi interior se bloqueó, lo cual hizo que la voz evocada de mis cuerdas vocales no tuviese la fuerza de salir. ¿Qué pude haberles dicho? ¿Cómo puedes explicarle las cosas a alguien más si ni siquiera puedes explicártelo a ti mismo?

― ¿Qué es lo que trae en la mano? ―preguntó la señora Rosy―, ¿hongo? Tengo un remedio casero para cualquier malestar físico.

Xóchitl le dio a mi tía Hermila el trapo con hielos.

―Creo que Samuel va a desaparecer ―me escuché pronunciar aquella aceptación en un susurro mientras mi mente terminaba de comprender la locura que sucedía.

―Pero, ¿qué dices, Meztli? ―preguntó mi mamá, preocupada―. ¿Cómo que desaparecer?

―Algo aquí huele bastante mal ―confesó la señora Rosy al tiempo que se acercó a Samuel para escudriñar su mano entrelazada con las raíces de la moneda―. Cuando te conocí detecté una vibra extra en ti, muchacho. Tú no perteneces a este mundo, ¿verdad?

―Qué va, Rosario ―le dijo mi tía, molesta―. Estás viendo que el chamaco está casi desmayado y le sueltas esas sandeces.

―No soy sandeces, tía ―intervine yo―. Creo que Samuel de verdad no pertenece aquí. Desconozco si tiene relación, pero yo hace unos meses compré un libro secreto que una señora me ofreció, dijo que era especial. Pensé que se refería a la historia no a que su protagonista salía de las páginas, ¿me entienden? ―dije todo eso sin respirar―. Entonces lo abrí, había un par de monedas sin valor porque Felipe dijo que no tenían nada de oro porque es alérgico a los productos de fantasía y debe cerciorarse que sea lo que se ponga, él y su hermana, sea oro. Oro real. Y dije, está bien. Me importa poco. Las monedas son hermosas, pero el día que Iván. ―Decidí guardarme esos detalles para mí―. No importa. La cuestión es que Lucía me dijo que pidiese un deseo en la fuente de Tenerías.

Por un deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora