Capítulo 11 - El jardín marchito de los recuerdos (Parte 2)

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Lucifer, jamás volvió.

Por su nulo interés en uno del otro, la ausencia de Lilith no le extrañó en absoluto.

Las veces que estaban juntos era para recibir la visita de los ángeles, donde se les notificaba los deseos de Dios. Y aparte de eso, a veces se reunían para dormir juntos y hacer las actividades diarias, para disminuir el tiempo de realización de estas.

Sin embargo, los días no paraban de aumentar su desesperación, no solo sintió la falta de su compañera; sino que un vacío mucho más grande comenzaba a crearse en él cuando Lucifer no se había presentado más.

Lucifer no podía desaparecer, su deber era visitar el paraíso diariamente para asegurarse del bienestar de los queridos hijos de Dios.

Adam no tenía noción del tiempo, no medía los días, horas, minutos o segundos, pero, en cada amanecer le rezaba sin parar a su padre para tener de nuevo la oportunidad de verlos, a su ángel y a su colega. 

En cada anochecer, Adam lloraba sin sentir nada, no conocía la tristeza en su máximo esplendor, y, aun así, reconocía la debilidad de su alma.

¿Habrá enfadado a su padre?, ¿Al cielo?, ¿Qué había hecho para merecer este castigo?

Cada puesta de sol era un martirio. Nunca había experimentado la soledad y la frialdad de ella lo congelaba cada vez más.

Lo único que lo hacía seguir con un efímero brillo esperanzador era, a quien consideraba, su hijo, Lucy. 

Un pequeño patito bebé de pelaje blanco, ojos brillantes y tiernos, su plumaje tan suave como el algodón, suave y esponjoso, amoroso con el hombre que lo cría con mucho amor.

Le recordaba a ese ángel desaparecido, la amargura de su nostalgia se fusionaba con la imagen, algo estúpida, de su guardián.

Era lo que lo mantenía firme, no iba a olvidar su deber de cuidar a cada animal viviendo en el paraíso, su amor por la vida y belleza de su hogar lo hacía andar cada día, y sobre todo, la fe de que en algún momento, ellos volverán.

Adam se casó con su fe, sin embargo, la duda era un veneno excesivamente toxico, que comenzaba a hacer efecto. Y sin respuestas tempranas, su mente se volvió en su contra.

Tampoco había recibido mensajes de los ángeles desde que Lucifer pasó por ese portal. Cuando terminó ese día, pareció como si todo se hubiera detenido. La presión aumentaba, se sentía, perdido.


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Era una noche agradable con sonidos de animales durmiendo a su alrededor, y la ventisca rozaba toda su piel como caricias.

No conocía bien el tiempo, en un punto dejó de tomarle importancia. Solo sabía que no hacía nada más que seguir esperando, pacientemente, por alguna noticia.

En un inicio, cuando quedo perdido en el tiempo, su tristeza se volvía ira continuamente, ira que se desvanecía al poco rato, no controlaba sus emociones, pero sabia que ese malestar le perjudicaba, así que se acostumbró a su dulce soledad.

Mientras conciliaba el sueño, sintió un ardor por todo su cuerpo, más especifico en su torso, sin embargo, no pudo reaccionar, cayó dormido involuntariamente.

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Al despertar, revisó por todas partes alarmado, solo conocía el dolor emocional, el paraíso no podía lastimarlo.

Un amor perdido: Lucifer x AdamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora