Capítulo 12 - El jardín marchito de los recuerdos (Parte 3)

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Toda la espera llegó a su fin una noche templada.

Adam yacía recostado sobre el suave pelaje de un gran tigre, domado por la tranquilidad y brindando comodidad a ambos humanos.

Una noche demasiado distinta. Clavó su mirar al cielo estrellado para perderse.

Eva dormía en su pecho y el la resguardaba con un cálido abrazo, dando seguridad e intimidad.

Este escenario le hizo recordar al hombre las primeras noches de creación. Donde Lilith y el aun pasaban por el proceso de conocerse, recibían visitas de todos los arcángeles para dictarles las ordenes de Dios, y darles toda la confianza (presión) de ser la creación divina del Señor, teniendo como tarea crear la humanidad a semejanza de Dios sin refutar.

Las primeras veladas fueron maravillosas, no conocían a ningún otro humano, no sabían absolutamente nada, solo estaban eufóricos con las enseñanzas de los ángeles y su sentir del deber era firme.

Siempre estaban juntos, nunca se separaban por ningún motivo. Siempre entrelazaban sus manos de la manera en que fueron enseñados. Sin pena ni ningún mal sentimiento. Cuidaban de la naturaleza con todo el amor y devoción posible, eran la pareja perfecta.

Adam se preguntó si realmente se llegaron a amar en algún punto.

Dándose cuenta de ese pensamiento tan vergonzoso, alejó su duda.

Su hilo de pensamientos terminó con una nueva duda "¿Por qué todo había cambiado?"

Sus ojos se cerraron de sueño, lo único que pudo visualizar fue a ese ángel perdido y su llegada al Edén como su guardián. Un ser tan pequeño, pero tan hermoso, un chico rubio de ojos azules y piel pálida, con una sonrisa radiante y una personalidad soñadora e inspiradora, así fue como se presentó ante ellos.

Lo demás, es historia.

Adam no quería recordarlo, no quería estropear su relación con Eva, su melancolía no debía existir más.

Sujetó con más fuerza a su esposa y se embriagó por su olor tan dulce, dándole la calma que necesitaba para cerrar sus ansiosos pensamientos y acompañarla al reino de los sueños.

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No estaba despierto, pero la ausencia de Eva lo alarmó tanto qué abrió los ojos de manera repentina, arrepintiéndose de inmediato al recibir una luz cegadora que lo aturdió.

Mientras intentaba cesar el dolor de sus cuencas, Adam sabía que no estaba más en el Edén, su tacto solo era áspero en ese piso completamente blanco. Y al observar el nuevo lugar en el que se encontraba, cayó en cuenta de lo que pasaba, conocía ese lugar, suspiro cansado al estar de nuevo ahí.

En medio del brillo etéreo del reino celestial, el Arcángel Miguel se alzaba alto y orgulloso, su figura era un faro de poder divino y determinación inquebrantable. Su estatura, aunque esbelta, exudaba un aire de fuerza inquebrantable, Su cabello dorado y suelto, que recordaba a los rayos de sol bailando sobre un campo de trigo, iluminaba un rostro grabado con la sabiduría de siglos. Sus ojos, como recipientes del zafiro más profundo, contenían una intensidad que podía traspasar el velo de cualquier engaño, reflejando las profundidades ilimitadas de su fe inquebrantable.

Vestido con una resplandeciente prenda del blanco más puro, adornada con intrincados hilos de oro, exudaba un aura de regia elegancia acorde con su rango celestial. Los detalles en azul, entretejidos en la tela con un toque celestial, brillaban con una luz de otro mundo, insinuando el poder ilimitado que corría por sus venas.

Un amor perdido: Lucifer x AdamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora