CAPÍTULO I

10 3 0
                                    

Era sábado, el primer sábado del caluroso julio de 1903. El Sol se asomaba por el horizonte dando la bienvenida a la mañana. Aisladas nubes surcaban el infinito plano azul que se mantenía sobre las cabezas de los condenados a sufrir los efectos de la gravedad. El canto de un ruiseñor solitario desde un cedro añadía sonido al amanecer.

La entrada a la ciudad de Anhkara se mantenía, como siempre, llena de personas intentando pasar el control de Aduana. Formaban una fila, tan larga como unos 30 troncos de secuoya, esperando su oportunidad de entrar en la ciudad que les daría un nuevo rumbo a su vida.

Los aspirantes venían en grupos, conversando entre ellos para matar el tiempo. Una pregunta salió al aire inesperadamente:

-¿La ciudad siempre ha sido tan estricta con la aduana?- preguntó un chico de unos 17 años. Su aspecto no decía mucho de él, traía ropas anchas de tela gris con una espada en su empuñadura, sus ojos color miel eran bastante expresivos y su cabello, del mismo color que los ojos, estaba algo desordenado.

-Chico, eso es un tema bastante delicado, pero seré sincero contigo. Desde que el Monarca anterior falleció y su hijo tomó el trono, el sistema se ha vuelto más tiránico cada día. Probablemente seamos de los últimos grupos de personas que entren a Anhkara.- contestó el hombre con cara de angustia. Él era calvo, de mediana edad, su piel reflejaba la imagen de una rama de canela, cargaba un hacha de gran tamaño en su hombro. Sus ropajes eran bastante discretos, chaqueta de cuero sin botones y pantalones a media pantorrilla del mismo material.

-No esperaba caer en este tipo de conversación haciendo esa pregunta, perdón por la incordia señor...

-Frantz, mis camaradas me llaman Frantz.

-Un gusto- dijo extendiendo su mano a modo de saludo. Tras Frantz estrecharla él continuó:

-El mío es Dante, y quién me acompaña es Morgana- añadió presentando a la chica, una joven de alrededor de 15 años, tenía el pelo moreno, los ojos color ámbar te hacían sentir que eras bien atendido, medía 176cm de altura, inferior a Dante por unos 5cm, y portaba un bastón del largo de su pierna. Vestía conservadoramente, una túnica negra cubría su sencillo vestido gris en su totalidad. No tenía la intención de destacar y lo demostró con la mirada lanzada a Dante por la acción de presentarla.

-Dante, Morgana. Un placer conocerlos a ambos- reverenció Frantz.

La conversación se extendió en el tiempo y ninguno de los presentes lo notaba, pero cada vez se acercaban más a su turno de entrar al control de Aduana.

Pero todo era distinto dentro de los muros de la ciudad. La misma estaba dividida en tres zonas: La zona central, donde se encontraba la entrada a la mazmorra, solo los más acaudalados podían acceder a una vivienda en esa zona, esto la convertía en la zona de la "clase alta" de Anhkara. La zona media, están entre la entrada a la mazmorra y el muro de la ciudad, básicamente este era el sector de la "clase media" en la ciudad. Y la zona exterior, el borde del muro divisorio, este era el lugar donde reunían a las personas de "clase baja".

En la zona exterior había un lugar inhabitable para los humanos, el cuál fue bautizado como Spriggan hacía ya algunos años.

Entre los escombros, un hombre, erguido de frente a una casa en ruinas, se podía ver desde la distancia. De cerca, podías notar que llevaba una camisa color azul oscuro, tan oscuro como la misma noche, unos pantalones negros y seis fundas de distintos tamaños en su espalda, todas ocupadas por espadas. El pelo casi no se notaba, debido a su capucha, pero el color que dominaba la zona de su cabeza era como si de hueso se tratara.

Miró atrás por encima del hombro y pudo notar que alguien lo vigilaba desde la otra parte de la ruina.

Desapareció de su rango de visión en menos de un segundo y el hombre que vigilaba sintió que algo punzante atravesaba su pecho desde la espalda.

La sangre escurría por todo su cuerpo. Su último suspiro fue acompañado por el dolor y la agonía de desconocer la causa de la sensación punzante que lo agujereaba. Cayó. Su cara besó el suelo. Detrás de su cuerpo, una silueta estaba de pie, firme como roble, pertenecía al sospechoso hombre que antes estaba de pie frente a las ruinas de una casa, su casa.

La Gema de la CreaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora