CAPITULO IV

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La oscuridad de la noche sirvió de cobertura para algunos sucesos tan turbios como agua de pantano. Entre el manto de aquel sinuoso momento, la maldad de algunos humanos brotó de sus poros y, apoyándose en la oportunidad brindada, salieron a dar rienda suelta a sus impulsos. El silencio de aquella noche fue interrumpido varias veces por ruidos descontrolados, gritos desgarradores ahogados en sangre.

El alba llegó, anunciando que el momento de desgracia había acabado. La luz del nuevo Sol bañaba a toda la ciudad, devolviendo el calor, la libertad y la esperanza. Las nubes volvieron a dejarse notar, devolviendo el color blanco que había sido robado del firmamento. Poco a poco, el Sol se asomaba, pero lo que conllevaría luz se transformó por un segundo en sombra. Imponiendo su etéreo amor ante la necesidad de luz de la Tierra, la Luna estaba en su punto más cercano a su platónico amante.

En su ventana, contemplando el fenómeno, estaba Frantz. Su cara estaba aún mojada, ya que hasta ese momento estaba en el baño, lavándola. Reaccionó con euforia al notar que el Sol se veía muy extraño. Del haz de luz normalmente emitido solo se podía apreciar un anillo. Pero eso no fue todo lo que vio. Había algo que, por un momento, ocultó totalmente el anillo de luz. Una criatura pasó volando por encima de la ciudad, una criatura que me atrevo a afirmar que era un dragón de anillo solar.

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Una vez estuvo listo el desayuno, en la posada acostumbraban a despertar a los huéspedes para que estos pudiesen comer y prepararse para el día que les esperaba. La posadera caminaba por la escalera hacia el segundo piso. La madera de los escalones crujía agudamente con cada paso. Su mano se arrastraba por aquella barandilla de abeto pintada de anaranjado, reproduciendo un sonido cual serpiente desértica sobre la arena caliente. Detuvo su andar en el momento en el que estuvo frente a la puerta de la habitación que actualmente ocupaban Dante y Morgana.

Posó su mano en el picaporte. Este estaba cromado hacía bastante tiempo, por lo cual una leve capa de óxido lo cubría sutilmente. La solidez de la madera con la que estaba hecha la puerta era digna de sorpresa, dado que originalmente estuvo en alguna parte del calabozo del palacio real. La aldaba no había sido reemplazada, por lo que conservaba la cobriza capa que el tiempo le había proporcionado.

Dos toques a la madera.

Silencio.

Nadie respondía desde el interior de la habitación. El crujido de la madera volvió a opacar al silencio, pero este se superpuso nuevamente.

La mano de la posadera giró sobre el cromado picaporte, recreando el sonido de un par de piedras rebotando entre sí. Empujó suavemente la puerta, cuyas bisagras, necesitadas de engrase, rechinaron agudamente con cada centímetro que se movían. Entró, despacio, a la habitación y dentro encontróse con uno de los escenarios previamente imaginados por ella.

En la cama de la izquierda, la más cercana a la puerta yacía Morgana. Tranquilamente recostada de lado en ropa interior, semitapada por una sábana blanca. A su lado, o cabe decir casi sobre ella, yacía Dante. Su brazo rodeaba el cuerpo de la chica y su cuerpo estaba posicionado para encajar perfectamente con el de ella. Dante, también en ropa interior, dormía plácidamente mientras la otra cama estaba perfectamente recogida, como si no hubiera sido usada esa noche.

Por la última interacción, además de la luz que se filtraba desde la ventana hasta sus ojos, Dante se despertó. Miró de reojo a la posadera y alzó su voz.

-Mory. Será mejor que despiertes. Nos están llamando.

Morgana abrió, entre varios pestañeos, sus ojos.

-¿Dan, qué está pasando?

-Vístete. Vamos a bajar.

-¿Tan temprano? ¿Por qué? Yo quería quedarme aquí, contigo.

-Vamos- dijo empujando suavemente a Morgana por su cintura -no hagamos esperar a la señorita.

-Yo mejor me retiro- añadió la posadera antes de abandonar la habitación.

Bajaron, tras arreglarse, ambos de la mano. Por la escalera se escuchaban risas indiscretas y algunas bromas hacia la cara de la posadera.

Una vez habían terminado con el desayuno. Salieron a caminar por la ciudad. El Sol golpeaba sin tapujos a cualquiera que se atreviese a abandonar un área de sombra. Dando poca importancia a eso, caminaban por la ciudad planeando lo que harían después.

-Dan ¿Qué haremos ahora?

-Sinceramente, creo que lo mejor es entrar en la mazmorra. Ahí obtendremos lo necesario para sobrevivir en esta ciudad.

La Gema de la CreaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora