CAPITULO VI

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Bajaban al unísono las basálticas escaleras de la mazmorra. Un fuerte olor a humedad inundaba sus narices como el monótono sonido de las gotas de agua en caída libre llenaba sus oídos. La escalera estaba escasamente iluminada por candelabros de acero con velas amarillas. Estos, ubicados en repetitivos agujeros en las paredes de la misma, eran reemplazados periódicamente, previniendo así su oxidación.

Caminaban.

Una pequeña acumulación de agua bajo sus pies produjo un leve salpicar.

Caminaban.

Ella apretó su mano tras la sorpresiva aparición de un revoloteante murciélago frente a ellos. Un corte dividió a la pobre criatura exactamente por la mitad. Dante enfundó su espada nuevamente, espirando durante un tiempo prolongado.

Abrazó a Morgana, susurrando en su oído que todo estaría bien. Dante lo sabía. Sería difícil sacarla de su crisis de quiroptofobia. Pero él era el único capaz de lograrlo.

Una vez Morgana pudo moverse nuevamente, continuaron su descenso. Al final de su camino, lograron visionar una luz, la luz al final del túnel.

Entraron en el primer salón. Junto a la escalera habían dos carteles con notas para los valientes que se atrevieran a bajar.

-Mira Dan- dijo señalando a uno de los carteles. Acercóse este para leer claramente.

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Muchos héroes, desde la ciudad de arriba, se han aventurado en esta mazmorra antes que tú, y de la mayoría no se ha vuelto a saber nada más.
Se rumorea que en lo más profundo se encuentra la legendaria Gema de la Creación, pero, también de lo más profundo, emana una energía maligna que corrompe todo lo que alcanza y se abre camino, poco a poco, hacia la ciudad.
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-Esto es malo. Tengo un mal presentimiento con todo esto- excusó Morgana.

-Puedes estar tranquila, voy a protegerte con mi vida. Ese es mi juramento.

-Pero... Hay otro problema muy poco tranquilizante- añadió señalando al otro cartel. Dante se acercó para dar lectura en voz alta a este.

          X X X X X X X X X X X X X
Los niveles superiores de la mazmorra constituyen el sistema de alcantarillado de la ciudad.
Mientras asciende la energía oscura, las criaturas normalmente inofensivas de las alcantarillas se vuelven cada vez más agresivas. La ciudad ha enviado patrullas de guardia aquí abajo para "mantener la seguridad" de aquellos que viven en la superficie.
El lugar es peligroso, pero la magia maligna tiene una débil presencia.
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-Esto es muy poco tranquilizante, no sé, al menos para mí- comentó Dante.

Justo después del comentario, se escucharon repetidas pisadas sobre el agua. Velozmente, una criatura se acercaba desde la habitación contigua. Respiraciones agitadas y leves gruñidos sirvieron de presentación a aquel roedor de 1m de altura.

Dos pisos abajo, en el salón de descenso, había un hombre desconocido por la sociedad. Oculto entre las sombras de aquel salón era simplemente imperceptible, ya que la humedad del ambiente bloqueaba el olfato de su objetivo.

Como adversario tenía a un guardia enviado por la ciudad. Las precauciones no sobraban.

Acechaba, esperando su oportunidad para atacar en cuanto el enemigo estuviese débil o distraído.

La tensión sobre él aumentó drásticamente. Pareciese que estaba en el último disparo de una ronda de penales. Sabía que necesitaba practicar en ese método, así que esperaba pacientemente su momento.

Una gota de sudor corría a través de su frente, pasó por su nariz, su pómulo, rodeó sus labios y se arrastró por todo su mentón.

Nada pudo hacer para interceptarla, la gota terminó siendo víctima de la gravedad. Su punto de aterrizaje fue el sensible ojo de una rata de alcantarilla. Un rápido e ineludible ataque acabó con la vida del roedor antes de darle tiempo siquiera a respirar. La pútrida sangre del animal terminó tiñendo la turbia agua que en ese lugar hacía un cúmulo. Un rojo grisáceo. Ese fue el tono que abundó en aquel lugar.

El hombre abandonó su posición de espera con gran desprecio hacia la rata. Con una voz firme pero baja comentó:

-Realmente detesto a esas alimañas. Pensaba divertirme contigo- desenfundó dos de sus espadas -pero esa peste arruinó todo.¡Ven! Estoy esperándote.

Su enemigo no respondió, así que él le lanzó sus espadas a la vez que sacaba otras dos. Eso tampoco incitó a su enemigo a atacar, así que también le lanzó esas dos. Cómo con las anteriores, su adversario simplemente las esquivó.

Entonces, el hombre de cabello de hueso hizo algo que su adversario no esperaba. Las últimas espadas de sus manos fueron enterradas por él mismo en el basáltico suelo. Luego de eso, se puso en guardia, como si fuera un boxeador profesional. El enemigo no desaprovechó la oportunidad que tenía en frente y se acercó al desarmado enemigo que estaba frente a él. Ese fue su peor error. En cuanto el enemigo acortó distancias, las segundas espadas que había lanzado regresaron a sus manos. Una fugaz maniobra fue lo necesario para cercenar los brazos y la cabeza de su objetivo.

El cadáver cayó al suelo mientras el vencedor enfundaba sus seis espadas.

La Gema de la CreaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora