chapter five

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❨ capítulo cinco ❩⋆my Abuela's house

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my Abuela's house

She may be gone from this earth, but her memories will always live on in my heart

Cuando la abuela murió era miércoles. Victoria trabaja por la mañana, uno de esos días raros en los que no hacía doble turno. Le llamaron al trabajo para notificarle la defunción, su hermano lo hizo. Aquel día Luis almorzaba en el instituto y se quedaba para las extraescolares, por lo que llegó tarde.
Victoria no había dejado surcar ni una lágrima, pero al ver el rostro alegre del niño, envuelto en ropa de abrigo y con las mejillas sonrojadas por el frío no pudo evitar echarse a llorar. Primero fue un sollozo, que sonó como el alarido de un animal aguardando el matadero. "¿Qué ocurre, mai?" El niño corrió hacia ella, levantándola por los codos, inspeccionando que ninguna herida tintara su cuerpo. Un respiración contenida en amargura desinfló el pecho de la mujer y entonces se echó a llorar; los ojos entrecerrados, la nariz arrugada y un llanto que erizaba la piel.

   «Güelita» balbuceó, atragantándose con sus propias palabras y un llanto retraído.
   «¿Qué ha pasado?» La zarandeó, buscando la mínima reacción, que conectara la mirada «¿Se ha vuelto a caer? ¿Mai?» Mil preguntas recorrían su mente, todas con el mismo destino fatal que acechaba a su abuela. Llevaba mala mucho tiempo -más bien, llevaba mucho tiempo sin estar buena-, había pasado dos operaciones a corazón abierto y la suerte se le escurría de los dedos cada día que pasaba. Incluso un simple resfriado podía llevarla consigo. Victoria fingía que la cosa no pintaba mal, "se la ve mucho mejor" solía decir, pero Luis no era tonto y la crudeza de la realidad brillaba ante sus ojos como la más imponente verdad. No importaba los esfuerzos que la mujer hiciera por engañarlo, o engañarse a sí misma, había lo que había.

Partieron al día siguiente, en la caravana de los Sargeant hacia Puerto Rico. Logan y Luis agazapados al fondo, compartiendo unos auriculares. Los Sargeant delante y Victoria y Juliette en el medio. La niña sacudía sus ondas rubias a cada rato para mirar a los dos adolescentes, procurando que Luis no llorara. Sabía que no lloraría, nunca lo había visto llorar, pero quería estar ahí en caso de que lo hiciera, por si necesita consuelo. Si ha de llorar frente a alguien, mejor que sea por su abuela. La mujer era un rayo de sol frente a sus ojos, una fuente perpetua de amor, la encargada de insuflar respeto y cultura en él.

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