chapter eight

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❨ capítulo ocho ❩⋆The house of forgotten memories

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❨ capítulo ocho ❩

The house of forgotten memories

Todos se van. La casa permanece deshabitada, con memorias a olvidar y grandes vergüenzas como única compañía. El primero en irse fue Dalton, pero de aquello ya hacía mucho tiempo. La ausencia de Logan fue mucho más notoria, ahora queda Juliette, olvidada en su propia casa, con la compañía eventual de sus padres. Luis también estaba solo, pero ya se había acostumbrado a la soledad de una familia monoparental.
Junto a Logan desapareció su risa, y su estúpido acento sureño, la infinidad de veces que Logan y él se habían quedado en la casa del otro, los secretos compartidos, las visitas ocasionales para verlo en los karts. Todo se había desvanecido en cuestión de segundos, y ahora ambos estaban muy ocupados, hablaban de vez en cuando como viejos conocidos.

   —Nene tenés una carta de Oscar— Otra. Dicha carta reside sobre la mesa de madera. El sobre es blanco impoluto y la escritura divulgada de Oscar mancha el borde superior. —Está todo enchochado el muchachin este eh— Ríe ella.
   —Menuda tontería, mai— Las mejillas se le tintan y es incapaz de esconderlo por mucho que sacuda la cabeza.
—Okay, okay— alza los brazos ella. La carta llega a sus manos como un beso agridulce. De: Oscar Piastri, para: Luis Cortez.
La mujer se encamina a la mesa, agarrando su bolso—Bue, yo me voy, me tiene cuidado ¿sí?— Luis asiente distraído y la figura de su madre desaparece. Nuevamente solo.

De: Oscar Piastri, para: Luis Cortez. Se le estruja el pecho viendo su letra. Luis quiere pensar que se esta empezando a olvidar de él; de su sonrisa melosa y su tono pausado, pero permanece claro en mente como un aspecto recurrente.
Las cartas de Oscar residen bajo la cama, en una caja de cartón, como un sucio secreto. Suele responder cada dos cartas, con un terrible sentimiento de culpa asolándole el corazón. Le tiembla el pulso cuando escribe y las letras se agrandan tanto que parecen más grabatos que letras.


    Hola Luis!
Hoy estaba hablado con Lo y me ha dicho que siempre debería vivir para las cosas pequeñas de la vida (Logan se pone muy filósofo a veces). Cosas como vivir por los amaneceres a las 5 de la mañana y los atardeceres a las 5 de la tarde, siempre se ven colores en el cielo que no suelen pertenecerle. Los viajes de carretera, con la música alta y el pelo en el viento. Vivir por los días en los que te rodeas con la gente que quieres (y cito a Logan) que te hacen sentir que el mundo no es un lugar tan frío y despiadado. Dice que las cosas pequeña son las que al final del día, o dentro de 10 años, perduran en tu memoria como aquello que hace la vida más dulce, más agradable de vivir, aquello que da sentido a la vida.
Al principio, quise pensar que todo aquello era muy retorcido, pero pensándolo luego yo solo tenía toda la razón del mundo. Me gusta comer vegemite por la mañana en las tostadas o los lamingtons de mi abuela, me gusta ver el sol cuando salgo a correr por la mañana, el olor de la playa (me recuerda a aquel verano), me gusta la sensación de pura adrenalina en el coche y el olor de los neumáticos quemados, me gusta leer tus cartas antes de dormir.
No me tengas esto muy en cuenta, es tarde y estoy cansado.

¿Tú qué tal estás? Espero que todo te vaya bien; los estudios, el italiano, tu madre.
Me gustó mucho el poema que escribiste en la última carta. Agradecí bastante la traducción jajaj.
No quiero ponerme raro, pero estoy desando que vengas a Italia, estoy seguro de que amarás esto, y te extraño.

Saludos y recuerdos,
Oscar.

La carta se tuerce entre sus manos como un metal candente

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La carta se tuerce entre sus manos como un metal candente. El recuerdo de los labios rosáceos de Oscar no le abandona, atormentándole como su propio demonio personal. Todas las pequeñas indirectas aparecen como versos fluorescentes; me recuerda a aquel verano, me gusta leer tus cartas antes de dormir, tu poema en italiano. Todo parece subrayado junto a las frases más obvias, estoy deseando verte y te extraño.

Había sido el australiano el que se decidió a escribir por primera vez. No una llamada, o un mensaje, una carta, labrada con sudor y lágrimas. Un carta, lo próximo mejor a hablar cara a cara con alguien; la tinta de tu bolígrafo, tus dedos sobre el papel, tu saliva cierra el envoltorio, tu aroma sellando el sobre. La letra se desentiende en trazos sentidos y verdaderos que escapan de lo genérico e impersonal de un mensaje de texto mal escrito. Oscar pone empeño y le envía una carta mostrando su cara más íntima, porque el bochorno le impide pulsar los números del teléfono o mandar un mensaje.

 Oscar pone empeño y le envía una carta mostrando su cara más íntima, porque el bochorno le impide pulsar los números del teléfono o mandar un mensaje

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   —Hola— Le planta un beso como gesto involuntario, como una rutina predeterminada. Luis se funde con pesar en el beso.
—Hola gordi— sonríe con dulzura, —¿Puedo hacer los deberes aquí?— Alza la bolsa rosa en la que guarda los libros, una mirada apenada tintando sus ojos.

—Claro, pasa— Se hace a un lado para dejarle paso. Ella pasa dentro con un suspiro —Iba a hacer la cena, ¿quieres?— Juliette asiente mientras se quita los zapatos, la bolsa de libros en el suelo mientras lo hace.
Se sienta allí en la cocina con él, mirándole cocinar de vez en cuando. Los ejercicios de literatura aborrecen su mente y es incapaz de articular las frases. El olor de las hamburguesas no tarda en azotarle, y lo toma como excusa suficiente para dejar sus deberes. Rodea la cintura del puertorriqueño y le besa el omoplato.

   —Gordo— murmura, —¿Tú me quieres?— Luis se atraganta, los brazos en su cintura como soga ahogándole.
   —Pues claro que sí, boba— Las mentiras escapan su boca como el aire que le llena pulmones, esquivando todo impedimento. No pretendía mentir cuando Juliette le preguntó si la quería, quizás la mentira se le hizo más fácil porque ante sus ojos no se mostraba ella. Ella no era la que, con ojos de cordero y expresión angelical, me preguntaba si su amor era recíproco. Oscar tenía sus mismos ojos, y fijándose en esa cualidad era mucho más fácil labrar el rostro del australiano sobre el de la hermana de su mejor amigo. —Te quiero— exclamó, las palabras eclosionando de su pecho como si de un hipo se tratara —Joder, te quiero tanto—, Oscar.
Era más fácil decirle an ella que l(o) quería, que pronunciarlo frente a él.































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1123 palabras |    sin revisar
QUE? QUE? No sé. Pasan muchas cosas.
Hice un pequeño guiño al prólogo y quedé bastante satisfecho en general.

P. D. He actualizado los gráficos en el prólogo y la zona gráfica!!!

Californian BabyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora