ANNA
Mierda. ¿Acaso me iba a salir todo mal aquella noche?
Nicklas se puso en pie de inmediato y yo casi me desmayé en ese instante cuando el oso hizo lo mismo sobre sus dos patas traseras y soltó un gruñido que no me pareció nada amigable. A pesar de la nieve y la poca luz que nos envolvía, fui capaz de ver sus colmillos y su cara malhumorada.
—Nick... —murmuré con voz temblorosa. No íbamos a tener tanta suerte como para sobrevivir a un accidente y a un ataque de oso en la misma noche.
—Son las barritas —dijo, sacándome de mis pensamientos—. Vamos a dárselas, a ver si se calma.
¿Qué?
Sin esperar una respuesta, me arrebató la mitad de la barrita, que era todo lo que me quedaba, y la sacó de su envoltorio de plástico antes de lanzarla con cuidado en dirección al oso.
—Espera, Nick. ¿Y si le enfadamos sin querer? —pregunté mientras se preparaba para lanzar la suya propia.
—Entonces tendremos que correr —musitó, no parecía muy divertido con la idea.
El oso observó las barritas con interés, olfateándolas antes de inclinarse y comenzar a mordisquearlas una a una. Mientras tanto, Nicklas me tomó del brazo con firmeza, sacándome del trance en el que me encontraba.
—Vamos.
Tiró de mí y me obligó a caminar a su lado, montaña abajo.
—Anna, venga —insistió sin detenerse—. Tenemos que seguir.
Asentí con la cabeza, todavía aturdida por la cercanía del peligro. Dejamos atrás al oso y comenzamos a andar, con Nicklas guiándome con determinación a través de la espesura de la nieve. Cada paso era un desafío, con el frío calándome hasta los huesos y mi mente luchando por procesar lo que acababa de ocurrir.
—¿Pero tú has visto a ese oso? Era gigante —comenté, todavía sintiendo el temblor en mi voz.
—Lo sé, por eso tenemos que seguir adelante —repitió Nicklas con paciencia. ¿Cómo podía mantener la calma en una situación como esta?—. Toma, coge esto.
Sin esperar mi respuesta, me pasó la mochila que agarré instintivamente. En cuestión de segundos, Nicklas me levantó sobre su espalda como si fuera un caballito y continuó caminando como si nada.
—Lo siento —murmuré, rompiendo el silencio en el que nos habíamos instalado minutos después—. Era enorme y se acercó demasiado a nosotros, no para darnos un abrazo precisamente. Me asusté y entré en pánico.
Nicklas apenas giró un poco la cabeza para observarme por encima su hombro, toda su atención estaba centrada en el vasto bosque que teníamos delante.
—Ahora somos un equipo, Anna.
Las palabras reconfortantes de Nicklas resonaron en mi corazón, disipando parte del miedo y la incertidumbre que se habían apoderado de mí desde el momento del accidente. Sentí un nudo en la garganta mientras las lágrimas luchaban por escapar de mis ojos. Sentada en su espalda, con los brazos rodeándole el cuello y la vista fija en el paisaje nevado que se extendía ante nosotros, parpadeé repetidas veces para evitar que se derramasen.
Yo también debía ser fuerte para Nicklas.
—Creo que ya puedo caminar sola —dije tras carraspear para aclarar mi garganta.
Tras eschucarme, Nicklas se detuvo y dobló las rodillas para acercarme al suelo y que me fuera más cómodo el volver a ponerme en pie, sin embargo, una de sus piernas se movió peligrosamente y él soltó un gemido de dolor.
ESTÁS LEYENDO
La Estrella del Norte
RomantizmDespués de salir de una relación tóxica, Anna opta por cambiar su mentalidad. Nada de chicos que la distraigan o que la hieran. En su cabeza, todo suena muy fácil: terminar la carrera con buenas notas, elegir una especialidad y encontrar una casa bo...