Abundancia

5 0 0
                                    

— Dime, ¿Qué es lo que más deseas?

Le pregunto al hombre sentado enfrente de mí. Suda y lo veo reflejado en su calva cabeza, sus manos tiemblan y se afloja la corbata.

Todos, hasta el más bravucón, termina en este estado cuando llega la hora de verse así mismo.

Con voz temblorosa y sin mirarme a los ojos me dice —dinero, poder, un imperio.

—Ambicioso, ¿no?— Impregno el sarcasmo que puedo en esas palabras. Todos los hombres blancos, en sus cincuenta y pico, desea lo mismo.

—¿Sabes cómo funciona esto? — Finalmente levanta la vista y observa alrededor, a la habitación, con las luces tenues, paredes oscuras, muebles elegantes, minimalistas y negros.

Pongo mis manos sobre la mesa luciendo unas uñas con perfecta manicura borgoña, un Rolex en una muñeca y un anillo más costoso que algunos vehículos en la otra. Aquí todo es High end.

Golpeo sobre la mesa para captar su atención y me mira los ojos. Comienzo a hablar

—Me tienes que decir qué es lo peor que has hecho en tu vida, lo más bajo que has caído, y si las voluntades elevadas me confirman que es cierto, te lo concederán a través de mí.

—Pero ¿cómo?

—Eso no te interesa, lo harán. — Digo con brusquedad y el hombre se retrae.

—¿Quiénes son ellos?

Mi paciencia se está acabando. Me quedo viéndolo, me concentro  y con mi atención en él muevo su silla con violencia hacia la pared. Se ve como su panza rebota al impacto.

El pobre comienza a gritar, típico.

—Está bien, está bien.

Muevo mi muñeca y de nuevo se encuentra cerca de la mesa.

—¿Entonces? Cuéntame tu momento más bajo en tu patética vida humana y cabe destacar que no me hagas repetirme de nuevo.

—Robé a mi madre que tiene Alzheimer. — Dice entre sollozos y lagrimas

—Cuéntame más. — Ahora si estamos llegando a donde quiero.

—¡No, por favor! — Dice sin consuelo, moqueando y lanzando saliva a la mesa.

—Ni yo, ni las voluntades elevadas, estamos impresionadas.

Se pasa las manos por la cara como mil veces y comienza a narrar: — ella cada vez estaba peor, no sabía que vivía en su propia casa, miraba al vacío. Ya no gastaba nada, solo comida y cuentas médicas. Mi padre le dejo toda la fortuna a ella para que la administrara y nada a mí.

—¿Por qué será?

No contesta, de nuevo solo lloriquea.

—Te advierto, ya me estoy cansando de esto. — Hago como que, si me voy a parar de la silla y empiezo a mover mi muñeca hacia él, Al parecer ya se está adiestrando; así que confiesa.

—Porque temía que lo gastara apostando.

—¡Ah, ya estamos llegando al fondo de esto! Un adicto a los juegos.

Cabizbajo termina su relato... —mientras la enfermera la alimentaba fui a su cuarto, como ya sabía que no estaba recordando bien, anotó todas las claves en un diario que mantenía bajo la almohada, con esa información vacié la cuenta.

—¿Pero entonces si ya tienes dinero que haces aquí?

Toma una pausa que no se merece y en susurro dice...— lo perdí en una carrera de caballos.

Dime lo que más deseasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora