Capítulo 18

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    ¿Podría ser posible que una mujer, de todas las que había aquí dentro, llamara tanto la atención como ella lo estaba haciendo?

Joder, No. Eso no era posible. Pero ella lo conseguía.

Esa mujer destacaba entre la multitud, era imposible echarle un buen vistazo. Como yo y mis amigos, más enfermos con la baba cayendo en cascada, la miraban con ganas de comérsela lentamente, sólo que yo, deseaba comérmela a lo rápido mientras, cogía a cada cerdo que fijaba su vista en ella más de lo normal ylo estampaba por las paredes en una escena similar a la película: El hombre de los puños de acero.

Sí, por favor, les arrancaría los ojos y después, me montaría en esa mesa con ella y me la follaría allí mismo, delante de todos para que supieran que no la podían tocar porque ella era mía...

¿Qué?

Retrocedí dos pasos, tres o cuatro, no tengo ni idea, solo sé que caminé hacia atrás como los cangrejos, tropezando con mis amigos que me miraron con ceño, hasta encontrar un obstáculo y apoyé la cabeza...

Un improvisado loco, desesperado por hacerse con un trozo de carne de Estela, se subió a la mesa para otorgarnos a todos una exuberante escena erótica de manoseo gratis.

Hijo de...

Mi cuerpo dio un salto a lo bestia y se puso en movimiento. Atravesé a la multitud con el pecho henchido y los brazos tan duros que perfectamente quitaba esa masas salidas de mi camino con gran facilidad. Se quejaron, me insultaron pero me importó una mierda.

Llegué a la mesa y atrapé la mano que subía por el muslo femenino. La retorcí con fuerza y el cuerpo lleno de esteroides se acuclilló quejándose de dolor.

Me acerqué a él con gesto amenazador.

– ¿No te han explicado que así no se trata a una mujer? –advertí; con una voz completamente transformada en algo oscuro.

–Ella me ha llamado...

–Desde luego. Ella, con sus poderes mentales te ha pedido que subieras a la mesa y la sobaras.

–Está caliente tío. Mira como la he dejado...

– ¿Quieres saber cómo te dejaré a ti si no te bajas de la mesa ahora mismo?

–No me jodas...

–Te joderé los dedos sino dejas de tocarla.

Miró los dedos que presionaba y a mí, intentó sonreír pero sin mediar más palabra torcí un poco más esa mano. Aulló de dolor, y como un borracho torpe se tiró de la mesa al suelo como si se tirara a una piscina.

No me molesté en ayudar a esa basura a levantarse. Alargué mis brazos y cogí a Estela de las caderas. Ella, al principio se sobresaltó por el pequeño tirón, pero luego, cuando me vio me dedicó una sonrisa y alargó los brazos para que la cogiera...

¿Qué?

Parpadeé, pero cuando la bajé y me rodeó el cuello para pegarse más a mí, supe que algo no iba bien en ella.

–Hola, mi bomboncito –balbuceó cariñosamente.

Si, joder, aquí pasaba algo.

Deslicé mis manos de su cintura a los hombros para poder retirar un poco su cuerpo del mío y poder observar alguna alteración en sus rasgos. Sus pupilas estaban demasiado dilatadas y su respiración se agitaba de una forma descontrolada.

No pude asegurarlo con gran claridad, pero mi intuición me decía qué estaba colocada.

Estela bajó sus párpados lentamente y después, al abrirse fijó la mirada, curiosa en un punto sobre mi hombro. Antes de girarme para ver que observaba con tanta atención, sus ojos se abrieron y su mirada subió hacia arriba, como siguiendo ese mismo punto hasta el techo, y entonces, abrió la boca maravillada.

Sabor a Melocotón (Colección Encadenados 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora