Capítulo 50

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ANDREAS

Me pasé las manos por la cara, bufé y por poco me estampó contra el cristal de mi mesa. Hacía diez minutos que Leon se paseaba por mi despacho, de un lado a otro, como un gato encerrado, hablando en voz baja, maldiciendo y diciéndose a sí mismo; ¿Por qué? ¿Por qué?

No me molestaría mucho si se dignara a decirme que le pasaba. Su intromisión en mi despecho había resultado toda una sorpresa nada agradable y más cuando, ni siquiera se había dignado a saludarme, simplemente entró, se sentó en el sofá de piel negro que tenía en una esquina y después, posiblemente cuando se calentó el sitio, se levantó y comenzó el bailecito.

En otros momentos puede que ver desquiciado y tan alterado al serio y organizado de Leon me entretuviera e incluso me divirtiera, pero hoy, el día que por fin me encontraba con Estela, después de un largo tiempo sin verla, no entraba en mis deseos.

No. Hoy no porque hoy tendría los resultado del dubitativo respiro que le estaba dando a la ratita peleona.

Y peleona por muchas razones.

Sí, la mujer de mi vida se estaba convirtiendo en la pesadilla de mi existencia.

No sé si las cosas las empeoraba, o simplemente mejoraban. Tenía la triste idea, pero asequible, de que hacía lo correcto.

En mi última visitaa Estela, hacía ya dos semanas, Luther, sin ir más lejos, me había propuesto lo que podía llamarse de locura transitoria, ya que, así me encontraba, haciéndole caso a un alcornoque, al que se le había ocurrido la terrible idea de dejar espacio a Estela para que meditara si valía la pena dejar perder a un partido como yo -un niño rico que por suerte era medianamente inteligente y usaba la ropa correctamente... No obstante, eso se trataba solo de la educada forma de decirlo. Luther había usado una menos formal, pero similar y menos educada... vamos, una unión de palabras para definirme-, o tener la suerte de que me diera una segunda oportunidad.

No lo piensas.

No la llames directamente a ella, yo te diré como va.

Y sobre todo, aguanta un poco y no la cagues.

La última de sus advertencias o sus sugerencias no sabía cómo interpretarla muy bien.

¿Aguantar? ¿A qué? ¿Y qué no la cague? ¿Con qué?

Sinceramente, no era tonto, pero me costó pillar esa amenaza.

Ignoré mi escasa forma de coger las indirectas y me centré en el problema que tenía delante, otra opción era ignorarlo también pero seguramente mi hermano no me dejaría salir del despacho. Y hace tiempo acepté que la magia y la suerte era algo de lo que no guardaba mucho en mis últimas reservas, con lo cual, Leon no desaparecería tras un; Ta-chan.

Me apoyé en el respaldo de la silla, poniéndome todo lo cómodo posible e improvisé una cara razonable.

–Deja de farfullar y dime que te pasa.

Ese cuerpo se detuvo en seco. Lentamente se volvió y la crispación le llegaba hasta el pelo.

En otros casos preferiría tratar con Dana que con Leon. El mayor de los Divoua era una autentica fotocopia de mi padre. Mientras que nosotros mostrábamos nuestros sentimientos sin miedo a una respuesta cortante, él los escondía. Difícilmente lo veías sonreír y tenía una forma de intimidar a la gente excepcional.

Pero hoy no parecía el Leon con el que me había criado. Mostraba una ansiedad que nunca le había visto y el pulso le temblaba.

Me aclaré la garganta y con suavidad, volví a preguntar;

Sabor a Melocotón (Colección Encadenados 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora