Capítulo 26

155 13 0
                                    

ANDREAS

Necesitaba un respiro y acepté la idea de salir a comprar algo para la cena, aunque todavía quedaba parte de la pizza que había pedido. Estela, prácticamente no había probado bocado y durante la comida, después del bestial sexo que habíamos practicado, casi no me había mirado a la cara, y me lo merecía.

Pero, ¿qué podía hacer?

Había mostrado unos celos patéticos, después mi forma de someterla...Sí, estaba celoso, odiaba la idea de que se viera con Cody, pero ella no era mía. No era quien para exigirle nada.

No obstante, al ver el pasotismo que me dedicaba me sentí rabioso. Tuve que controlar los impulsos que me dieron por zarandearla, por pedirle perdón, por volver a someterla, flaquear ese cuerpo con mis caricias...

Maldita mi suerte, me estaba volviendo loco, un maldito maniaco que no podía dejar de pensar en ella, de desear volver a penetrarla y besar sus labios. Me moría de ganas.

Y aun así, no hice nada de todo aquello que me rondaba la cabeza, y me costó lo mío, ya que a paso que se sucedían las horas, todo se complicó.

El problema es que, a media tarde, decidió ponerse cómoda y ese pantaloncito a conjunto con la camiseta de tirantes que desvelaba unos pezones erectos, alteró mi postura y mis ganas de volver a montarla como una caballo desbocado.

Con lo cual, la mejor opción y antes de que fuera demasiado tarde, me largué, me arreglé la entrepierna en el ascensor y ahora estaba en la barra del mexicano que había cerca de mi casa esperando nuestra cena con el tercer wiski en la mano.

Genial. Casi recé porque tardaran una eternidad en preparar mi pedido, y por suerte, cosa que no, mis platos estaban listos antes de lo normal.

Bendita suerte. Estaba claro que hoy no era mi día o que mi destino apuntaba a la realidad que yo intentaba retrasar. Volverme loco de deseo por ella.

Me tenía que enfrentar, tarde o temprano a ella y a mis sentimientos por Estela.

No tenía muy claro lo que sentía, tan solo ese rasgo posesivo y descontrolado que me empujaba una vez detrás de otra a ella, esa necesidad incompleta y que nunca se satisfacía, quería más, y más. No me cansaba. Y estaba claro que, no podía verla con otro. Eso ya era algo, fuerte pero no amor. Sabía reconocer el amor y no era lo que palpitaba en mi corazón.

Con una tercera bocanada, casi interminable, entré en casa. Encontrarla no me resultó difícil, en ese momento se incorporaba en el sofá y me miraba sin sentimientos.

–Ya estás aquí –dijo, sin mucho interés.

Lo he intentado todo, pero hoy no es mi día, pensé al sentir las pocas ganas que tenía de verme la cara.

En la tele, Estela tenía puesto un programa de bricolaje, parecía que el presentador mostraba paso a paso como construir una especie de cajonera pequeña. Dejé las bolsas encima de la barra central de la cocina y me acerqué a ella.

–Al final he traído burritos, fajitas de pollo y nachos.Espero que tengas hambre...

–La verdad es que... –se interrumpió.

Levanté una ceja y me crucé de brazos.

– ¿No tienes hambre? –pregunté con un bufido. Estela se tensó.

–Sí que tengo, es lo que iba a decir, pero como no dejas hablar...

–Te has interrumpido tú sola. Yo no he dicho nada.

–Para no decir nada me has vuelto a interrumpir –se quejó, y el fuego ardió en su mirada.

Dejé caer mis brazos y me hundí de hombros. Esto no es lo que tenía planeado, puede que fuera hora de relajarme un poco. Estela estaba a la defensiva, todavía cabreada y puede que fuera culpa mía.

Sabor a Melocotón (Colección Encadenados 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora