Capítulo 8

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    Mi primer día de trabajo.

Estaba tan nerviosa que hasta me había despertado media hora antes de que sonara el despertador, lo malo es que cuando ese aparato comenzó a dar la señal de alarma, estaba metida en la ducha, y el muy cabrón no dejó de sonar, despertando a todo mi vecindario, hasta que salí y le di una patada por la mala hostia que me entró.

Me había puesto uno de los modelitos nuevos que me había comprado con mis pocas reservas económicas. Un vestido ceñido sin escotes y de manga corta en un color hueso subido. Marcaba completamente mi figura y con el salón a juego, hacía que pareciera la secretaria de una revista de moda en vez de un magnate de los números.

Cogí mi bolso y las bailarinas para cambiarme los zapatos durante el trayecto, pero al dirigirme a la puerta, ésta vibró por dos fuertes golpes que dio alguien al otro lado. Miré el reloj para asegurarme de la hora, y no pude hacerme una idea de quién podía estar llamando a mi casa.

– ¿Quién?– pregunté, pegando la oreja a la madera porque no tenía mirilla para ver.

–Soy yo.

¿Cody? ¿Qué hacia él aquí?

Contraseña.

– ¿Una rubia muy loca?

Solté una carcajada y abrí inmediatamente.

–Es una rubia muy salida, pero te lo perdono porque solo te has equivocado en una palabra.

Cody sonrió.

Su apariencia era completamente la misma, sexy y descuidada. Con tejanos claros y una camiseta gris marengo. Se asemejaba al típico jovencito con moto en la puerta que viene a buscar a su chica para llevarla al instituto.

Sonreí y recibí a cambio una de sus miradas, de esas que te dicen con claridad cuando terminan mirándote a los ojos:

"Te comería"

Yo también, Cody, yo también, pero... No tengo tiempo.

–Vaya –exclamó fascinado–. Estás impresionante.

Me ruboricé, lo noté, sentí el típico calor que te sube desde el cuello y se expande hasta la coronilla, después, y tras la pequeña conexión que sentí de electricidad, la entrepierna me vibró.

Mierda.

El recuerdo de que había sido saboteada por él en sufrir una de mis pesadillas húmedas donde, aunque había insistido en que el asesino de mi chichi fuese Cody, había terminado recibiendo la estocada del mal nacido que me había calentado como una moto en el baño, hasta me había despertado gimiendo, con las manos bajo las sábanas, las piernas abiertas y sudando como si sufriera una fiebre altísima.

El primer vistazo en el espejo y a mis pelos de loca, me había anunciado que la noche pasada resultó ser marchosa pero... Las gracias, tenía que dárselas a mis dedos.

Estupendamente agradecida querida mano. Te quiero. ¿Qué haría yo sin ti?

– ¿Qué haces aquí?– pregunté, disimulando mi estado mientras, cruzaba las piernas descuidadamente.

–Quería asegurarme de que no llegabas tarde a tu primer día de trabajo.

–Iba a salir ya.

–Perfecto, –sonrió ampliamente y no pude evitar devolverle la sonrisa–, pues te llevo.

Lo miré confusa.

– ¿No tienes que trabajar?

–Esta semana hago turno de tarde, así que, hasta el medio día no empiezo. Incluso te puedo llevar toda la semana y después recogerte.

Sabor a Melocotón (Colección Encadenados 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora