Capítulo 37

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ESTELA

– ¿Desorden? Por favor, Ela, desorden es una habitación hecha una mierda, lo tuyo es un problemón.

Me indicó Sienna, después de contarle todo lo sucedido de una forma muy resumida, pero mi amiga sólo se había quedado con el final. La súper noticia.

Nos dirigíamos al club de Marisa para dejar mi puesto de trabajo por dos cosas:

1º Ya no quería trabajar de noche, es más, solo iba a trabajar en la cama con Andreas como mi jefe todo el fin de semana. Las pagas extras que me daba no estaban nada mal. Guiño un ojo. A parte de que, la palabra "te quiero", había cambiado nuestra relación completamente.

Y...

2º Estaba embarazada. Sí, al final lo estaba, increíble. Y con mis antecedentes, la locura de vida que había llevado y lo peligrosa que era conmigo misma, ahora tenía un deber, un bebé, una gran responsabilidad y mi vida debía cambiar.

No era plan enseñarle a la criatura como se servía un chupito de mora con vodka, lo que se llama un "orgasmo". Tampoco deseaba que en vez de pedirme el biberón por las noches me pidiera un Malibú con piña -por decir algo suave-, o que se enseñara a pensar que el día era para dormir y la noche para pasarla despierto, con los ojos como platos y pegándose la fiesta.

No, no deseaba que lo primero que escuchara mi bebé fuera música a toda pastilla, los cócteles de la casa o lo soez que podía llegar a ser los hombres, ya tendría bastante con su propio padre como para meter más guarradas en mi vida.

A parte de mí misma.

– ¿Cuándo se lo piensas decir a Andreas? –preguntó mi amiga mientras, utilizaba una mano para hacerse una coleta y la otra para meterse en el carril de al lado, a la vez que, le guiñaba un ojo al conductor que había a nuestra derecha y conducía con las rodillas.

Una artista. ¿Y quién decía que las mujeres no podían hacer varias cosas a la vez?

–Había pensado en lanzarle la bomba en la cama. Ya sabes.

–No, no tengo ni idea.

–Cuando esté a punto de correrse, me acercaré a su oído y le susurraré –aquí puse una voz de guarrona total que no pegaba en nada con tal declaración–; <<cariño, estoy preñada>>.

Sienna abrió los ojos como platos.

–Menuda jugada –espetó con tono duro–, ¿quieres que se le corte?

–No, será un orgasmo extraño.

–Será un principio de infarto. Estela, no le puedes hacer eso.

– ¿Y cuándo me esté corriendo yo? –bromeé.

Eso sería una misión imposible. Cuando Andreas me penetraba no pensaba en nada.

–No –regañó con voz chillona–, ni tú ni él, ni siquiera tres segundos antes del sexo.

– ¿Tres segundos antes?

Me giré para mirarla. La coleta daba pena, se le caían tres de las rastas y el flequillo era un desastre.

–Sí, ya sabes. Ese momento cumbre donde os encontráis en la habitación, al lado de la cama, medio vestidos y a punto de dar saltitos de perdiga. Ni siquiera en ese momento le puedes decir: <<Cariño, en estos próximos seis meses voy a engordar mogollón, pero no te preocupes. Tu semen ha decidido apalancarse en mi útero y... ¡Sorpresa! Voy a engendrar un mini Trabragas>>.

Sonreí y saqué mi móvil del bolso.

–Me gusta. ¿Me puedo copiar esa frase? Puede que consiga obrar una sonrisa del castigador antes de que me acribille con la mirada...

Sabor a Melocotón (Colección Encadenados 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora