Capítulo 28

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ANDREAS

Completamente sin palabras.

Maldita sea, esa mujer no se cansaba de verme como un maldito enemigo, ¿es que tanta repugnancia le producía?

Sacudí la cabeza, para retirar a un lado la triste desolación de su gratitud y me giré, crispado para darle la espalda. Deseé golpear la pared con el puño, abrir un agujero tangrande que borrara mi frustración de un soplo. Pero la ratita me lo estaba poniendo difícil.

Mierda, ahora me arrepentía de abandonar a mis amigos en ese restaurante de comida de diseño para venir en busca de mi chica.

Sí, michica, así calificaba a Estela delante de mis amigos. La ratita había sido el tema de conversación principal durante toda la noche. Yo, al principio me había mordido los labios por no enviarlos a la mierda, finalmente exploté y les expliqué, a mi forma, lo que les haría si se acercaban a ella.

Mis amigos, exceptuando Darío, se quedaron a cuadros, luego, tras la carcajada del comprensible Darío, el resto se unió y Estela terminó temporalmente para ellos, no para mí.

No podía dejar de pensar en ella. Mis ganas de verla se convirtieron, en ese momento en ganas de todo menos en ser bueno, y añadido al cansancio que soportaba, la cosa iba a terminar muy mal.

Debía de tener unas treinta seis horas sin dormir, la mitad de mis líquidos corporales eran:whiskyy Red Bull, y mi cuerpo pasaba por lo que se podía decir claramente una venganza por toda la noche.

Yo no la había visto, ese había sido Joe, quien, como un buen amigo me obligó a deja el coche en el parquin del restaurante y después, me acompañó hasta casa, solo que nuestro camino se vio interrumpido por un horrible escaparate.

Estela, sentada y delante ese Cody.

Después de la conversación, de pedirle que no fuera a ese encuentro y de follar como locos, ella se encontraba a solas con ese payaso.

Mi cuerpo pasó por varios cambios radicales de humor; sorpresa, odio, ganas de matar y confusión.

Y ahora estaba aquí, deseando rodear con mis dedos ese pequeño y delgado pescuezo. Sin embargo, tomé una intensa bocanada de aire y me volví hacia ella para responder a su pregunta sobre mi espionaje.

–Visto lo visto, ha valido la pena. Te he protegido.

Se me quedó mirando con la respiración acelerada y los puños cerrados con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos.

–Se cuidar de mí misma.

–Ya lo he visto –siseé.

De repente, ella entornó los ojos y algo en mi interior me dijo que debería ponerme nervioso.

– ¿Eso es ironía? –me preguntó, dulcemente y no sé porque ese tono alteró más mis nervios.

–Sí –respondí–. Ese cabrón estaba tan cerca de ti, que si no llego a cogerte, seguramente ahora estarías estampada de nuevo contra la pared.

–En tal caso sería mi problema, no el tuyo. No tienes razones para meterte en mi vida.

–Sí que las tengo –espeté, con demasiada convicción para mi gusto.

Estela se acercó un paso hacia mí e instintivamente retrocedí. No me gustaba nada la dirección que estaba tomando aquello.

– ¿Por qué?

–Porque... –Me rasqué la cabeza y me vi metido en un aprieto. No supe exactamente cómo explicar todo eso.

– ¿Por? –insistió.

Sabor a Melocotón (Colección Encadenados 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora