Capítulo 34

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ESTELA

Por suerte para Andreas el mosqueo se me fue cuando entré en ese precioso restaurante "58 de la Torre Eiffel" una asombrosa belleza de arte. Luz dorada, decorado con lujos y detalles nada extravagantes, simplemente cantarines para mí, normales para mi acompañante ya que, seguramente estaría más que acostumbrado a rodearse de elegancia que yo.

Andreas era así, desde el primer momento que lo vi hasta ahora continuaba pensando lo mismo. Ese hombre era pura elegancia, estilo y tendencia. Admirado por las mujeres y envidiado por los hombres, ya te digo que sí.

Nuestra entrada no fue llamativa, no al menos para mí, pero siempre lo era para él. Andreas cantaba más que un gallo al amanecer. Su apariencia siempre perfecta e intachable marcaba la diferencia entre todo. Los ojos de las mujeres se deslizaban por su cuerpo, desde su corte de chaqueta, esos pantalones que le caían como una segunda piel, hasta el cuello de la camisa abierto, los primeros botones, como siempre abiertos, mostrando carne dorada y dura...mmmm. Había dejado la corbata encima de la cama, seguramente el nudo se le atravesaría.

Después, cuando sus ojos habían visto una deliciosa constitución llegaban a su rostro. Mi chico, de ojos grises y labios carnosos había sido bendecido con la belleza erótica, una de sus sonrisa te estremecían y una de sus duras y fijas miradas te mojaban de arriba abajo. Andreas conseguía que experimentaras toda clase de síntomas, desde el cosquilleo en el vientre, la presión en las piernas y el corte de respiración, luego, cuando te dejaba más que perturbada, tan sólo podías morderte el labio y añorar que un trozo de él se deslizara por ti.

Dios, Andreas era un maldito sueño húmedo, una película no porno, más bien de alto voltaje que rayabas de tantas veces que la veías, y yo, tenía la suerte de decir que era todo para mí.

Suerte o destino, cual fuera, pero estaba de mi lado.

Oh, sí, sí, sí.

Sonreí, hacía tiempo que no era tan feliz.

– ¿Y esa sonrisa? ¿Has visto algo gracioso?

Deslicé mi mirada de su cuello a esa abertura que dejaba la camisa y que mostraba una piel dorada, me llené de ese color, de esa textura antes de volver a su rostro. Una de sus cejas se levantaba con picardía y en sus labios se mostraba media sonrisa de pillín.

–A ti –contesté.

Frunció el ceño.

– ¿Te resulto gracioso?

Me lamí los labios, no por provocar, sino para encontrar la forma de mojar mi boca. Mi garganta estaba muy seca, aunque tenía otras partes del cuerpo muy mojadas. La nuez de Andreas subió y bajó.

Mmm...que tentador.

–Debe de ser eso –incité–, cada vez que te miro, me entra la risa.

Su frente se arrugó al mismo tiempo que su sonrisa se borró. No quería provocarlo y menos esta noche. Notaba la incomodidad de esta reunión desde que se enterara, por suerte, nuestra tarde de sexo, mejoró, por un par de horas su estado emocional, después de correrse y espabilarse, los nervios llegaron de nuevo.

–Sigues enfadada –afirmó, no lo preguntó–. ¿Te va a durar mucho la tontería?

Me encogí de hombros.

–Mi enfado depende de ti y de cómo te portes esta noche.

–Estoy siendo muy bueno, Estela.

Apoyé los codos en la mesa y dejé mi barbilla posando en los nudillos de forma adecuada, casi profesional. Andreas ladeó la cabeza un poco.

Sabor a Melocotón (Colección Encadenados 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora