Capítulo 19

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    Impresionante.

Todo mi control se fue a tomar por el culo. Mis pensamientos y la razón se esfumaron y mi cuerpo quedó completamente congelado.

La recorrí con la mirada y se me contrajo un músculo bajo la camisa.

La luz del exterior le iluminaba el pecho, los hombros y la cadera, el resto quedaba tapado por una sombra misteriosa, pero la luz que rebotaba contra esa parte del cuerpo le arrancaba unos reflejos dorados al tiempo que subrayaba cada músculo y tendón. Esa luz también había alcanzado a sus ojos. Tenía el aspecto de un demonio allí de pie, alto y poderoso con los brazos caídos y la barbilla alta.

– ¿Qué estás haciendo? –pregunté sin voz.

–Provocarte.

Lo había intentado por las buenas, con respeto, ahora solo me quedaba por las malas.

–Tú me desprecias.

–Igual que tú.

–Entonces...–logré susurrar y notaba como me derretía con el sonido de su voz y ese desnudo cuerpo.

–He decidido que te deseo, ya te lo he dicho. Y te necesito.

–No soy tu consuelo, Estela.

–No, los otros son mi consuelo, tú, eres el único hombre que necesito.

Permanecí quieto, sin respiración mientras, ella daba pasos lentos, marcados y de los más provocativos hacia mí sin liberarme del devastador y oscuro fuego de sus ojos. Me estremecí y me apoyé en la puerta de detrás en busca de un apoyo.

Ella había hablado con voz suave y enredada, pero su deseo desesperado, casi rozando el ruego era tan tangible que ardía en el ambiente, como los rayos del sol en un día de verano.

–Estás tentando a la muerte, Estela.

– ¿Ahora pedir placer es una amenaza de muerte?

–Contigo todo es un peligro, ratita –mencioné sin respiración.

Estela se había acercado peligrosamente a mí, tanto que yo había retrocedido y me encontraba atrapado por la puerta y ella, casi encima.

–Necesito que cuiden de mí, y quiero que seas tú.Pero tú no quieres hacer nada por mí, me rechazas.

–Te puedo asegurar que eso, aunque me esté matando, es lo mejor.

Ella negó.

–Necesito alivio, y no quiero salir a buscarlo.Quiero que tú me lo des.

Me tensé.

– ¿Qué quieres decir? ¿Qué si yo no te doy lo que pides saldrás a buscarlo en otro?

Puso un mohín en sus labios y acortó la distancia. Después, una de sus manos se apoyó en mi pecho y su aliento cayó sobre mí cuando se puso de puntillas para tratar de estar a mi altura, pero todo eso lo vi como una provocación.

–Aunque no lo deseé como me muero por ti...Sí. Buscaré a alguien...Puede que tu amigo Joe...

Tras escuchar ese nombre la estampé contra la pared, colocando mi cuerpo encima del suyo y uno de mis muslos entre sus piernas presionando con fuerza, haciendo que Estela las abriera y soltara un grito de sorpresa por mi actuación.

No era tonto. Sabía lo que hacía, me provocaba, me incitaba con mis amigos para que la tomase.

Después, con gesto amenazador, apoyé cada mano, estirando mis brazos, a cada lado de su cabeza y me incliné un poco sobre ella.

Sabor a Melocotón (Colección Encadenados 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora