[10] Epílogo.

39 1 0
                                        

El jardín era grande y encerrado, se dividía en dos áreas perfectas para buscar, para entretenerse en días soleados.
Claudio Rivas, sentado en una banca oxidada, examinaba a sus entrevistadoras, algo no andaba bien.

—No te acerques tanto a los pacientes, Laura.
—Si, Doctora.
—Ella tiene razón —dijo Claudio Rivas—. Cuando te acerques a uno, mira detrás de su oreja, ahí tienen la antenita.
—¿Crees que recuerde lo que su padre le obligaba a hacer?
—Claro que no, Laura. Es la razón por la que está aquí.
—Discúlpame, Rebeca, es que Fabian me distrae en las clases, ya te dije.
—Esa codependencia a los hombres te va a ser sufrir, Laura.
—No es eso, es que ya no me gustó la carrera, pensé que era otra cosa la psicología.

Claudio Rivas se puso de pie y las chicas se levantaron al instante, en silencio y espantadas.
—Ves, te dije que sí lo recordaba.
—Ustedes dicen que son profesionales, eh. Pues las necesito en mi equipo, chicas ¿Qué dicen? Ahí viene el nuevo, la división contra amenazas espaciales está creciendo.

De manos de un joven con bata azul, se acercaba alguien temblando, aferrado a algo que al parecer no lo convencían de soltar. Llegaron hasta donde estaba Claudio Rivas junto a las dos universitarias que habían ido a una visita escolar, y el enfermero habló.
—Claudio —dijo —te quiero presentar a alguien.
—No hace falta, no, ya me pasaron el dato que venía. De hecho, he pedido refuerzos por semanas. Mucho gusto, oficial.
Pero el hombrecillo se escondió detrás de su cámara.
—No temas, saluda, es Claudio, ¿lo recuerdas? —el enfermero no tuvo respuesta, pero vio estirar la mano, que Claudio Rivas estrechó animoso.
—Así que eres reportero militar, eso me agrada. Déjame decirte que estoy trabajando en una imagen que nos revele la identidad de, bueno, ya sabes, luego te digo bien, es que aquí no es seguro.
—Ves, no hay por qué tener miedo —dijo el enfermero—. Vamos, vayan por ahí. Claudio, muéstrale el cuartel.
Y los dos hombres se alejaron contentos, mientras Laura revisaba su celular. El enfermero en reprobación hizo un sonido con la garganta y Laura bajó el móvil.

—La profesora nos contó que es su hijo, ¿Es cierto?
—Es cierto —respondió el joven de la bata—. Y si fuera yo, hiciera caso y no les tendría tanta confianza. Si están aquí es por algo, de todo el hospital, en esta área es donde están los...
—¿Más lunáticos?
—Inestables, Laura —dijo Rebeca.
—Ya váyanse con el grupo, o las voy a reportar con su profesora.
Las muchachas salieron del lugar tomadas de la mano y regresaron al grupo de estudiantes que estaba del otro lado de la puerta, en el área de tratamiento clínico. Ya iban camino a la salida para terminar con la visita.

El recibidor del área de pacientes con sentencia judicial estaba a la derecha, saliendo por el pasillo. Un hombre calvo y regordete atendía a una mujer de lentes y suéter anaranjado. El encargado, de rutina le recibía el gafete de visita a la profesora, quien regresó al grupo de nuevo para contar a sus alumnos.
—Cómo si fueran de primaria —renegaba.
Un oficial venía por el pasillo, saboreando su emparedado con lengua de jamón.
—¿Quieres, mi Charly?
El recepcionista hizo cara de asco.
—Ni muerto me como tu mugriento sándwich, Roberto.
—Quisieras, me lo hizo la Fabiola.
—Pero tú siempre te quejas de la comida de tu mujer.
—Bueno, yo le ayudé.
—Que mandilón eres, Roberto. Por cierto, vinieron a preguntar por tu pariente, el nuevo de la sección; LRM.
—¿Cual sección, Charly?
—La de los locos, retorcidos y maniacos —dijo, y se rio en solitario de su chiste.
—Siempre con tus comentarios salados, mi Charly.
—Cuando lo vi en la tele, dije «me mocho un dedo si a este no lo mandan para allá». Lo que son las cosas, en la familia que te fuiste a meter, Roberto.
—Hablas como si te hubieras aventado el expediente, Charly. Ni que fueras el doctor.
—La esposa desaparecida, incendio de la casa, asesinato y canibalismo, Roberto. No ocupé leer el expediente, todo salió en televisión —dijo Charly, bebiendo de su taza de café.

—¿Quién vino a preguntar por el Bernardo?
—Un mujerón, lo que sea de cada quién.
—Ay mi Charly, y tú bien casado. ¿Qué quería?
—Nada más vino a dejar esto —dijo Charly y le acercó una caja blanca del tamaño de una mano grande y con ella un sobre donde se leía: "Universidad de Artes Cassasola".

Roberto la abrió con sus anchos brazos y de ella sacó un pequeño trofeo en forma de cámara antigua, dorado y reluciente.
—El sobre parece que trae dinero —dijo Charly, sentado en el escritorio recibidor y procedió aleer el contenido—"...premio de Fotografía Casasola, por la  Universidad de Artes Cassasola... Primera vez que una fotografía de esa categoría tiene el honor de ganar el galardón... pese a la polémica, se concedió la victoria en la categoría de Fotografía de Fantasía Paranormal..." ¿Ya viste cuánto es?
—El dinero se lo voy a dar a su mamá —dijo Roberto, guardando la nota y el efectivo.
—¿Por qué le dejarían la lana?, si aquí ni cómo disfrutarla —decía Charly, pensando que a nadie le molestaría si se tomara uno o dos billetes, de propina por supuesto.
—¿Y cómo se llamaba la mujer? —preguntó Roberto.
Charly fue a buscar a sus notas.
—Casimira —dijo.
Roberto se acercó más, para leer la nota que el recepcionista rechoncho había escrito y pensó un momento.
—Qué raro —dijo, pero se sacudió la idea fácilmente.
—¿Harás algo el fin de semana? —preguntó Charly.
—Me toca andar en el centro, los adolescentes se alocan con eso de los disfraces. El año pasado arrestamos a unos vestidos con pañales, nomás para pasearlos en la patrulla, por ridículos.
—Ay Roberto, no se te quita lo maloso.
—Es que, odio la temporada de brujas

LA FOTO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora