La razón de les dioses

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Alex entró al apartamento con algo de prisa, respondió al saludo de su abuelo con un sonido vago y se metió al cuarto. Arrojó el morral sobre la cama, empezó a sacarse un zapato empujándolo con el otro pie y ahogó un fuerte grito cuando se dio cuenta de que había algo sentado en el borde de su cama.

Para ser más específico, este "algo" tenía la piel de un tono moreno claro y sus rizos negros eran un caos bajo una corona de uvas. También llevaba uno de esos trozos de tela largos que en realidad no le parecía que estuviesen pensados para ser usados como ropa.

Sostenía una copa en una mano y le sonrió a Alex como si fuesen viejos amigos que se reunían después de un tiempo muy largo.

Alex ya había pasado por muchísimas emociones en un periodo de sólo unas horas ese día y no creía que pudiese tener ambas manos sobre la boca durante demasiado rato.

—Hola, Alex.

—Hola —Alex exhaló, retirando las manos de su boca.

No estaba seguro de qué hacer ahora. No esperaba esto ni que fuese así.

No era igual que ver a una persona de carne y hueso, ¿cómo explicarlo? Sí estaba ahí. ¿Quizás como un holograma muy vívido? ¿O una imagen semitransparente como el fantasma de una película? ¿O algo como una visión enviada a su cabeza que se superponía de alguna manera a la realidad?

Alex no podía explicarlo cuando no lo entendía él mismo.

—Abre la puerta —le pidió Dio con un tono muy suave. No era una orden, más bien una recomendación.

Al instante, Juan Pablo tocó la puerta y preguntó si podía pasar. Cuando Alex miró al frente, Dio ya no estaba, así que se lanzó sobre la cama, gritó que sí y al fin se sacó los zapatos.

Juan Pablo abrió la puerta y se paró bajo el umbral con un hombro apoyado en este y los brazos cruzados. Alex estaba tendido boca abajo ahora y lo veía con atención. Era bastante obvio que tenía todo el cuerpo tenso.

El hombre mayor comenzó a arquear las cejas lentamente y Alex lo imitó. La expresión de ambos al hacerlo era la misma.

—Cuando tu abuelo tenía un mal día —comenzó a decir Juan Pablo, pasándose una mano por la barba—, saludaba sin detenerse y se metía al cuarto. Salía después de un rato, pero los primeros años fueron los más difíciles por esto. Hay personas que no están acostumbradas o no saben expresarse cuando les pasa algo y nosotros dos éramos ese tipo de personas. Tuvimos que aprender a hablar. No es fácil, pero vale la pena, por si quieres intentarlo...

No creía que Juan Pablo pudiese ser más delicado que en ese momento, hasta estaba bajando el tono de voz y no daba un paso para no dar una impresión de invasión.

Alex abrió la boca, la cerró y lo repitió un par de veces.

—Sí está difícil hablar —admitió.

En casa seguramente ya le hubiesen gritado por ir a "encerrarse" y no era como si pudiese hablar del tema. Al mencionar lo de la xenofobia, volverían a decirle que dijese que era de la costa, y si tocaba lo del racismo o la lgbtfobia, sería todavía peor, una especie de continuación de ambos de parte de sus adres.

Sólo sus hermanas alguna vez se acercaron a preguntar sobre lo que le pasaba. Había cosas que sentía que no podía (o no quería) comunicarle a Daniela por su edad y con Paula era imposible hablar desde hace un tiempo.

Alex observó a su abuelo parado en la puerta, esperando, sin presionar de ninguna forma, y se dio cuenta de que cuando pensaba en su familia era como si viese un retrato que se cayó al suelo y tenía el vidrio roto sobre la fotografía. Y no había manera de cambiarlo. Ese cristal no era del tipo que se reemplazaba. El problema era todo el retrato.

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