En la calma de mi vida, llegó un huracán. No fue uno de esos que anuncian con alertas meteorológicas o que se forman en el horizonte lejano. No. Este huracán se gestó en la quietud de mi rutina, irrumpiendo con la fuerza de un vendaval en mi corazón...
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Cuando mis ojos se encuentran con los suyos, no puedo creérmelo. Me había pasado toda la maldita mañana pensando en esos ojos azules, como si fueran la única cosa que importara en el mundo en ese momento.
Desde que la vi por primera vez, algo en ella me atrajo de una manera que no puedo explicar. Tal vez sea la forma en que sostiene su mirada con determinación, o quizás sea la chispa traviesa que parece brillar en sus ojos incluso en los momentos más formales.
Sea lo que sea, no puedo apartar la mirada de ella, y cuando finalmente nuestras miradas se encuentran, siento como si un rayo hubiera recorrido mi cuerpo de pies a cabeza.
Intento mantener la compostura, pero por dentro estoy en llamas. ¿Cómo es posible que una simple mirada de ella pueda afectarme de esta manera?
Por fin sé su nombre. Y joder, suena como el nombre de una diosa, algo fuera de este mundo. ¿Cómo una chica con un nombre tan elegante y sofisticado terminó en la misma habitación que yo, en una discoteca mugrienta?
¿Qué tipo de nombre es ese para una princesa? Suena a una combinación entre la realeza y el pecado. Y, joder, después de lo que hicimos, podría decirse que es apropiado.
Alessandra... Suena como la clase de mujer que te arrastraría al infierno con una sonrisa en los labios y luego te haría rogar por más.
Una sonrisa torcida se dibuja en mis labios mientras me imagino todo tipo de cosas que podríamos hacer juntos, y cómo su nombre resonaría en mis labios en los momentos más íntimos.
La idea de que una princesa como ella haya compartido una noche conmigo me excita aún más. No puedo evitar imaginar los secretos que esconde detrás de ese nombre, los deseos oscuros que podría tener y que yo estaría dispuesto a satisfacer.
Mierda, estoy deseando volver a tenerla entre mis brazos y explorar cada rincón de su cuerpo real. Porque si algo es seguro, es que no es como ninguna otra mujer que haya conocido antes.
Me fuerzo a meterme en la conversación que Fred y Charles están teniendo con los príncipes. Ignoro como la hermana de Alessandra le susurra algo en el oído que parece molestarle mientras que escucho como Fred dice que puede que el domingo llueva.
Mientras intento mantenerme enfocado en la conversación con el padre de Alessandra, de reojo veo cómo ella se desliza fuera del box. Un escalofrío recorre mi espina dorsal ante la idea de que se marche, dejándome con el deseo de seguirla y descubrir qué planea hacer.
Maldita sea, esa mujer me tiene completamente embrujado.
No puedo evitar sentir una mezcla de frustración al verla alejarse. Una parte de mí quiere correr tras ella y descubrir qué está tramando, mientras que otra parte sabe que debería mantener la compostura y seguir con la conversación como si nada hubiera pasado.
Pero la tentación es demasiado fuerte. Con una disculpa apresurada hacia el grupo, me deslizo sigilosamente fuera del box, siguiendo los pasos de Alessandra con determinación.
Veo como se mete en el hospitality de Ferrari, genial. Cuando entro está sentada en la barra, mirando su teléfono con un gesto aburrido. No hay nadie allí, solo un trabajador limpiando unas mesas bastante alejado de ella y un hombre vestido completamente de negro a unos taburetes de distancia.
—Hola, princesa —le digo cuando estoy lo suficientemente cerca como para que me escuche.
—¿Me estás siguiendo? —bloquea su teléfono—. Y no me llames princesa.
—¿No eres una? —alzo una ceja.
—Si, pero no necesito que me lo recuerden cada cinco minutos.
Sonrío ante su respuesta ingeniosa, disfrutando del juego de palabras.
—Entendido, ¿cómo debería llamarte entonces?
—De ninguna manera.
Alzo las cejas, sorprendido por su actitud. Vale, esta chica tiene carácter.
—Oh, vaya, ¿eres así de seria todo el tiempo o solo cuando te llaman princesa? —contraataco.
—Depende del pesado que se me acerque.
—Yo creo que ayer no te parecía tan pesado —suelto.
Ella me fulmina con la mirada, pero no puedo evitar notar el rubor que tiñe sus mejillas.
—¿En serio? Bueno, supongo que tenías un buen motivo para no parecerme tan pesado —replica, con un tono sarcástico que me hace sonreír.
—¿Y cuál era ese motivo?
Se muerde el labio inferior, evidentemente avergonzada, pero su mirada en mi no cede.
—¿Quieres que te lo recuerde? —me responde con un brillo travieso en los ojos que me deja sin aliento.
Una sonrisa traviesa se forma en mis labios mientras observo como se levanta del taburete. El hombre que está sentado a unas sillas también lo hace y se acerca un poco.
—Will, nos vamos —anuncia Alessandra.
Entonces deduzco que por los dos metros de alto que hace y lo fuerte que está debe ser tu guardaespaldas.
—¿Tan rápido te vas? —digo deseando que se quede un poco más.
—Si, tengo cosas más interesantes que hacer que seguir en este paddock —hace una mueca—. Como irme a dormir, por ejemplo.
Me muerdo la lengua para no decirle que tal vez mereció totalmente no dormir más de cuatro horas después de lo que hicimos la noche anterior. No quiero que piense que estoy siendo demasiado insistente, aunque, claro está, eso no quita que me muera de ganas de pasar más tiempo con ella.
—Entonces, ¿nos vemos mañana?
Ella se encoge de hombros, sin darme una respuesta clara.
Observo cómo se aleja con su guardaespaldas, incapaz de apartar la mirada de su figura. Maldita sea, con ese trasero que desafía la gravedad y esas curvas que podrían hacer que un santo pecara, es imposible no sentir una oleada de deseo recorriéndome desde la cabeza hasta los pies.
Aprieto los puños con frustración, deseando poder alcanzarla y arrastrarla de vuelta a mi lado.
Joder, mientras la veo marcharse, mi mente se teletransporta a la noche anterior, recordando cada momento que compartimos. Esos labios, tan suaves y provocativos, todavía están frescos en mi memoria, como si hubieran dejado una marca imborrable en mi mente.
Recuerdo cómo se sentían contra los míos, cálidos y hambrientos, como si estuvieran ansiosos por explorar cada centímetro de mi ser. Su sabor aún baila en mi lengua, haciéndome desear más de ella con cada puto pensamiento.
Maldita sea, esos labios son como una droga, una que no puedo sacarme de la cabeza y que solo me hace desear más y más.
Y mientras desaparece de mi vista, sé que estarán rondando en mis pensamientos durante mucho tiempo, porque joder, no es normal que me volvieran tan loco si nos conocemos de hace unas horas.
Pero ahí está, la maldita verdad: esta mujer me tiene completamente enganchado, y no sé si quiero o puedo escapar de su hechizo.
Decido olvidarme de ella momentáneamente y centrarme en lo que tengo que hacer: cambiarme, atender a la prensa e irme a descansar a mi hotel. Necesitaba estar listo para mañana y, digamos, que ahora mismo no tenía mi nivel de energía al cien por cien.