Capítulo 12: "Atados por el Caos"

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En el invierno de hace ya casi ocho años, nos llamaron por el incendio de una mansión a las afueras de la capital, cuando llegamos supimos porque llamaron a nuestro departamento. Estaba básicamente en cenizas; encontramos doce cuerpos carbonizados, después supimos que eran de menores. Eso no fue lo peor; debajo de la casa había una serie de túneles, eran celdas. Había cinco niñas, adolescentes y dos niños varones, únicamente había una niña y un niño vivos, sus estados eran terribles. El niño tenía diez años, hablaba inglés, luego supimos que era buscado con una alerta Amber en EEUU, logró sobrevivir y fue devuelto a sus padres.

La niña, al contrario, nadie la estaba buscando, estuvo en coma por un par de meses. Cuando despertó estaba aterrorizada, no nos entendía ni ella a nosotros, hablaba español. Con un traductor y estudios físicos, nos enteramos que tenía diecisiete años, pero se veía tan pequeña y débil que apenas parecía tener trece o catorce años. Costo demasiado que hablara, al final nos dijo de donde venía; un país de Sur América y dijo que no podía volver ahí, que habían matado a su familia. Se confirmó, nadie la buscaba en su país por lo que se quedó en la ciudad, en el centro de ayuda a niños desaparecidos. Tomo meses el proceso para que hablara, mas que simples sí y no, y tomara terapia, se metió en problemas y estuvo unos días en una colonia para menores por agresiones físicas hacia un docente del centro de ayuda. Un año después, una familia la acogió, aprendió el idioma y se le dio una nueva identidad.

Aquí puede encontrar todo el registro médico y forense desde el momento que se la encontró hasta el día que se la llevo su nueva familia —mi informante tiende una carpeta bastante gruesa en mi escritorio.

Lo abro.

Heridas incisas, contusiones, quemaduras de segundo grado, lesiones genitales traumáticas, desgarros, laceraciones, hematomas extensos y muchas cosas más que debo estudiar para el momento en que encuentre a los que hicieron todo eso.

—¿Los capturaron? —pregunto mientras sigo con el informe.

—No —levanto la mirada, eso me da la tarea de buscarlos por mí mismo —. Estuvimos tras la banda por ocho años, mucho antes de que encontráramos a los niños, y un día el caso se cerró porque encontraron al cabecilla muerto, tres disparos en la cabeza.

—¿No fueron tras el resto? —aseguro la carpeta bajo llave en mi escritorio para luego quemarla, no deseo que nadie la encuentre, nunca.

—Quise hacerlo, pero me designaron otro caso, se decía que los de arriba querían encubrir a alguien de la pandilla, no pude hacer más —se justifica, no importa, en algún momento lo hare yo.

—Eso sería todo, estoy muy agradecido con su colaboración agente —me levanto abrochando mi saco y guiándolo a la puerta, deseando que salga de mi casa rápido, siento una necesidad peligrosa de matarlo, por no hacer su trabajo y seguir buscando a los seres desgraciados capaces de hacer semejante barbarie.

Pero trato de concentrarme en que me da la oportunidad de cazarlos con mis propias manos, y también entiendo, que si algún zita-im estuvo involucrado de alguna manera, resultaría imposible para un humano común atraparlos, o conseguir algo.

Y aún más importante, me ha invadido un ansia terrible por abrazar a mi pequeño infierno. Es una mujer tan pequeña, pero a la vez, tan increíblemente capaz y valiente, pues logró salir del infierno.

Vivió en él y se convirtió en uno.

Un pequeño infierno perfecto para mí.

—Mi señor —después de llevar a la salida al agente, Ross me informa —. La señorita llevó todas sus pertenencias a la habitación de invitados.

Miro la dirección de la que vienen la música y sus tarareos, su aroma ya está en toda la casa, pero ciertamente en mi habitación está más impregnado. Ahora lo necesito en mi estudio, paso mucho tiempo ahí.

El Dulce Sabor de la Perversión (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora