En el pasado, Jimin pensaba que no iba a existir una persona a la cual más amara en la vida. Que no fuera aquel rostro amigable, sonriente y ojos iguales a los suyos que ahora lo miraban buscando piedad.En aquel entonces, era un cachorro que buscaba la aceptación de aquella figura familiar que se había quedado a su lado. Aquella que lo había abrazado en miles de noches solitarias a la que la Madre Luna le había condenado. Era la que estaba allí, e iba a buscarlo con una sonrisa gigante; cuando los niños pequeños se quedaban mirándolo y lo llamaban bicho raro, al no sentir su aroma. Fue su sostén, durante largos años hasta que conoció a Tae. Fue aquella hada madrina que le hacía sus galletas con chispas de chocolate; sus favoritas, mientras, juntos, se sentaban en el pórtico amplio de su casa, donde se podía ver el mar, y el aire que despejaba tu mente. Entonces, ella le cantaba cánticos en un lenguaje extraño, que Jimin no entendía, pero hacían más minúsculo su dolor. Lo hacían olvidarse de lo que era, sobre todo el día en que tuvo suficiente edad para entenderlo.
Aquellos cánticos que volvían a su mente tenían sentido. Tal vez formaban parte de su antigua manada. Aquella a la cual ambos pertenecían.
Jimin recordaba claramente cuando a los 14 años y no llegaba su celo, su lobo paró de crecer, quedándose en un estado dormido, sin olor ni nada que lo hiciera distinguible, le hicieron los análisis que marcarían su futuro. Ella lo agarraba de la mano, le transmitía feronomas de tranquilidad, aquellas con aroma de vainilla que Jimin adoraba. Las únicas maternales que conocería en toda su maldita existencia. Aquellos íris lo miraron con temor, con lástima y a la vez, lágrimas saladas que después serían las suyas, cuando le dijo lo que era. Lo que supuestamente era en aquel tiempo.
Y dolía.
Dolía demasiado.
Dolía ahora ver como la misma mirada, aquella persona que creyó su mejor amiga, su ancla por mucho tiempo, fue capaz de mentirle tan bien a un jóven que ya pensaba que su mundo se desmoronaba. A pesar de que después, Jimin nunca quizo saber nada de lo que su querida tía tuviera guardado del pasado.
Ella había visto su sufrimiento.
Había sido testigo de todo.
Los llantos.
La depresión.
Las inseguridades.
La soledad a la que fue condenado por su condición.
Los pequeños instantes de alegría junto a Tae, el único verdadero amigo que Jimin pudo tener.
Los golpes, hasta que aprendió a defenderse.
Todo.
Jimin ahora la miraba, y aunque la quisiera, aunque esa persona fue su ser de luz tras mucho tiempo, una rabia crecía en su pecho. Rabia y dolor que amenazaban con ebullir y colapsar.
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Detrás de tu mirada
FanficEra víspera de Año Nuevo, un ambiente de éxtasis y pasión envolvía el lugar, mientras cuerpos sudorosos se movían al ritmo de la música. Entre la multitud, Jimin se sentía completamente solo, a pesar de que las feromonas sexuales le arrugaban la nar...