Capitulo 16: El Poder de Luxuria

109 18 1
                                    

—¡Nooo! —Un grito desesperado surgió de los labios de la Santa—. ¡No se acerquen!

Los soldados avanzaron con determinación, colocando la sierra entre las piernas de la Santa. Sus miradas se cruzaron con la entrepierna desnuda de la Santa, pero en aquel instante, sus mentes estaban fuera de sí, concentradas únicamente en el horrendo acto que estaban a punto de perpetrar: cortarla en dos con aquella sierra.

—¿Cuáles son tus últimas palabras? —inquirió Luxuria, su voz llena de un malévolo deleite, mientras su mirada se aferraba a la entrepierna de La Santa.

—¡Malditaaa! —exclamó la Santa, su rostro desafiante a pesar de su posición invertida—. Tú y los tuyos, espero que se enfrenten a la más atroz de las agonías.

Luxuria asintió con satisfacción, dirigiendo una mirada a los soldados que harían de verdugos. El brillo sádico en los ojos de los verdugos reflejaba su ansia por el sufrimiento, mientras intercambiaban gestos de complicidad y dirigían sonrisas retorcidas hacia los espectadores que aguardaban la ejecución.

—Córtenla —ordenó Luxuria con un tono impaciente.

—¡Que sea lento! —gritó uno de los soldados expectantes.

—¡Quiero escucharla gritar! —añadió otro, con una mezcla de excitación y morbo.

Los espectadores, excitados por la anticipación del horror que estaban a punto de presenciar, observaban con ansias retorcidas mientras la Santa se enfrentaba a su destino final.

Con una lentitud calculada, los verdugos bajaron los brazos que sostenían el objeto ejecutor. Con precisión cruel, colocaron los fríos y puntiagudos dientes de la sierra sobre ella. Un silencio tenso se apoderó del lugar, solo interrumpido por los sollozos angustiados de la Santa, quien comenzaba a suplicar por su vida.

—No... —susurró la Santa, con la voz quebrada por el miedo, sus lágrimas reflejando la impotencia de su súplica—. Por favor... ¡Piedad!

Sus palabras resonaron en el aire, cargadas de desesperación y súplica, pero cayeron en oídos sordos. Los soldados permanecieron impasibles ante su sufrimiento, decididos a cumplir con su deber. Con un gesto decidido, uno de ellos apretó el mango de la sierra y tiró con fuerza de su lado, dando inicio a la ejecución.

—¡AAAGHH! —el desgarrador grito de la Santa reverberó por todo el lugar, haciendo eco en los oídos de quienes presenciaban la escena con horror y regocijo mezclados.

Corte tras corte, el filo del instrumento desgarraba la piel y el hueso de la Santa, dejando escapar el flujo carmesí que se deslizaba lentamente por su vientre y su pecho, formando un río que finalmente goteaba de su frente. Con cada nuevo tirón, su cuerpo se convulsionaba en una danza de agonía, como si tratara desesperadamente de escapar de las garras del dolor que la aprisionaban.

Sin embargo, la cruel realidad era que su sufrimiento estaba lejos de terminar. Aquella ejecución había sido diseñada para prolongar su tormento hasta los últimos instantes de su existencia, asegurándose de que cada segundo fuera una eternidad de angustia.

Mientras tanto, en medio de la multitud reunida, se escuchaban gritos de jubilo y alegría. Para aquellos que habían sido testigos de los crímenes de la Santa, verla recibir su merecido castigo era motivo de celebración, un acto de justicia largamente esperado.

Luxuria, quien parecía impasible, no pudo soportar por mucho tiempo la visión de tanto sufrimiento. Con un gesto de desdén, se apartó del lugar, seguida por el resto de las Sacerdotisas dejando atrás el macabro espectáculo que se desarrollaba ante sus ojos.

Mientras dejaba atrás a la Santa y sus gritos desgarradores, una de las Sacerdotisas que seguía a Luxuria se llevó la mano al estómago y se apoyó en la rueda de una carreta cercana, su rostro pálido y afligido por la repentina oleada de náuseas. El violento espectáculo de la ejecución había dejado una profunda impresión en ella, y su estómago protestaba por la crudeza de lo presenciado.

Sacerdotisa de la Oscuridad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora