Capitulo 22: El Cerco Implacable

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Finalmente, ahí estaba la ciudad, lista para caer en cualquier momento. Pero el asedio aún no había empezado como todos esperaban.

—¿Qué estará pensando la Doncella de Plata? —se preguntaban los soldados, escondidos entre los arbustos y árboles del bosque cercano mientras observaban la ciudad.

Luxuria también miraba la ciudad con ansias. Había ordenado silencio total y quedarse ocultos en el bosque hasta que ella diera la señal. Algo estaba esperando.

La ciudad, allá en lo alto de una gran colina, seguía tranquila, su apariencia imponente destacaba en el paisaje circundante. Fundada en una época de constantes conflictos, había sido diseñada y fortificada para resistir los asedios más feroces. Rodeada de vastos campos de cultivo y pastoreo, la ciudad aprovechaba el fértil suelo para mantener una economía agrícola próspera. Un río serpenteante, que descendía desde las cordilleras cercanas, bordeaba la colina proporcionando no solo un recurso vital de agua sino también una barrera natural contra posibles invasores.

La ciudad estaba defendida por unos muros robustos de 25 metros de altura, construidos con gruesos bloques de piedra que testimoniaban la maestría de sus canteros. Estas murallas eran coronadas por torres de vigilancia de 30 metros de altura, desde las cuales los centinelas podían avistar cualquier amenaza a gran distancia. Los muros no solo servían para la defensa; eran un símbolo de la fuerza y la independencia de la ciudad.

Fuera de estos muros imponentes, se extendía un cinturón de casas de piedra y madera, donde residía una parte considerable de la población. Estas viviendas, aunque fuera de la protección principal, estaban resguardadas por cercas robustas y servían como una primera línea de defensa. La infraestructura de la ciudad estaba cuidadosamente planeada; unos ingeniosos canales de agua desviaban parte del caudal del río hacia los campos de cultivo y los hogares, garantizando así el suministro constante y mitigando el riesgo de sequías.

La fortificación de la ciudad no se detenía en sus murallas exteriores. Había un proyecto de expansión en curso, con nuevos muros que apenas empezaban a elevarse desde el suelo. Aunque estos nuevos muros no superaban aún los 5 metros de altura y no rodeaban toda la ciudad, su construcción indicaba la constante evolución de las defensas urbanas para adaptarse a nuevas tecnologías y tácticas de guerra.

Con una población de aproximadamente 50,000 habitantes, la ciudad era un bullicioso centro de comercio, cultura y vida cotidiana. Las calles estaban llenas de mercados, talleres de artesanos, y plazas donde los habitantes se reunían para comerciar, socializar y compartir noticias. Las iglesias y edificios públicos destacaban en el paisaje urbano, reflejando tanto la piedad como la organización cívica de sus ciudadanos.

Esta ciudad fortaleza no solo era un baluarte militar, sino también un vibrante núcleo de vida, donde cada piedra y cada calle contaban historias de resistencia, adaptación y comunidad.

A lo lejos, se veía un grupo de gente, probablemente mercenarios volviendo de alguna misión del gremio. También había granjeros despreocupados, ajenos al peligro que se escondía en el bosque, trabajando en sus campos.

Luxuria calculaba la hora mirando el sol y se mordía las uñas de la espera, hasta que de pronto se escuchó el silbido de una flecha tras otra. Esa era la señal.

—¡Todos! —Luxuria gritó levantando el puño para que la vieran y luego lo bajó en señal de avance—. ¡Adelante!

El sonido estridente de las trompetas resonó en el aire, dando la orden de marchar en dirección a la ciudad fortaleza. Los soldados de alto rango replicaron el comando con voces potentes que se alzaron sobre el ruido del bosque—. ¡Vamos!

Desde las profundidades del bosque, surgieron largas columnas de soldados, cinco mil en total, avanzando con determinación desde distintos puntos. Cada hombre llevaba consigo troncos y robustas escaleras, elaboradas con esmero durante su viaje. El peso de las herramientas de asedio no parecía aminorar su paso decidido. Marchaban a paso de batalla, con los escudos al frente, listos para protegerse de la inevitable lluvia de flechas que sabían que caerían sobre ellos una vez estuvieran dentro del alcance de los arqueros enemigos.

Sacerdotisa de la Oscuridad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora