Capitulo 25: La Paz Momentánea

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El peso de la victoria recaía sobre los hombros de Luxuria mientras sus soldados la vitoreaban en la abarrotada plaza central de la ciudad. Sus tropas, cansadas pero triunfantes, la celebraban con fervor, aunque algunos grupos permanecían en las calles, vigilantes ante cualquier amenaza. Sin embargo, no todos los presentes compartían ese entusiasmo. Desde los márgenes de la plaza, cientos de ciudadanos la observaban en silencio, sus miradas cargadas de una mezcla de emociones: curiosidad, esperanza, e incluso un odio profundo que hervía bajo la superficie.

La población de la ciudad estaba claramente dividida en dos facciones. La mayoría, que incluía a los pequeños nobles, las castas medias y algunas familias acomodadas, miraba a Luxuria con desdén y temor. Para ellos, ella y sus seguidores no eran más que invasores, demonios que amenazaban con destruir el orden que conocían. Su rechazo no era solo hacia Luxuria, sino hacia todo lo que ella representaba: un poder oscuro y ajeno que desafiaba sus creencias y modo de vida.

Por otro lado, se encontraba un grupo más pequeño pero no menos significativo, compuesto por la casta baja y los habitantes de los barrios pobres. Para ellos, la llegada de Luxuria representaba una posible redención. Habían perdido la fe en el dios que les prometía salvación pero les dejaba en la miseria, y ahora miraban hacia Chaos, el dios de Luxuria, con una mezcla de resignación y esperanza. Creían que bajo su dominio, o el de algún regente leal a Chaos, podrían encontrar una vida más justa, libre de las opresiones que habían sufrido bajo el viejo régimen.

Así, mientras Luxuria se alzaba como la victoriosa en la plaza, la ciudad permanecía en vilo, dividida entre aquellos que la veían como una amenaza y quienes, desesperados, la veían como una posible salvadora.

—Hermana, ¿qué haremos ahora? —preguntó una de las Sacerdotisas, acercándose con cautela, mientras observaba la figura imponente de Luxuria desde unos pasos atrás.

Luxuria no respondió de inmediato. Sus ojos recorrieron a los soldados que la rodeaban, elevándose sobre la plataforma que la mantenía a la vista de todos.

—No es el momento, hermana —dijo finalmente, su voz firme pero serena, sin apartar la mirada de la multitud.

Internamente, Luxuria luchaba con las posibilidades que se desplegaban ante ella. Ahora que tenía la ciudad bajo su control, cada opción tenía sus riesgos y recompensas. «¿Debería empezar a gobernar aquí mismo? ¿O sería más sabio esperar a que el ejército del general Strump llegue, para evitar posibles levantamientos?»

La incertidumbre la acosaba, pero su instinto le dictaba cautela. Tomar el control total de la ciudad ahora podría ser visto como una muestra de fuerza, pero también podría desatar la resistencia entre los habitantes, quienes aún no habían aceptado del todo su dominio. Por otro lado, esperar al general Strump le permitiría reforzar su posición con la fuerza de su ejército, garantizando un control más sólido.

Después de unos momentos de reflexión, Luxuria tomó su decisión. No tenía prisa. «La paciencia es una virtud en el juego del poder», pensó mirando de reojo.

—Mantendremos la ciudad bajo control hasta que llegue el ejército del general Strump —dijo, finalmente mirando de reojo a la sacerdotisa quien asintió y retrocedió unos pasos.

Cuando la ceremonia terminó, Luxuria se encaminó hacia el castillo, donde aún tenía asuntos que atender. El aire de la ciudad estaba pesado, cargado de un silencio incómodo que contrastaba con la reciente victoria.

Luxuria caminaba por las calles flanqueada por su séquito de Sacerdotisas. Las calles, anteriormente bulliciosas, estaban ahora desiertas. No había rastro de la gente, pero sus miradas se sentían desde las sombras de las ventanas y las rendijas de las puertas cerradas. Era un silencio lleno de desconfianza y temor, casi tangible, que hacía que el corazón latiera con más fuerza.

Sacerdotisa de la Oscuridad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora