Capitulo 23: La Conquista de la Ciudad

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Luxuria estaba sentada bajo la sombra de una carpa en el campamento, mirando la ciudad a lo lejos mientras disfrutaba de una taza de té y galletas con miel. El calor del día se hacía más soportable bajo la carpa, y el murmullo de las conversaciones entre las sacerdotisas creaba un ambiente relajado. A su lado, el niño que había acogido bajo su cuidado estaba sentado sobre una alfombra junto a las demás, compartiendo el momento de tranquilidad.

—Hermana Luxuria, ¿quién habría pensado que nos guiarías a través de la cordillera, negociarías con un dragón y nos traerías aquí para asediar una gran ciudad? —comentó una de las sacerdotisas, su voz llena de admiración, antes de beber de su taza de té.

—Es verdad —añadió otra, mientras tomaba una galleta del plato central—. La hermana Luxuria es increíble.

Luxuria sonrió levemente, pensando en lo inesperado que había sido todo. De las doscientas sacerdotisas que habían sido reclutadas por el ejército principal, veinticuatro habían decidido quedarse a su lado. Este grupo, aunque pequeño, era significativo; suficiente para iniciar su propio monasterio y, eventualmente, un convento que podría crecer y formar una nueva orden religiosa. Ese era su plan: establecer su dominio en la ciudad y en los territorios cercanos una vez que los aseguraran por completo.

Al principio, Luxuria no tenía ni idea de que acabaría liderando algo así. Había sido una más, siguiendo el flujo de los eventos sin mucha intención de destacar. Pero su habilidad para tomar decisiones firmes y su valentía en momentos clave la habían hecho sobresalir. Negociar con un dragón, una tarea que parecía imposible para muchos, fue solo uno de los muchos desafíos que enfrentó con éxito.

No se dio cuenta de su creciente fama entre las 200 sacerdotisas ni de que había ganado seguidoras fieles hasta que esas veinticuatro decidieron quedarse con ella. Estas mujeres no solo la veían como una líder, sino como una inspiración y una esperanza. Bajo su guía, habían cruzado peligrosas cordilleras, enfrentado peligrosas criaturas y ahora se preparaban para tomar una ciudad que les ofrecería un nuevo hogar y un futuro lleno de posibilidades.

Luxuria pensó en el monasterio que podría fundar, un lugar de enseñanza y reflexión, donde las nuevas generaciones de sacerdotisas podrían formarse bajo los principios de valentía y sabiduría que ella misma había cultivado. Luego, el convento, que serviría como refugio y centro espiritual, un faro de luz en esos territorios turbulentos. Su visión iba más allá de la mera supervivencia; quería crear una comunidad próspera y unida, capaz de influir positivamente en toda la región, y porsupuesto generarle ganancias.

Mientras escuchaba las conversaciones y risas de las sacerdotisas, Luxuria sintió una profunda satisfacción. Había encontrado su propósito y, junto a estas mujeres, estaba en camino de realizar algo grande. La ciudad a lo lejos ya no era solo un objetivo; se había convertido en el símbolo de su futuro y de la orden que estaba destinada a fundar.

—Comandante Luxuria —interrumpió un soldado, jadeando—, perdone la interrupción, pero me mandaron a decirle que el trabuquete que ordenó está casi listo. Los carpinteros y herreros están dándole los últimos toques.

«Claro... Casi me olvido de eso. El tiempo vuela», pensó ella, recordando que al inicio del asedio había pedido la construcción de un tercer trabuquete. Han pasado seis días y medio desde entonces, y las defensas de la ciudad están a punto de ceder.

Durante esos días, su ejército se ha mantenido a cierta distancia de la ciudad, rodeándola y atacando sus defensas para debilitar los muros. Mientras tanto, han recolectado alimentos de los campos cercanos, explorado los bosques y posicionado exploradores entre el pueblo más cercano y la ciudad para estar al tanto de los movimientos enemigos. Como se esperaba, la ciudad, que estaba a diez días a pie, comenzó a sospechar a los tres días del inicio del asedio, y al cuarto día, al confirmarlo, empezaron a movilizar su ejército y a reclutar gente en los pueblos cercanos. También enviaron mensajeros a otras ciudades y a la capital pidiendo ayuda a los Transmigrados o a los campeones.

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