Capítulo 9

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Día 135, 7:30 p.m. el sol estaba a punto de ponerse en el horizonte.

Chocando contra mi sien sudada por los nervios, el cañón de una pistola reglamentaria del ejército norteamericano.

Temblorosa, titubeante...

—¡Haz que se vayan!

...

—¿No me escuchas? Voy a matarte, no lo dudes pedazo de mierda.

Silencio, sólo silencio. La situación pintaba tan fea como un fin de mes en casa de pobres y entre los nervios de la teniente y los míos no sabría distinguir al cien por cien quien temblaba más.

Pero entre más pasaban los segundos más se acercaban los leones seguidos de animales que para hablar claro ni siquiera vi que especies eran.

No había nada que hacer, era mi fin, no es como que mágicamente pudiera hablar con los animales y decirles que se largaran. Iba a morir y no podía evitarlo.

Pero de repente...

¡Tan!

Sonó un ruido metálico detrás de mí que me provocó tanto miedo que no pude evitar gritar. ¡Era Ruth! Le pegó con una especie de tubo metálico o algo parecido a la teniente en la cabeza, no puedo asegurar si murió o no, sé que estaba inconsciente.

—¿Cómo llegaste aquí? –le pregunté.

—Los venía siguiendo desde que salieron del laboratorio.

—¿En serio? Gracias.

—Sí, pues espera para agradecerme porque cuando te diga esto me vas a deber más que la vida –dijo con cierto misterio.

—¿De qué hablas? –pregunté mientras hice un gesto de interés.

—Bueno, en el edificio donde pasé la noche de ayer, al parecer en uno de los cuartos había estado alguien más, dejaron una nota, con una dirección. No digo que sea importante, pero y si esa nota era de tu padre y la dejó ahí quizás esperaba que tú lo encontraras.

...

—Tómala –sacó de su bolsillo un pedazo de papel de unos cinco centímetros con algo escrito y me lo dio.

Lo que había escrito en la nota me sorprendió, como el mensaje de tu ex a media noche, así de inesperado... Las letras escritas ahí no eran más que la dirección de mi casa.

—¿No dices nada? –me preguntó.

—Es que... Es la dirección de mi casa.

—¡No jodas!¿Y ahora que hacemos?

—Tenemos que ir, quizás mi padre está de camino, incluso podría estar esperándome.

—Pues entonces pongámonos en marcha.

Empezamos a caminar, el destino era mi hogar, o al menos el sitio que solía serlo.

Tenía varios temas rondando mi mente, y uno de ellos eran las provisiones, al abandonar los vehículos tuvimos que dejar atrás mucha comida y la poca que llevamos con nosotros seguro fue devorada por los animales. Así que teníamos apenas para dos días. No nos alcanzaría ni de broma.

Pasamos los siguientes días avanzando y las noches descansando. Jaja incluso rima. Pero teníamos un problema, fue al abrir la mochila y percatarme de que estaba más vacía que mi billetera.

—¡Ruth! Hay un problema, –le grité– no tenemos comida, si queremos sobrevivir deberíamos intentar conseguir algo.

Estábamos relativamente cerca de mi antigua casa y ya conocía que por la zona existía un restaurante bastante conocido, con un poco de suerte no lo habían saqueado y podríamos hacernos con comida. Le expliqué a la señorita greñas el plan y estuvo de acuerdo así que tomamos un pequeño desvío y fuimos a parar a aquel restaurante de lujo. Aunque ya no lucía de lujo, más bien estaba todo polvoriento y con enredaderas por doquier.

DISRUPCIÓN ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora