IV

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Capítulo 4: ¡Vayan a ser útiles!

Los diversos olores y sonidos de la plaza central se mezclaban mientras me escabullía con rapidez entre los comerciantes hacia las afueras de ella.

Me sobre aseguraba de caminar con la agilidad y el cuidado requerido para no llamar la atención de nadie, no quería que alguien llegase a molestarse con mi presencia, me acusara de bruja y terminar en la horca o en el fondo del mar o decapitada o quemada o cualquier otro final destinados para ellas.

Me negaba a dejar a mi hermanas solas y decepcionar a Margaret.


Margaret se encargó de explicarnos sobre cómo funcionaba el mundo desde que éramos niñas, dice que su objetivo en la vida es protegernos y constantemente he oído como le ha pedido a Dios que no le concediera una niña como su hija, pero si es así, entonces su otro objetivo en la vida sería protegerla de la misma manera que a nosotras.

Desde la primera vez que me lo contó me empecé a preguntar: ¿Qué habíamos hecho para merecer tal trato?

Es decir, la mirada asqueada de aquel hombre sobre mi persona y su trato no debería ser algo normal.

Yo no le había hecho nada a él. Ni siquiera lo conocía.

¿Por qué tanto odio? ¿Por qué tanto asco?

¿Por qué...?

Inevitablemente mis pensamientos fueron interrumpidos al sentir como mi pie se torcía sobre un pequeño desnivel en el suelo. Atrayéndome al presente y dándome cuenta de que ya había llegado al inicio del boque.

En territorio de caza.

Y cuando los sonidos de la plaza fueron sustituidos por los de la naturaleza inevitablemente agudicé mis sentidos y caminé con cautela.

Amaba el bosque. Por donde mirabas había altos árboles, flores de temporada, arbustos, césped.

Todo completamente verde, todo de mi color favorito.

Pero lo que más me gustaba, era el gran lago azul que se situaba casi en el inicio del bosque, no ocupabas ni acercarte cuando ya lograbas distinguir el movimiento del agua.

Con la esperanza de ver semejante vista me encaminé hacia él, deteniéndome al instante al darme cuenta que no era la única ahí.

Una figura femenina se encontraba admirando el lago dándome la espalda, su cabello negro se ondeaba con delicadeza por el viento al igual que su vestido, por obvias razones no lograba ver su rostro, pero ya sabía de quien se trataba.

Dudé en acercarme, pues no quería asustarla. Lo medité unos segundos y lo hice, solo que con cada paso que daba me aseguraba de hacer el suficiente ruido para hacerle notar mi presencia.

Pisé una hoja seca y por fin volteó. Sus ojos verdes llenos de sorpresa se toparon con los míos.

Había algo en ellos que no podía dejar de verlos, me pedían algo, pero no sabía que era.

—¡Micaela! —se sorprendió antes de brindarme una sonrisa—. Buenos días. Que sorpresa.

—Buenos días —susurré sin poder evitar sonreír.

Ninguna habló más por lo que aparté la mirada nerviosa mientras jugueteaba con las costuras de mi vestido.

—¿Qué estabas haciendo? —pregunté al notar la cubeta de agua vacía a sus pies.

—Venía por agua —explicó tomando la cubeta—. Nos preparamos para un parto.

Un parto... ¡Es partera!

—¿Nos?

—Mi madre y yo —explicó empezando a llenar la cubeta—. Ya solo falta una cubeta y estaremos listas.

Unas ganas inmensas de preguntarle si me dejaba asistirla en el parto me inundaron, pero mi vergüenza era mayor por lo que me limité a asentir haciendo notar mi entusiasmo.

A ver si entendía la indirecta.

Al parecer no porque se reincorporó con la cubeta y me brindó una sonrisa sellada dándole paso al silencio.

Silencio incómodo que fue interrumpido por el crujir de las hojas antelando la llegada de alguien.

«Un cazador» pensé al ver el arma del hombre en sus manos y un venado muerto en su hombro.

–¿Qué están haciendo aquí, mujeres? —arrastró la última palabra con desprecio.

Mi mente quedó en blanco y mi corazón empezó a latir con fuerza.

Ya nos mataron. Es nuestro fin.

—Venimos por agua —Rose nos salvó pasándome la cubeta.

–¡Por supuesto que se necesita de dos mujeres para llevar una sola cubeta de agua! —chasqueó la lengua antes de formar una espeluznante sonrisa—. Están de suerte mujeres..., hoy fue una muy buena caza. Por qué si no...

Negó con la cabeza fingiendo tristeza.

Mi piel se erizó y mi sentido de alerta aumentó. Por el rabillo del ojo veía a Rose temblar y apostaba que yo me miraba igual de vulnerable que ella.

—¿Qué me están viendo? —gritó el hombre—. ¡Vayan a ser útiles y lleven esa agua!

No tuvo que repetírnoslo cuando sentí la mano de la pelinegra agarrando el otro extremo de la cubeta y empezamos a alejarnos con rapidez.

Solo oíamos nuestras respiraciones agitadas y mi mente solo se repetía la plegaria:
Por favor que no nos dispare...

Solo oíamos nuestras respiraciones agitadas y mi mente solo se repetía la plegaria: Por favor que no nos dispare

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Lo supe cuando me miraste que te rogaría que te quedaras.

LaviniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora