Copacabana

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Su nombre era Hiro, el era un corista.

No cualquier corista, vestido con lentejuelas, tacones altos, una peluca negra con grandes bucles que caían en su nivea piel. Sus rasgos definidos por el maquillaje hacían que Miguel pudiera perderse fácilmente en los ojos negros del otro chico.

Musica y pasión se desbordaron del escenario.

Mientras Hiro alcanzaba la cima de su carrera en el cabaret bailando chacha, salsa y otros ritmos, Miguel atendía el bar al otro lado del escenario. Era una vida simple pero al mismo tiempo preciosa.

Hiro recordaba como, a pesar del cansancio, Miguel lo esperaba pacientemente. Mientras el se retiraba las pestañas postizas podía ver por pequeños momentos, cuando Miguel se daba cuenta que lo observaba por el espejo, mandarle besos mientras guiñaba el ojo de manera coqueta.
El salir de madrugada del trabajo siempre ponía nervioso a Hiro, pero su amado, sabiendo esto, tomaba su mano con un apretón lo suficientemente fuerte para enviarle seguridad. Y horas después despertar enredados en las sábanas de su cama, con ella como único testigo del amor que se profesaban los chicos.

Hiro jamás se sentiría solo con Miguel a su lado.

En Copacabana vivía su amor: rodeados de tragos, bailes y música.

Nadie conocía su nombre, pero traía diamantes, enormes diamantes y un feroz apetito.
Vio al escenario, donde se encontraban las coristas. Hiro se encontraba dando toda su energía al son del Charleston y una grotesca sonrisa se creo en la cara del desconocido mientras sus ojos se deleitaron con la figura del chico.

Cuando el telón se cerró alguien lo bajo bruscamente del escenario llamandola, ante el rechazo del corista el desconocido quiso darle una lección pero era demasiado.
Miguel vio todo y atravesó el bar furioso y en su desesperación dio el primer golpe que momentos después el desconocido devolvió.

Las sillas volaron y la gente gritó.
Justo antes de poder terminar se escuchó un disparo, pero ¿De quién?

Su nombre era Hiro, el era un corista.

No cualquier corista, ya no esta vestido con lentejuelas, tacones altos, y no hay rastro de su peluca negra con grandes bucles que caían en su nivea piel. Sus rasgos definidos por el maquillaje ahora muestran el pasar del tiempo.
El era corista pero eso fue hace 30 años.

Musica y sangre se desbordaban del escenario.

En ese tiempo Hiro alcanzaba la cima de su carrera en el cabaret bailando chacha, salsa y otros ritmos, pero ahora el cabaret es una disco y no puede evitar recordar su antigua vida. Era una vida simple pero al mismo tiempo preciosa.

El salir de madrugada todavía pone nervioso a Hiro, su amado sabía esto, tomaba su mano con un apretón lo suficientemente fuerte para enviarle seguridad.

Hiro lo recuerda perfectamente en el bar, entre borrachos y botellas vacías.

Las sillas volaron y la gente gritó.
Justo antes de poder terminar se escuchó un disparo, pero ¿De quién?

Ahí en ese cabaret Hiro vio con sus ojos llenos de lágrimas como se le iba lentamente la vida al hombre.

Hiro siempre se sentiría solo sin Miguel a su lado.

En Copacabana murió su amor: rodeados de tragos, bailes y música.

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