Fumar es un placer...

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«Fumar es un placer, genial, sensual »

Se escuchaba de fondo, bajo y sutil, la voz de Argentino Ledesma a través de la vieja radio portátil que el profesor Rivera siempre llevaba a sus clases. Valentino lo observaba apoyando su mejilla en la mano que tenía levantada sobre la mesa.

«Fumando espero, a la que tanto quiero, tras los cristales, de alegres ventanales...»

En ese momento, él, hacía un desmesurado esfuerzo por prestar atención a la clase, pero, sencillamente, no podía. Su mente giraba al compás de aquel tango, acompañado en su danza por la esbelta figura de Melina.

Hacia un aproximado de dos semanas o un poco más, que la relación con ella se había transformado en una especie de romance prohibido, velado por una frágil máscara de amistad. Nada concreto, pero, todo eso, acordado por ambos. Escuchó un par de voces en el pasillo, voces de jóvenes alegres que pasaban por el lugar hacia su próxima clase o a sus respectivos hogares.

Miró la hora y se dio cuenta que no faltaba nada para que el timbre del cambio de hora sonase. Aletargado, se preguntó si ella ya estaría en camino hacia la pequeña salita que compartían como lugar de descanso. Ese día, tocaba una hora libre para ella y el final del día para él.

«...Y mientras fumo, mi vida no consumo. Porque flotando el humo, me suelo adormecer.»

El timbre del cambio de hora por fin sonó, sobresaltando a todos en la clase. Valentino comenzó a guardar sus cosas, lo más rápido posible, mientras seguía escuchando las instrucciones de su profesor.

- ¡Esperen un momento, chicos!- los retuvo el hombre de aspecto cansino y traje marrón que todavía se encontraba en el estrado- Antes de que se vayan, les quiero decir un par de cositas. Así que vuelvan a sus asientos, por favor.

Aquel anuncio no fue bien recibido por el grupo de estudiantes. Menos aun por Valentino, quien ya tenía medio cuerpo fuera del aula y miraba el pasillo con la urgencia de salir corriendo del lugar. Si le permitían ser sincero, él tenía cosas más importantes que hacer en ese momento que escuchar al viejo ese dejarles tarea para la próxima semana.

-Muy bien, para la semana que viene, comenzaremos a ver lo que es figura humana.- explicó el hombre con su voz monótona una vez que él alumnado hubo regresado a sus asientos - Así que, para la próxima clase, quiero que traigan hecho un cuadro de desnudo a cuerpo completo. De preferencia que sea del s3xo opuesto. Es para ver qué hay que reforzar en ustedes.

Al oírlo, Valentino no pudo evitar exhalar un quejido de desesperación. Sabía que tendría una semana para hacer lo que le pedían, pero, no le alcanzaría el tiempo con el trabajo y todo lo demás. Además, estaba ese pequeño inconveniente del tipo de proyecto que tenía que hacer . Sin mencionar que...

-¿Y de dónde m13rda piensa, usted, que me voy a sacar una modelo que me pose en pelotas para hacer el cuadro ese?- preguntó indignado por el principal motivo de su disgusto. - ¿No le parece mucho pedir eso, profesor Rivera?

Por lo incorrecto del exabrupto, todos sus compañeros comenzaron a reír entre dientes. También algunos, principalmente las chicas, se atrevieron a murmurar comentarios de aprobación a tales obviedades. En amén a la verdad, a nadie le entusiasmaba ese proyecto y no tenía nada que ver con el tema principal del proyecto. Sino que, a resumidas cuentas, buscar un modelo era trabajo del profesor, no de ellos.

Rivera se acomodó los lentes, mirando al joven alumno que había hablado con tanta grosería. Se aclaró la garganta, ya lo conocía de otras materias y, sabía que podía llegar a ser un poco revoltoso. Ya todos los profesores sabían que, aunque era un genio en todo lo que hacía, también era de esos jóvenes que se creían revolucionarios.

-¿Acaso no tiene novia, Venturi? Pídale a ella o a una amiga o vaya con una atorranta, que seguro ya a su edad sabe en dónde conseguirlas.- respondió con indiferencia para luego agregar en lo que se dirigía a toda la clase - Muy bien ¿Alguna pregunta?¿...No? Que tengan un buen día, entonces.

Dicho esto, todos comenzaron a marcharse, con excepción de Valentino, quien se quedó un poco más, observando al profesor con la indignación grabada en el rostro ¿Acaso ese hombre le estaba tomando el pelo?

«¡Me c4go en vos, pedazo de cornudo! ¡No nos podés hacer eso, hijo de la gran pvta!»

Pensaba con asco mientras lo veía guardar sus cosas en silencio. A menudo, esa actitud arbitraria e indiferente por parte de muchos profesores, era un verdadero dolor de cabeza para los alumnos como él. Pero, pocos se atrevían a hacerles frente, por miedo a las expulsiones.

Él era uno de esos pocos a los que no le temblaba el pulso para hacerle frente a los profesores como aquel. Él, era uno de los pocos alumnos capaces de meterse en cualquier tipo de problemas con tal de no callar ante las injusticias. A fin de cuentas, por muy contrario que pareciese, así lo habían criado.

Vio como el profesor Rivera volvía a levantar la cabeza para observarlo con una expresión de cínico descontento. Si, Valentino ya lo sabía, ese viejo gordo y estúpido, prefería mil veces estar dando clases a una manada de leones hambrientos que a tener que soportar a los alumnos como él.

-¿Necesita usted algo más, Venturi?- preguntó Rivera con un tono indiferente en la voz al apagar su radio y guardarsela en el bolsillo.

«¿Qué ganás metiéndote en dónde no te llaman, hijo?¿Qué te cuesta dejar de pelearte con los profesores y los patrones? por eso no te duran los trabajos, no menos terminas la facu ¡Agachá un poco la cabeza y callate la boca! Así te irá mejor en la vida, hijo.»

Solía recomendar su mamá cada vez que este tipo de situaciones le pasaban a su hijo. Situaciones que siempre eran motivo de innumerables discusiones en su casa. Odiaba cuando eso le ocurría y se frustraba horriblemente al ver que, al fin y al cabo, los ideales y valores inculcados por ella, valían, puertas a fuera, lo mismo que la nada.

Pero, no se lo reprochaba, jamás podría reprocharle algo, por más pequeño que fuera, a esa mujer que le había dado la vida. Al contrario, la entendía y compadecía. Al fin y al cabo, su mamá simplemente se preocupaba por su bienestar y, dado como se manejaba el mundo, sabía que, por desgracia, de una forma u otra, ella tenía razón.

«¡Callate pelotudo! ¡Callate! Que así no le das más sustos a la pobre vieja.»

Se dijo apretando los dientes y bajando la cabeza con impotencia. Suspiró, resignandose a hacer de tripas corazón y, expulsando todo el aire de sus pulmones, volvió a levantar la cabeza, mirando de nuevo a Rivera. Pero, esta vez, fingió sonreír y negar con tranquilidad. No le convenía meterse en problemas.

No quería meterse en problemas.

-No, nada... Solo quería pedirle disculpas por la forma en la que me expresé. Fue un exabrupto que no se va a volver a repetir. Nada más...-respondió hosco para luego agregar en lo que rodeaba los bancos y se dirigía a la salida -Buenos días, profesor Rivera. Nos vemos en la próxima clase.

Salió de la sala, ignorando la mirada de sorpresa o quizás fuera de regocijo, no se paro a ver de qué forma lo observó el profesor, Valentino, simplemente salió de la sala, sin esperar respuesta alguna. Respuesta que no le interesaba escuchar.

Salió de la sala, con la bolsa de cuero al hombro, apretando las correas desgastadas con fuerza e impotencia. Tanta fuerza, que pudo sentir como sus uñas se clavaban en la palma de su mano. Tanta impotencia que no podía evitar el amargo sabor de la bilis subir por su garganta.

Nos siguen pegando abajo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora