Fumando espero a la que tanto quiero

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Valentino observaba ansioso a través del ventanal del pequeño cuarto de alquiler que había conseguido prestado de un amigo para la ocasión. La esperaba en silencio, expectante ante tal encuentro.

Luego de muchas idas y vueltas, había terminado por aceptar la ayuda que Melina le proponía. También, como un golpe de suerte, había conseguido llegar a un acuerdo con su jefe para que le dejara libre ese sábado, así tendría tiempo de sobra para terminar con el cuadro que tanto dolor de cabeza le estaba provocando en ese momento.

Miró a su espalda, haciendo un análisis mental de todo lo que tenía, tratando de asegurarse de que todo estuviera acorde a lo planeado. Sería un desnudo sencillo, ella sentada en un sillón de cuero observando al espectador. Nada fuera de lo común, nada que le llevase mucho tiempo.

«Si es que no me ganan las ganas... Bueno, por eso es que ese chamuyito de pintar un cuadro con la chica de protagonista es lo que más vende...»

Realmente, estaba haciendo el esfuerzo de no sobrepensar la situación. Pero, no se engañaba así mismo. Ambos se gustaban y, si debía ser sincero, era cuestión de aguijonear un poco para que lo inevitable ocurriera. No obstante ¿Quería hacerlo y correr el riesgo?

Ese era una pequeña cuestión imposible de pasar por alto: Si él apuraba las cosas, estas, tendrían demasiadas repeticiones en sus planes futuros.

Apagó el cigarrillo en una lata de vino cortada para ser usada como un improvisado cenicero. Por hacer algo, se puso a acomodar por enecima vez los utensilios que usaría para ese cuadro.

«¿No estamos yendo demasiado rápido, che? Ella no es como Rocío, ni como las chicas de la agrupación... »

Se preguntó casi sin querer, sorprendiendose porque ese pensamiento venía de su mente. Hasta ese momento, jamás se había parado a meditar en ese detalle. A fin de cuentas, ella misma se lo había dicho:

«Me gustás... Pero no quiero nada con nadie.»

Recordó textual mientras observaba en la trás luz la punta del lápiz que iría a usar. Sí, ella le había dicho aquello y se lo había repetido miles de veces. Sin embargo...

«Del dicho al hecho... Largo es el trecho. Y a esta piba, le está costando mucho no contradecirse... Tanto como a mí.»

Pensó irónico dándose cuenta en lo que se estaba metiendo. Volvía a sentir esa amargura de ser consiente de haber jugado muy mal las carta. Se estaban enamorando, eso ya no era un juego de niños en donde solo se gustaran mutuamente.  Eso, ya era algo más.

Un golpeteo en la puerta llamó su atención. Al parecer, la modelo por fin hacia acto de presencia en el lugar. Dejó el lápiz sobre el cajón de verdulería que servía como una improvisada mesita y fue a atender el llamado.

—¿Sí?¿Qué ocurre, Don Carlos?— le preguntó al hombre de rala cabellera canosa que lo observaba desde el umbral—¿Ya llegó la chica que le conté?

Don Carlos era un buen tipo, uno de esos hombres que toda su vida había vivido para trabajar. Era un amigo de su padre y uno de los que frecuentaban la pizzería que quedaba a una cuadra de la facultad.  Vio como él asentía con la cabeza para luego darse la vuelta y mirar a un costado.

—Vení, nena. Acá está el Mamerto este.— le dijo a alguien que se encontraba en el pasillo para luego agregar en un susurro quedo hacia Valentino — ¡Bien, Mamerto! Al fin la pegaste con las pibas. Cuídala, que si la perdés, es por gil.

Valentino prefirió no responder a eso. Él no había dicho nada más que estaba esperando a una compañera de la facultad y que necesitaba el cuarto ese para terminar un trabajo, cosa que no mentía. Ya, que ese hombre decidiera interpretar otra cosa, no era asunto suyo.

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