Por ese palpitar

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«Por ese palpitar que tiene tu mirar...»

Había veces en las que hasta él mismo terminaba por odiar esa extraña cualidad de escuchar canciones en su mente. Como en ese momento en que de un tango había pasado a escuchar a Sandro, hablando del supuesto amor que le tenía a una mujer.

—¿Y... qué me decís, Melina?— volvió a preguntar, tratando de ignorar esa música molesta que se resistía a callarse en su mente — si, te diera la seguridad de que, lo nuestro, no interferiria con los estudios... ¿Serías mi novia?

Vio como ella se ruborizaba aun más por cada palabra que salía de su boca. Pero también sintió ganas de golpearse a sí mismo por esa pregunta tan estúpida.

¿Por qué se lo decía? Si ya sabía que aun con esas condiciones el peligro real era otro. Lo que era un peor: el peligro real no lo pasaría ella, sino él.

«...Yo puedo presentir que tú debes sufrir...»

—¿Podemos dejar la conversación acá, Valentino?— preguntó Melina, endureciendo la mirada— ... Pensé que ya lo hablamos...

Él se apartó levantando las manos en actitud de desarme y se dio la vuelta para ir a buscar la pava, junto con las cosas del mate. Tenía razón, ya lo habían hablado y tampoco valía la pena indagar en las posibilidades. A fin de cuentas, no era de su incumbencia. Aun así, dolía.

«...Igual que sufro yo por esta situación, que nubla la razón sin permitir pensar...»

—Bueno, bueno... No te me enojés, che. Solo era curiosidad, nada más...— replicó con esa rapidez que usaba en cambiar el tema de conversación para protegerse —... De todas formas, me conformo con lo que me des... ¿Qué se le va a hacer?

Aunque sonreía y hablaba con liviandad, debía reconocer que, se sentía un completo idiota al haberle preguntado eso. Se acercó a la mesa con las cosas para el mate.

Melina se sentó a su lado, con las manos cerradas sobre sus rodillas y la vista fija en la pequeña ventana que daba hacia la calle. Él, por su parte, intentó no pensar en todo el tema mientras usaba como excusa, para no mirarla, la preparación de aquella bebida.

Un silencio incómodo se instauró entre ambos. Valentino seguía sin querer mirarla, ocupado como estaba en contar las cucharaditas de yerba mate alternadas con el azúcar que iba poniendo en el recipiente.

Aquello había sido un desliz, nada más. Nada que realmente tuviera que preocuparse. Aun así, su mente se lo reprochaba.

«¿En que ha de concluir el drama singular que existe entre los dos?»

¿Por qué se lo había preguntado? Si, de todas formas, aunque las cosas no fueran como eran, él mismo sabía que no tenía ninguna posibilidad con ella.

Solo había sido un pequeño desliz por su parte y ya sabía la respuesta. Aun así ¿Por qué se sentía tan amargo el sabor de la realidad?

—¿Sabés una cosa? Voy a dejar de trabajar para Ricardo...— le comentó de golpe simplemente para que ambos dejaran de darle vueltas a ese asunto —... Él no me paga todavía lo que me debe y encima me dijo que quiere que le siga haciendo el trabajo.

Melina alzó la vista hacia él, demostrando sentir interés por su comentario. Pero eso solo fue un momento.

—¿Ah? ¿Y ahora... Qué vas a hacer?— le preguntó desviando la mirada con una voz que delataba que hablaba solo por compromiso.

«Y claro... Si no tengo ni dónde caerme muerto ¿En serio pude ser tan boludo para preguntarle si quería ser mi novia? A ver cuándo me voy a enterar que no vivo en una novelita de Corin Tellado...»

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