Que tiene tu mirar

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«Y yo que estoy aquí, sentado frente a ti...»

Fastidiado, bajó su lápiz y se apartó del atril. Observando el retrato, viendo qué podría cambiar para que la composición final fuera otra. Se llevó la mano al cabello, sintiendo la desesperación subirle por la garganta, entrelazando sus dedos en las desordenadas hebras doradas.

—¿Qué pasó, Valentino?— escuchó que ella le preguntaba, se la notaba preocupada.

«Me siento desangrar sin poder conversar...»

Él levantó la cabeza y amagó a sonreír, no quería que se preocupara por tan poco, pero ese gesto se le fue en una mueca incómoda de disgusto por todo lo que gestaba en su mente.  Se había metido en un gran problema y no sabía cómo salir de allí, en lo posible: ileso.

«Tratando de decir, tal vez sea mejor...»

—¿Qué qué pasó?¡Qué soy un pelotudo que me quise hacer el piola y termine como un gil!¡Eso me pasa, Melina!— Reconoció llevándose la mano a la cara — La verdad... Nunca debí hablarte y ahora menos deberías estar acá...

Escuchándose de esa manera, se daba cuenta que estaba sonando demasiado estúpido. Incluso, podía atreverse a decir que sus palabras no eran bien interpretadas por ella. Era incoherente lo que acababa de decir.

Vio como Melina amohinó los labios, como si estuviera a punto de llorar. Quizás, solo era su propia impresión al sentirse culpable por todo lo que la estaba haciendo pasar. Quizás, también era solo su propia inseguridad.

Fuera cual fuera el motivo, no quería que lo malinterpretase. Negó con la cabeza, callando muchas cosas que quizás fuera mejor decirlas, pero que, no sabía como hacerlo.

«Me marche yo de aquí para no vernos más...»

—Nada, dejá. Mejor vestite y andate, ya me voy a arreglar solo, no te preocupes, en serio...—hizo una pausa, para exhalar un suspiro de cansancio, su mente era un amasijo de pensamientos sin nombre —Pero, este cuadro no puede salir de acá. Me van a matar si lo hago... Perdoná, no lo tomes a mal, pero...no estoy de humor ahora...

Ganas no le faltaban de decirle que se fuera y que ya no se vieran más. Pero, no tenía el coraje suficiente como para hacerlo. Ni siquiera se atrevía a mirarla de frente.

Melina se levantó de la silla en la que estaba sentada, lo supo por los pequeños sonidos que provocó al moverse. Escuchó como ella se acercaba a él, con cautela.

—¿Te pasa algo?— le dijo ella, confundida —¿Valentino?¿Te pasa algo?¿Estás bien?

«¡Claro que no estoy bien! Pero no quiero hablar del tema...»

Podría haberle dicho, pero tampoco se atrevía a hacerlo. Simplemente, negó con la cabeza, sin mirarla. Esperando que con eso ella entendiera que mejor se fuera de allí y lo dejara solo.

«...Total que más me da, ya sé que sufriré...»

Pensarlo, dolía. Pero ¿Qué otra cosa podría hacer? Si a fin de cuentas, tampoco era como si ella quisiese tener algo con él. Ni como si él pudiera darle la seguridad que necesitaba.

«Si se queda a mi lado, una de dos: o yo termino muerto o ella... Bueno, mejor no lo pienso. En serio ¿Cómo pude ser tan boludo para no verlo?¡Esto era una pelotudez desde el principio!»

Tenía que reconocerlo. Quizás, lo mejor era advertirle. A fin de cuentas, no estaba ella allí por mera casualidad, ni él comenzaría a vivir en esa pensión por pura suerte.

Al contrario, para empezar, que él tuviera la oportunidad de cuidar ese viejo edificio, era porque él mismo se había ofrecido a hacerlo. Necesitaba que Melina pudiera estar alejada de los lugares seguros como su departamento y por eso había inventado la excusa de verse allí.

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