Hablamos de pasear

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«¿Por qué me defiende a mi y no a sus compañeros?»

Se preguntó Celia observando de reojo a ese joven de rostro adormilado que tenía la vista al frente y esperaba, como ella, a que el profesor diera los buenos días, junto con el permiso para poder sentarse en la silla de una buena vez. No lo entendía, realmente estaba segura que nadie de los allí presentes estaría de acuerdo con esa sugerencia.

—Buenos días alumnos. Pueden tomar asiento, por favor.— anunció el profesor que se veía igual de cansado que Valentino.— Para esta clase de hoy, voy a necesitar que no se olviden de apuntar todo lo que les diga. Ya que este tema entrará en los exámenes de final de mes.

Celia volvió a su asiento y con toda rapidez, tomó su mochila, de ella extrajo sus útiles. Un sencillo plumier de madera con adornos de pirograbado y laminado de resina, lleno de lápices y bolígrafos, junto a un anotador de cuero repujado en adornos de gráciles florecillas de cuatro pétalos. Acomodó todo sobre el pupitre, sin dejar de observar, de tanto en tanto a Valentino, que parecía estar ocupado en buscar algo en su bolsa de cuero viejo. Algo que, a lo visto, no se encontraba allí.

—¡Ah! Pero... La concha de mi hermana. Ya me parecía que estaba demasiado liviana esta bolsa...— lo escuchó lamentarse para luego agregar en lo que se dirigía a ella con una mueca de incomodidad y timidez — Che, disculpá, pero... ¿De casualidad no tenés una birome de más para que me prestes? Me olvidé la cartuchera en casa.

Se lo había preguntado en el mismo instante en el que ella había sacado del estuche uno de sus tantos bolígrafos.

—¿Ah? Sí, tomá— respondió ella en el acto cediendole el bolígrafo que llevaba en su mano para luego  ponerse a buscar otro en el estuche.

Él se lo aceptó con una sonrisa de oreja a oreja en todo su rostro. Era extraño verlo sonreír, pero, cuando lo hacía, cualquiera podía reconocer que tenía unos ojos muy hermosos y cautivadores. O al menos eso era lo que ella pensaba. A decir, verdad, muy mal no le caía ese joven.

«Solo hay que cortarle el pelo y vestirlo como la gente. Que deje de ser tan boca sucia y que se siente bien. Así, tal vez, se lo podría presentar a papá...»

Reconoció Celia un tanto irónica. A decir verdad, lo que pensaba realmente de Valentino era simplemente un poco de curiosidad. Pues, no parecía ser una mala persona. Solo alguien con el que no saldría por el centro a tomar un helado o a ver una película en el cine.

— Gracias, cuando termine la hora, te lo devuelvo.— le dijo completamente ajeno a sus pensamientos para luego volver la vista al frente y atender a la clase que ya había comenzado.

«Si... Solo un corte de pelo y me agradaría tratarlo más seguido...»

Volvió a reconocer con más convicción mirándolo de reojo. Sino fuera por su aspecto, quizás, su papá no tendría ninguna objeción a que ella se juntase con alguien como él.  Al fin y al cabo, parecía ser que era el único en ese lugar al que no le importaba de quien era hija.

—Quedatelo, no te hagas drama.— decidió responder sonriéndole de costado.

Valentino, al escucharla, solo la observó en silencio y con evidente sorpresa en los ojos. En las dos veces que se habían tratado en esa primer semana, él podía jurar que a ella no le agradaba en lo más mínimo.

—Ah, bueno, gracias...— replicó con la vista al frente sin dejar de prestar atención a la clase para luego agregar — ¿Sabés una cosa, Celia? Cuando querés, aunque vivís con cara de cvlo, podés ser una buena piba...

«¿Qué dijo?¡Pero, che! ¿Tenía que decir eso? ¡Miralo vos al atrevido este, por favor!»

Pensó Celia al escucharlo, pero no espresaria ningún tipo de queja. Al menos, haría el intento de caerle bien. A fin de cuentas, se lo debía por la intervención de hacía un rato... Y también, se lo debía a ella misma ¿Quién sabe? Quizás, de esa manera podría conocerlo mejor.

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